Reconozco que hace tiempo titulé una reseña teatral
de la misma forma. En aquella ocasión me refería a Francisco Nieva y su obra
"Salvator Rosa o el artista". Sin embargo, y en este momento, no
tengo reparos en volver a repetir el rótulo porque una vez más el autor se
refleja en el espejo de su creación.
Es Juan Camacho un valdepeñero que reside en
Euskadi desde que era un crío, pero que nunca ha renunciado a su origen
manchego. Aunque Juan empezó su andadura poética a mediados de los ochenta, le
supongo poeta desde siempre, hombre atareado y seducido por la palabra, siempre
afanado con el ritmo y la rima de las estrofas, aspirando a compartir sus
emociones y pensamientos más íntimos con el semejante. Aunque en esta ocasión
ha sido mucho más osado, pues, a partir de uno de sus poemas, ha escrito una
función teatral con el mismo título de sus versos.
Ahora hablemos de la representación: Con solo dos
actores en escena y un ambiente íntimo la carga emocional está asegurada, sus
diálogos sobre temas transcendentales sobresalen del lenguaje cotidiano.
Ernesto es un docente jubilado que sigue siendo un
autor de novelas reconocidas y de éxito. Sin embargo está empeñado,
obsesionado, en escribir un poema insuperable que resuma su existencia y le
permita alcanzar la posteridad. Tanto Ernesto personaje, como Juan su creador,
saben que unos cientos de páginas ofrecen la posibilidad de explicar o
transmitir aquello que piensan o les importa a los protagonistas a través de
una historia más o menos dilatada. Pero ambos reconocen que el poema es la
síntesis, la palabra podada hasta el extremo, voz que debe emocionar, si cabe,
mucho más que el relato, porque la buena poesía seguramente es el culmen de la
literatura, lo sublime, la excelencia de las letras a través de la lírica,
aunque sea un género que no todos comprenden.
David, antiguo alumno y amigo de Ernesto, le visita
y no entiende el empeño o el delirio de su antiguo mentor. Esa disparidad de
criterios más allá de la conversación plantea un enfrentamiento que pretende
mostrar sentimientos y actitudes vitales como el pesimismo, el ocaso, la
soledad, el sedentarismo, la vejez o la enfermedad de Ernesto frente a la
vitalidad de David, un alumno aventajado, un joven médico con una proyección de
futuro evidente. Su dinamismo, sus viajes, sus amores o su extensa agenda contrastan
con aquel que en su día le inculcó la pasión por el conocimiento y que ahora se
muestra esquivo y huraño.
Si he de ponerle reparos a este intenso y profundo
argumento sería su larga duración, más de dos horas de representación, donde,
en algunos momentos se exponen ideas reiterativas. Supongo que Juan trata de
recalcar la importancia de los razonamientos que exponen los actores
conversando. Eso, y la demora de unas pausas rellenadas musicalmente para
permitir cambios de indumentaria, intervalos que despistan al espectador sobre
lo que sucede en el escenario.
Invitar al grupo Trascacho para interpretar las
voces en off de la razón y la conciencia me parece un acierto. Las luces que
simulan esas dos capacidades humanas, y la cuidada dicción de ambos,
contribuyeron a resaltar la importancia de las cavilaciones de Ernesto,
auto-conversación que es el momento cumbre de la representación. De igual modo
simular una parrafada tras unas notas musicales es un recurso teatral muy
interesante.
Ernesto discrepa de su razón y su conciencia
intentando demostrar que son ajenos a él. Sin embargo, y como la trinidad, son
un misterio implícito que conforman al ser humano más allá del cuerpo físico.
Todos deberíamos conversar en algún momento
con nuestra razón y nuestra conciencia. A eso nos invita básicamente
Juan Camacho en su ópera prima.
Estoy de acuerdo con el autor sobre que una obra
debe ser representada en el escenario de un teatro, pero atreverte a
representarla en un auditorio de casi setecientas butacas es una osadía que
raya lo quijotesco. Y como dice Nieva en la obra referida en los primeros
párrafos: "El tiempo también pinta. Hemos tenido mal (poco)
público". Debes entender Juan... viernes y Valdepeñas en vendimia.
Además, nunca fueron buenos tiempos para la lírica,
y menos ahora con la que está cayendo. Tiempos de conformismo cultural donde
solo lo trivial y comercial tienen éxito y, aunque está bien ir al teatro a
reírse, a desconectar con comedias de enredo facilonas repletas de chistes
manidos o vulgares, también es recomendable asistir a funciones que inviten al
espectador a pensar y reflexionar sobre nuestra existencia.
Me quedo con la honestidad del autor cuando en sus
versos dice: "De mí cuando yo muera... No digáis mentiras, No, no
las digáis. Decid, que fui solo vida.".
También me admira su humildad al reconocer el
fracaso o el final que significa la muerte haciendo balance y ajustando cuentas
sobre su trayectoria vital: "Decid que fui lo que pude, nunca lo que
quise ser... Y aunque mi lucha mantuve... ¡Decid, que no lo logré!
El teatro que Juan nos muestra no necesita del
barroquismo de nuestro admirado paisano Francisco Nieva, imprescindible
también. Tampoco su pretendido mensaje precisa más allá de unos muebles que nos
trasladen a un hogar sencillo donde, sin adornos, puedan mostrar la esencia de
unos personajes a través de sus pensamientos más íntimos. Desde mi humilde
opinión, su teatro se asemeja más a Buero, donde la calidad del texto y la
tragedia de la persona son el eje de la representación, de ahí la importancia
de "Ambostrés Teatro" y su solvencia para interpretar un diálogo tan
intenso como extenso.
Apenas más que decir, solo desearte, desearos, "Mucha
mierda", como se dice en el argot teatral ante las nuevas
representaciones que probablemente surgirán en algunas ciudades de nuestra
añorada región.
Y para terminar, una recomendación, los municipios
a través de sus organismos o concejalías correspondientes deberían apostar por
el teatro y sus nuevos autores;
Iniciativas que revitalizarían un ámbito cultural tan necesitado de
novedades para desmarcarse de calendarios manidos y rutinarios.
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Jueves, 2 de Octubre del 2025
Jueves, 2 de Octubre del 2025