El conflicto entre Israel y Palestina ha alcanzado niveles de violencia que resultan profundamente alarmantes para cualquier conciencia humana. Las imágenes de civiles asesinados, ciudades arrasadas y niños entre escombros, no pueden dejar de recordar los horrores vividos por la población civil en tantas otras guerras. Es profundamente doloroso observar cómo un pueblo que sufrió uno de los genocidios más atroces del S.XX, ahora es señalado por cometer abusos y crímenes similares contra otro pueblo. No se trata de comparar directamente contextos históricos distintos, sino de señalar que la memoria de la tragedia y el sufrimiento no hayan servido como freno a la repetición de la barbarie. El sufrimiento del pueblo judío durante la Segunda Guerra Mundial debería ser un símbolo universal contra la opresión, no una justificación para políticas de ocupación, o bombardeos indiscriminados. Tanto israelíes como palestinos merecen vivir en paz y con dignidad, pero esa paz no puede construirse sobre la aniquilación de uno de los pueblos. Repetir la historia, aunque con otros nombres y banderas, es una derrota para la humanidad entera.