“El ser humano siempre ha contado sus víctimas de absurdas contiendas en términos de muertos y heridos, de ciudades y pueblos destruidos, de medios de vida echados abajo; sin embargo, el medio ambiente ha sido con frecuencia la gran víctima olvidada”.
Necesitamos tomar conciencia de nuestro hábitat común y
trabajar intensamente para tal fin. Se requiere, por consiguiente, un cambio de
mentalidad en el modo de ver lo vivido y también sobre lo que nos resta por
vivir. Ciertamente, nos hemos globalizado, pero nos falta talento y talante
para comprender los abecedarios distintos, porque no hemos tenido en cuenta el
lenguaje del corazón. La creación no es una realidad de poder, sino una ofrenda
a compartir, que produce todo lo necesario para nuestro mantenimiento. En
consecuencia, el instinto humano tiene que despojarse de materialidad y
reconquistar la perspectiva de un orbe nuevo, sostenido y sustentado en la extática
del universo, donde todos somos parte y vínculo de unión y unidad.
No cabe duda, de que si las condiciones para establecer una
concordia verdadera, son la restauración de la justicia, la reconciliación y la
clemencia, al menos para restablecer el respeto de la dignidad en el concepto
de ciudadanía, nuestro común compromiso por la verdad, tiene que impulsarnos a
denunciar el aluvión de situaciones injustas e indignas que se producen a
diario y que impiden la reconstrucción de una conciliada civilización. Por
desgracia, nuestra propia realidad humana, que tanto suspira por la fuente de
la vida, ella misma se amortaja con sus inhumanidades persistentes, ahogada
como jamás por un sinfín de falsedades. La confusión nos impide ver el
horizonte de lo auténtico, al menos para poder tomar otra orientación
existencial.
El ser humano siempre ha contado sus víctimas de absurdas
contiendas en términos de muertos y heridos, de ciudades y pueblos destruidos,
de medios de vida echados abajo; sin embargo, el medio ambiente ha sido con
frecuencia la gran víctima olvidada. En ocasiones, dejamos en el tintero que
somos seres en relación y que salvaguardar lo que nos circunda, como son los
recursos naturales del ecosistema, es primordial para engrandecernos con
alianzas perdurables y vivas, que nos regeneren de nuestras miserias mundanas.
Por suerte, todo se puede enmendar, también nuestra actitud; es cuestión de
trabajarla a diario, de ofrecer la mano tendida y extendida a los demás, como
un supremo acto de amor y de liberación definitiva del mal para la humanidad.
Indudablemente, no podemos continuar enfrentándonos entre
sí, pues el mundo se engrandece en comunión y en comunidad, con el calor y el
sentido hogareño de los latidos humanos. Bajemos a la rueda de la vida,
acompasemos nuestros pasos de gratuidad, gratitud y de esperanza en la
iniciativa de los místicos sueños. Empecemos por la convivencia, por el don
poético de caminar unidos y reunidos siempre. Algo, que se ha de celebrar
conjuntamente con la diversidad de pulsaciones, que es como se alumbra una
creación hermanada. De ahí la necesidad del vocablo y del afán dialogante,
desde el respeto mutuo y el cuidado de proteger la mayor parte posible de
libertad, para que el gran instrumento y lazo común de la sociedad, en lugar de
apartarnos, nos acerque.
En efecto, es la cercanía de un abrazo o de una mesa
compartida, lo que nos engendra confianza y multiplica la ilusión en la tarea.
Como sabemos esta crónica no es fácil para nadie, pero entrar en el desánimo es
lo peor que nos puede pasar. Sea como fuere, todos estamos llamados a dar
singularidad a nuestro movimiento por aquí abajo y a gozar de las muchas
maravillas que hay en el universo, que podemos contemplarlas como jamás, debido
a los avances y a la movilidad humana, lo que nos demanda a que nuestras diversidades
anímicas y de pertenencia están asimismo llamadas a encontrarse y a convivir
fraternalmente. Desde luego, hoy estamos citados a refundar esa paciencia
viviente, sobre todo en nuestro mundo devastado por la guerra y en nuestro
entorno natural degradado.
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Domingo, 2 de Noviembre del 2025
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