En cierto sentido, el temor a morir es “normal”, comprensible y hasta adaptativo. La conciencia de cualquier fin nos impulsa a protegernos, a cuidar de nuestra salud y a preservar la vida. Sin embargo, en algunas circunstancias puede sobrepasar los límites de tolerancia y convertirse en algo incapacitante. Cuando el miedo a la muerte se vuelve desproporcionado e irracional hablamos de tanatofobia: una forma específica de ansiedad que puede relacionarse tanto con la propia muerte como con la pérdida de seres queridos. Quienes la padecen ven condicionada su vida de manera significativa, hasta el punto de limitar su bienestar general.
La palabra tanatofobia, deriva de Tánatos, Dios de la muerte en la mitología griega. Tánatos en la mitología griega era hijo “Nix” la noche y “Erebo” la oscuridad, y hermano gemelo de “Hipnos” dios del sueño. Tánatos seguía los órdenes de las hermanas Moiras, las encargadas de medir y cortar el hilo de la vida de los mortales, llevando las almas de los mismos una vez llegado su momento en el inframundo.
La muerte genera miedo porque representa incertidumbre, inseguridad y sobre todo falta de control. A lo largo de la historia, este concepto se ha abordado desde distintos enfoques: filosófico, fisiológico, psicológico y religioso. Según la cultura, también varía la manera de enfrentarlo a su majestad la muerte.
En Occidente, la muerte sigue siendo un tabú. En línea general, se evita hablar de ella, como si el silencio pudiera alejarla o restarle importancia. La sociedad contemporánea, centrada en el consumo y el hedonismo, educa para vivir y el placer y no para enfrentar la despedida. Sin embargo, sería sano aprender y hablar de la muerte desde etapas tempranas, del mismo modo que aprendemos sobre otros procesos naturales como el nacimiento y el desarrollo.
En otras culturas y a lo largo de la historia la muerte se vive de manera distinta. Los egipcios la concebían como un tránsito hacia otra vida, por lo que desarrollaron rituales funerarios extraordinarios. Para los griegos, la muerte tenía una dimensión heroica o trágica según la vida vivida. En México, cada noviembre, el día de los muertos convierte la despedida en una celebración de recuerdos, colores y ofrendas ( os sugiero si alguien no lo ha hecho de ver la película de Disney-Pixar, Coco) . En las filosofías orientales, como el budismo, morir es un paso natural hacia la transformación espiritual. Estas perspectivas muestran que la muerte no tiene un único rostro: es tan plural como la humanidad misma.
Muy pocos desean morir. Solo en situaciones extremas, como el sufrimiento insoportable propio o ajeno, cuando la muerte puede parecer una salida, una vía de escape al dolor al sufrimiento. En general, los seres humanos desean la vida más que cualquier otra cosa.
El miedo cumple una función adaptativa, pero la pierde cuando se convierte en un pensamiento obsesivo, recurrente e invalidante. En esos casos, puede generar intranquilidad, hipervigilancia y una constante activación psicofisiológica. La psicología clínica ofrece hoy herramientas para abordarlo: desde terapias cognitivas que ayudan a identificar y cuestionar pensamientos irracionales, hasta enfoques existenciales que invitan a reconciliarse con la finitud de la vida.
Los pensamientos filosóficos sobre la muerte acompañan a la mayoría de las personas en algún momento de su propio recurrido terrenal. Estudios señalan que más del 40 % de la población —en contextos no clínicos— reflexiona sobre la muerte con cierta frecuencia, sin que esto implique riesgo o conductas de daño. Reflexionar no es lo mismo que actuar: hay una clara distancia entre pensar en la muerte y buscarla.
Los estoicos enseñaban que lo transcendental o una de las virtudes principales de cualquier individuo es: vivir una vida digna de ser vivida. Para ellos, la muerte no era una tragedia, sino el desenlace natural de nuestra existencia. Epicuro afirmaba que “la muerte no es nada para nosotros, porque mientras existimos, ella no está presente, y cuando ella está presente, nosotros ya no existimos”. Y Marco Aurelio aconsejaba recordar cada día la fugacidad de la vida para aprender a valorarla mejor.
La muerte es la única certeza que compartimos en este mundo, más allá de fronteras, religiones o clases sociales.
Aceptar la muerte no significa rendirse, aceptarla y asumirla hace parte de un crecimiento espiritual, aceptarla nos puede ayudar a vivir con propósitos como por ejemplo en cumplir sueños postergados, atreverse y enfrentarnos a lo que antes nos detenía, disfrutar los pequeños detalles, cultivar una buena actitud etc. Lo importante de verdad es llegar al último día en paz, sin rencores ni la sensación de proyectos incumplidos. Conscientes de hacer vivido una vida plena.
La vida, en esencia, tiene tres fases: nacer, desarrollarse y morir. Nadie escapa de esta realidad, pero lo que sí, está en nuestras manos es vivir con plenitud el día a día. Tal vez no logremos todos nuestros sueños —porque hay variables que escapan a nuestro control—, pero lo valioso es intentarlo. Como decían los filósofos estoicos, no se trata de cuánto dure la vida, sino de cómo se viva.
Aceptar la muerte nos ayuda a vivir mejor. “Quien no tiene miedo a morir, muere solo un día”. Esta frase resume la paradoja de un miedo que, cuando se vuelve excesivo, nos roba la tranquilidad de estar vivos. Solo cuando aceptamos nuestra fragilidad e inconstancia podemos empezar a disfrutar de la vida en su plenitud.
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Domingo, 16 de Noviembre del 2025
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