Opinión

Esther de Paz Martínez, maestra y poeta

María Remedios Juanes | Lunes, 22 de Septiembre del 2025
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“Y así, una mañana otoñal, de esas que penetran como pequeños versos difuminados y melancólicos, nos despidió Esther”

El día 22 de septiembre se cumple el primer aniversario del fallecimiento de nuestra estimada maestra y poeta, Esther de Paz. Tan querida, recordada y homenajeada como realmente se lo mereció, tanto en vida, como después de atravesar esa frontera invisible que nos conduce hacia la eternidad.

Esther de Paz nació en Antoñanes del Páramo, un pueblo de la provincia de León. Vino al mundo un día nevado del mes de noviembre mientras sonaban desde lejos los cañones, las sirenas y los bombardeos en las trincheras. Tal y como cuenta en su libro titulado Aquella infancia feliz:“ Mi padre es reclamado al frente. Mi madre, ayudada por la señora Serafina, alumbra una criatura que tal vez no llegue a conocer a su padre…”

De manera premonitoria, vino al mundo en la casa de la escuela, como si aquel entorno ya estuviera anticipando la que sería su verdadera vocación. Allí transcurrieron los primeros diez años de su infancia, hasta que, por motivos laborales, la familia se trasladó a Tomelloso.

Tuvo la grandiosa suerte de nacer en un entorno donde se respiraba “la enseñanza”, ya que sus padres, doña Rafaela y don Manuel, eran maestros con un espíritu muy adelantado a su tiempo. En aquellos años de la postguerra, transmitieron a sus hijas la convicción de que tenían que formarse profesionalmente y ser independientes.

Esther de Paz ha dejado huella por donde ha pasado tanto en sus queridas tierras leonesas, donde nació, como en Tomelloso, Salamanca, Ossa de Montiel y Sevilla. Comenzó a escribir hace ya más de tres décadas. Tiene más de cinco libros publicados, entre ellos  Aquella infancia feliz, Desde el recuerdo (1990), Hojas de agua y fuego (2000), libro colectivo en el que participó junto a sus compañeros de grupo poético en Sevilla, Versos de juguete (2007) y Jardín de soledad y otros poemas (2021).

Según me cuenta su hermana Rosa en una entrevista: “Era una apasionada por los libros y la música. Desde bien pequeñita ya destacaba y embelesaba a toda la familia con su personalidad de líder y tan arrolladora.

“Su vida estuvo marcada por tres escenarios vitales: la infancia luminosa en León, la madurez entre luces y sombras en Tomelloso, y el reconocimiento personal y artístico en Sevilla. En todas esas etapas, la poesía y la enseñanza fueron hilos conductores”.

Indudablemente, Esther destacó como maestra en las diferentes escuelas de primaria en Tomelloso, donde ejerció su trabajo y estuvo como directora, en el colegio Topete y Embajadores. Su trayectoria en la educación fue muy fructífera, no solo en Tomelloso sino también en Sevilla donde se consolidó profesionalmente y como poeta.

Destacaba por su entusiasmo y la gran energía que contagiaba a los demás. Fue una mujer increíble, siempre ávida de conocimiento. Todo le parecía poco para ponerlo al servicio de los demás. Incluso llegó a escribir un libro de poemas dedicados a su alumnado con dibujos realizados por ellos mismos.

Sin embargo, su vida no fue un camino de rosas sino de luces y sombras. Su vida tuvo algunas espinas y vicisitudes que paradójicamente, le ayudaron a madurar. Es precisamente, ante las adversidades cuando el ser humano crece y forja su personalidad poniéndola al fuego del crisol que lo va embelleciendo y haciendo evolucionar.

La muerte de su marido Miguel, fue un varapalo para Esther. Tras enviudar a la edad de 44 años y con cinco hijos, comenzó a retomar la escritura como un refugio. Su vocación poética la inició durante su adolescencia aunque nunca se atrevió a compartirla, ni siquiera con sus hermanas. Sin embargo, más adelante, la poesía terminaría por convertirse en su gran aliada para superar muchos obstáculos familiares.

Durante su última etapa como maestra, se trasladó a Sevilla por motivos familiares puesto que algunos de sus hijos querían estudiar medicina. Fue en esta ciudad donde se consagró como poeta, demostrando su talento y compartiendo actividades de tipo cultural, asistiendo a tertulias, recitales y haciendo publicaciones que le dieron un gran impulso.

Participó activamente en asociaciones solidarias como Haciendo Surco hasta poco antes de morir, el pasado año 2024. De hecho, el último recital de la Palabra y la Música se celebró post mortem ya que Esther falleció unos días antes. Realmente la poesía y el talento brotaban por sus venas, tal y como lo demostró en sus recitales y veladas poéticas.

Una servidora también tuvo la dicha de conocerla y participar con ella en algún recital. Era una auténtica delicia escucharla declamar como una trovadora sus hermosos poemas. Su voz denotaba su personalidad y carácter leonés.

Mantengo en mi memoria, como un tesoro, el último homenaje que con tanto cariño se le preparó desde la Asociación de la Media Fanega, a la que también perteneció. Fue casi providencial, ya que ¿quién se iba a imaginar que en el mes de septiembre, de ese mismo año, nuestra querida Esther partiría a la otra orilla del río, ¿quizá el Guadalquivir?.

En aquella tarde, de un mes de mayo, todos los miembros de la asociación le dedicamos unas palabras, recitando algunos de sus poemas. Esther tenía una memoria privilegiada, recordaba todos sus poemas y terminaba recitándolos.

Era una enamorada de todas las artes, no sólo de la poesía, también amaba la pintura, la música, el teatro y sentía una especial admiración por uno de los poetas más apasionados que ha dado a luz  la literatura española, el insigne Federico García Lorca. Llegó a escribir un poema a Lorca que le envió a su propia hermana, Isabel, y lo llegó a publicar en un libro. Para Esther fue un gran honor cumplir este sueño.

Para finalizar, me gustaría incluir este maravilloso poema que dedicó al gran poeta Lorca y que sirvió de cierre para poner el broche final al último evento de la Palabra y la Música que se celebró en el Auditorio Antonio López Torres, con la  asociación Haciendo Surco.

Seguramente que seguirá derrochando maestría, profesionalidad y poesía surcando el firmamento y en compañía de sus poetas favoritos y todos sus seres queridos. Gracias por haber formado parte de la historia de quienes te hemos admirado.

 

A FEDERICO GARCÍA LORCA

 


El alba acuna un silencio

presagio de mil tragedias;

rosas de sangre brotaron

sobre sueños y promesas.

 

Por el camino del viento

lleva la rima una pena;

a su amante le han clavado

dentelladas de soberbia.

 

Por el camino del viento

lloran, lloran los poemas

van buscando a su maestro

por un sendero de estrellas.

 

¿Dónde fuiste Federico

con tu fría muerte a cuestas?

¿Fuiste a buscar la luna

por solitarias veredas?

¿Acaso tu alma de niño

que se quedó en la placeta?

¿Buscas anillos de plomo

que los lagartos perdieran,

o a Gitanilla preciosa

que el aire asusta y desvela?

 

¿Tal vez a la Seguirilla,

aquella niña morena,

o a la alegría perdida

de la triste Petenera?

 

Ve a la fragua, Federico,

que allí la luna te espera

 con el niño entre los brazos

para llevarte con ella.

 

Te está aguardando el Amargo,

Soledad la Petenera

que entre zorongos gitanos

sepulta la pena negra.

 

Por la veredita verde,

olivo, mirto y estrellas

van cabalgando: jinete

luna, niño y el poeta.

 

 En el cielo abre la rosa

pétalos de fina seda,

trae Federico en el alma

aromas de hierbabuena.

 

Canta la mar en la playa,

la zumaya en la arboleda

y el galán que va a Granada

de Lorca entona un poema:

              

“Cuando yo me muera

enterradme con mi guitarra

bajo la arena.

Cuando yo me muera

entre los naranjos

y la hierbabuena.”

                                                           Esther de Paz - junio 1998

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