También existe en el silencio y queda en a la posibilidad que une a dos personas para que se entiendan sin palabras, y a la vez compartan idiomas internos, pues las miradas, los gestos y la energía que fluye entre ellas son más elocuentes que cualquier discurso. Una amistad, un amor o un vinculo familiar se hacen fuertes cuando no requieren adornos ni explicaciones interminables. Pero no toda la reserva es cómoda. Hay momentos cargados de lo que no se dice, o a veces silencios afilados que hieren más que un grito. Sin embargo, incluso estos tienen poder. 

Revelando verdades que las palabras tratarían de ocultar y nos obligan a enfrentar lo que evitamos. Ese estado de meditación en la naturaleza es otro tipo de milagro. El susurro es un sonido breve del viento, o el rumor del agua, como parece hablar sin articular sonido alguno y allí descubrimos que el mundo no necesita una voz humana, para que sea profundo y hermoso. Callar no significa   desaparecer significa elegir. Quien abraza este poder que puede llegar a aprender a escuchar la verdad; al otro, al entorno, a su propia esencia. Descubre que cada mutismo es una semilla que puede germinar en paz, en compresión o incluso en cambio. Hay un poder oculto en nosotros que sostiene el equilibrio, como el instante previo a la salida del sol, ese momento que todo ésta listo para renacer. Quien se atreve a habitar ese espacio callado descubre una fuerza que se impone, y puede transformar todo lo que toque.

Recordemos que el silencio tiene su voz... Y tanta fuerza como esa frecuencia que nos paraliza.