“Hay que comenzar por dar vida a un
nuevo orden social, económico y político, activando el diálogo sobre los
enfrentamientos, pero no sólo con palabras, sino también con hechos concretos;
teniendo muy presente el bien común y sus consecuencias sociales”.
Reforzar nuestro compromiso con una atmósfera libre de artefactos,
en un contexto de creciente inestabilidad mundial, es algo tan preciso como
necesario. Comenzar, exactamente, eliminando totalmente las armas nucleares del
astro; es, sin duda, el mejor propósito vivencial en un mundo global para
fraternizarnos y no dejarnos vencer por el veneno del mal. Necesitamos
reconstruirnos y no destruirnos, desterrar y destronar de nuestros horizontes
los violentos enfrentamientos fratricidas, abrazarnos a la bondad y adherirnos
al bien. La quietud la conseguiremos en la medida que custodiemos los vínculos
y fomentemos iniciativas y obras buenas. No tiene sentido, pues, proseguir con
el rumbo de las absurdas contiendas.
Lo sé, no es fácil cambiar de itinerario, y más en un cosmos
asfixiante, que deja en entredicho constantemente la autonomía del ser humano.
Tristemente, la primera gran mentira es la violencia que echa abajo lo que se
pretende defender, tanto la dignidad, cono la propia existencia de cada cual y
la libertad de la persona. Por tanto, es indispensable promover una gran obra
pedagógica de las conciencias, que formen universalmente a todos en lo justo,
especialmente a las nuevas generaciones, abriéndolas al espacio del humanismo integral
y solidario. Lo que no es de recibo, que se mantenga el exterminio nuclear
entre nosotros, arreciado por las divisiones y la desconfianza, adyacente a los
excesivos gastos militares y a que los países intimiden con su poderío nuclear.
Desde luego, hay que comenzar por dar vida a un nuevo orden social, económico y político, activando el diálogo sobre los enfrentamientos, pero no sólo con palabras, sino también con hechos concretos; teniendo muy presente el bien común y sus consecuencias sociales. Cuando se promueve el cultivo de la asistencia en todas sus dimensiones, se promueve la concordia. Trabajar unidos por estos valores, de respeto y
promoción de la persona y de sus derechos fundamentales, desde una perspectiva ecuménica,
contribuirá a asegurar nuestro futuro común. Precisamente, los horrores de la
Segunda Guerra Mundial culminaron en las explosiones de Hiroshima y Nagasaki,
lo que puso de relieve la necesidad de abordar el problema nuclear, así como la
pertenencia a la familia humana.
Lógicamente, esta dependencia ciudadana, titular de
obligaciones y derechos, mundializada y hogareña, unida por un origen y destino
común, nos ruega cultivar el culto a la cultura, con un buen hacer y un mejor
obrar, con la condena al racismo, la tutela de las minorías, la asistencia a
los prófugos y refugiados, la movilización de la solidaridad internacional para
todos los necesitados; además de aplicar el destino universal de los bienes,
asegurando a todos las condiciones esenciales para participar en el desarrollo.
Por consiguiente, tomar la moralidad de la interdependencia entre países ricos
y pobres, por si mismo ya es un gran avance, lo que nos exige un mayor espíritu
cooperante para afrontar adecuadamente el desafío de la pobreza.
En consecuencia, todos estamos llamados a trabajar en la pugna
de las desigualdades, como tampoco nadie puede eximirse del esfuerzo del
trabajo como deber y derecho, incluidas las lágrimas y el sudor vertido en la
lucha, para vencer la malignidad con la honestidad. Lo fundamental es aprender
a combatir esta brega con las armas del amor. Al fin y al cabo, si todo se
realiza en buen término a través de la unidad y en comunión, hagámoslo asimismo
para acabar con las armas nucleares y empezar un tiempo nuevo que despierte en
nosotros la esperanza del cambio, con el aliento necesario para no caer en el
desaliento y el corazón encendido de generosidad. Únicamente, de este modo, por
muchas caídas que tengamos, podremos reponernos y continuar reencontrándonos
entre sí como hermanos.
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Jueves, 25 de Septiembre del 2025
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