“Siento que llegó nuestra hora, esta es nuestra revolución, porque
siento que este es el momento de olvidar lo que nos separó y pensar en
lo que nos une. Revolución, este es el día de la revolución Esta es
nuestra revolución. Revolución, revolución, esta
es nuestra revolución, revolución”… (Revolución, Amaral)
El jueves, con un recinto a rebosar y con un público de edades muy distintas,
Amaral ofreció sobre el amplio escenario del auditorio de La Granja un
espectáculo grandioso, de gran calidad artística en sus más variadas
vertientes de sonido, luz, color y todas esas
herramientas técnicas que posibilitan las realidades virtuales. Un
espectáculo, ya digo, de primer nivel. Y así Amaral, fue desgranando
canciones nuevas y añejas, aquellas que les dieron fama a nivel
internacional y que fueron coreadas con pasión.
Era la segunda vez que el grupo liderado por Juan Aguirre y Eva Amaral
actuaba en nuestra ciudad, la primera hace ya bastantes años, cuando, en
un guiño de Juan Aguirre, podían montarse en las atracciones de la
feria sin ser reconocidos. (Es un decir)
Pero hubo dos momentos en esas dos horas de concierto que supusieron
para quien escribe, sendos paréntesis en ese ambiente alegre y festivo,
con un público entregado. Fue cuando apareció en pantalla Víctor Jara
cantando su histórica canción Te recuerdo Amanda
y la canción Revolución.
Miraba al alrededor y veía a muchas personas que habían sobrevivido ya a
la cincuentena, otras que apenas llevaban un cuarto de siglo pisando
suelo…y me preguntaba qué sentirían los más jóvenes al oír y reconocer
quienes que peinaban canas o ni eso, esas canciones,
su contenido, mensaje y sobre todo los hechos en los que se
fundamentaban.
Porque uno que ya ha vivido tres cuartos de siglo, que ha asistido a
tantas movidas sociales, culturales y políticas, reflexionaba sobre si
esas canciones de carne, sangre y huesos rotos, no se habrían
transformado en objetos de un museo, en meras imágenes
y fotos que han dejado de oler y se han quedado en eso, momentos
sentimentales…que se olvidan, pero no arrastran ni involucran es estas
nuestras vidas donde casi nada echa raíces, ni nos provoca volver a
iniciar otra revolución, la de la inteligencia cultural,
aquella que nos procuraría una mucha mayor madurez personal.