los pájaros, las piedras y los bombos,

el carro de un muchacho con su mula,

el aire de las viñas soñolientas,

y así lo mismo, todas las figuras.

Claro de luna, témpano de esparto

que iluminas apenas la llanura,

apadrina a este niño de la guerra

y de padre huérfano en callada tumba,

chiquillo campesino que a estas horas

por los caminos ya tal vez conduzca

sobre tierra aprendida de memoria,

a base de pisadas de pezuñas

y perseguidas huellas de culebras,

las ruedas de su carro y a una mula

en medio de las vastas soledades

y de la inmensidad más absoluta.

Noctámbulo rosario son sus años,

y larga noche, esta época sañuda

para andar por caminos y veredas,

negra alfombra de sombras siempre en fuga.

¡Ay, Marcelino, qué hoscos panes y vino

los zaínos tiznajos que coagulan

en licor de las bombas en racimo

o en una negra hogaza de pan dura!

Ampara a este chiquillo con tu rayo,

Luna, dale un breve halo de ternura

a él, que anca Picalé las cuatro reglas

deprendió de memoria y con premura.

Dale un cobijo seguro, protégelo

de sus miedos nocturnos que deambulan;

haz que por esta vez su lecho sea

sobre un pajar y no un millón de agujas;

susúrrale al oído que no tema

cruzarse en la vereda con los chuchas,

antifascistas bandoleros ellos

que se refugian en la noche nubla.

Y mantenlo alejado de encontrarse

con la guardia civil, con sus patrullas

de plomo en las oscuras calaveras;

en viéndolos venir, tu ciclo mengua,

escurece la escura escuridad,

tíñete el gesto de picón y de hulla,

y en silencio dialoga con los grillos

que en tu eclipse de cal la noche arrullan.