“La conciencia de la humanidad queda
manchada con tantas realidades bochornosas, como cuando la vida de los niños se
ven atrapadas bajo el yugo de la pobreza o trastornadas por desastres o
conflictos violentos que matan y mutilan a seres indefensos; o la misma
existencia de nuestros mayores, cuando es abandonada y desasistida”.
En un cosmos donde podemos elegir cualquier cosa, elijamos tomar
conciencia en nuestros quehaceres. En efecto, tan importante como alzar la voz
es escucharse, guardar silencio para oírse y ver qué pulso nos interesa tomar
como actitud de vida. Por eso, es trascendente hacer pausas, ya no sólo para
tomar aliento y descansar de los tropiezos, también para interrogarse,
corregirse y enmendarse, antes de que el estrés y el agotamiento corporal y
emocional nos trastorne mentalmente. Está visto que únicamente, tomando
conciencia de que, sólo caminando por el camino de la concordia, el mundo podrá
construir un futuro mejor para todos, porque la paz puede conseguir maravillas
que la guerra nunca alcanzará, trazaremos horizontes de avance humanitario y de
un alto el fuego global.
Sin embargo, la conciencia de la
humanidad queda manchada con tantas realidades bochornosas, como cuando la vida
de los niños se ven atrapadas bajo el yugo de la pobreza o trastornadas por
desastres o conflictos violentos que matan y mutilan a seres indefensos; o la
misma existencia de nuestros mayores, cuando es abandonada y desasistida.
Solemos contribuir, para desgracia de todos, a la descomunal polarización de
las relaciones internacionales por causa de la crisis y los enfrentamientos
existentes. Pese a lo dicho, se desvían recursos para dedicarlos a la
fabricación y el comercio de armas. Ciertamente, nos falta alma y nos sobran
falsedades, lo cual envilece la comunión y ahuyenta el espíritu fraterno y la
amistad social.
No hay más que una sana rectitud para ponerla en práctica, que no
es otra que la conciencia al servicio de la justicia, como tampoco no hay más
que una perfección, el espíritu donante al servicio de lo auténtico.
Indudablemente, todas estas virtuosas hazañas se inician mar adentro, con la
genialidad de conocerse y reconocerse, cada cual consigo mismo y junto a los
demás. Bajo este ejercicio de sana cognición, habrá siempre alegría. Si algún
regocijo nos habita en el planeta, lo tiene seguramente el ser humano de
corazón níveo. Es cuestión de examinarnos internamente, de hacernos valer y de
tomar el valor del discernimiento moral como lenguaje, sabiendo que uno es, en
la medida que se deja respetar, reeducándose para la convivencia.
Instruirse para adquirir percepción de la ecuanimidad, debiera
estar en todos los planes formativos; y así, mejoraríamos el buen talante, que
unido al fomento de que no falten oportunidades para cultivar el mejor talento,
que no es otro, que la sabiduría por lo armónico, fomentaríamos de este modo
que la injusticia racial, la desigualdad, el discurso de odio y la intolerancia
no persistieran y, en muchos contextos mundiales, al menos disminuyesen. Sea
como fuere, toda la ciudadanía tiene el derecho de actuar en conciencia y en
libertad, a fin de tomar personalmente las decisiones morales que son de su
incumbencia. De ahí, la significación de formar la conciencia y de esclarecer
el juicio moral. Desde luego, será un buen propósito trabajar por ser
ciudadanos tranquilos en tiempos convulsos.
No hay almohada más placentera que una conciencia templada.
Quizás, por ello, dentro de nosotros cohabite otro ser que está contra ese
oleaje inhumano, deshumanizado por completo, que nos lleva a vivir en
contradicción permanente. En consecuencia, un espíritu bien formado y mejor formulado,
a través de un carácter justamente desarrollado, enuncia sus reflexiones según
la razón, conforme al bien verdadero, ofrendado en nuestro propio fuero interno,
lo que debe hacernos comportar fraternalmente los unos con los otros. Esto
demanda una transformación entre análogos, que consiste en valores, actitudes y
conductas que plasman y suscitan interacciones e intercambios sociales
sustentados en los principios de imparcialidad y democracia. ¡Toca renovarse para vivir!, pues.
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