Cavilamos hoy que, con el paso
del tiempo, uno sale vencido y estafado en multitud de apuestas de la vida…
Hasta nuestro amor propio y propósitos, acerca
de las “tareas” íntegras de la existencia, acaban “cayendo”… Episodios
de crisis y degradación humanas, de los que no hemos escapado, entrando en un
“manicomio” de caricaturas y egos… Las horas del crepúsculo nos parecen hoy más
cortas, allá en el valle donde se oscurece más el horizonte, enmarcado por
crecientes y sosegados encinares cuyo fustal va adquiriendo un diámetro
fabuloso… Cerros y lomazos donde quiere ser de oro el atardecer… Allí, donde
tiempo ha, fueron muchos y penosos los azares de nuestra vida y de la de
nuestros ancestros…; hoy son símbolo de muchas dudas, al “viajar” por el abismo
del cosmos…, por donde se “dislocan” terribles llamaradas de tantas y tantas
crisis humanas… Caminamos con sólo la idea nuestra, evitando tumultos que son
de los demás, que podrían “espantar” el “espíritu de la guarda” —así se
decía—de la infancia.
Nos internamos en el monte,
reparando en el “viaje” silencioso de las plantas… La visión es espléndida al
pie de una encina Q. rotundifolia que, como inconmovible centinela va dejando
el dulce peso de su cosecha en la tierra… Junto al árbol sagrado, resplandores
y brumas druidas; ritos desconocidos, rogativas, costumbres pidiendo milagros,
ante el símbolo de la inmortalidad en la antigüedad… Apartamos la bulliciosa
hojarasca, en otros tiempos empleadas como lauro de triunfo…, y cuando
recolectamos las bellotas más lustrosas y sanas, que creemos serán “bondades”
para nuestra salud, unos pajarucos y urracas graznan y “gritan” con decibelios
“insultantes”. No podemos coartar la ensoñación repentina, que nace sin origen
y “revive” la carta de Teresa Panza a la Duquesa: “Pésame cuanto pesarme puede
que este año no se han cogido bellotas en este pueblo; con todo eso, envío a
vuesa alteza hasta medio celemín, que una a una las fui yo a coger y a escoger
al monte y no las hallé mayores; yo quisiera que fueran como huevos de
avestruz…”.
Sopla un aire helador que cuartea
los cerros y surge una sensación de recuerdos tan viejos como el encinar…
Sucedía que en aquellos días de angustia, en tiempos de mi infancia, cuando la
hambruna dejaba sus huellas por todas partes, llevar a la casa, (entre otros
“remedios”) una talega repleta de bellotas, suponía, aparte de “cumplir
obligaciones” y “pegar bocado”, reconfortar la vida exhausta…
Dejo atrás algunos mogotes
rocosos, que me daban una espléndida visión de aquel orbe de mi niñez, y cruzo
por un “templo” del ruido, por el “rastro” el progreso y de los “tañidos” y coloridos de un entorno de
la naturaleza que, la “flexibilidad” de las leyes de la “civilización”, han
contribuido a perturbar. Como antaño, hoy alargo, de nuevo, mis brazos hacia
las manos de las ninfas, que me invitan enlazadas de las manos en eterna
alegoría… Y busco aquel manantial cristalino y exuberante, hoy encenagado y colmatado
de residuos, donde bebía, un agua que yo
creía elixir, que me proporcionaba, salud e inmortalidad… En aquella cristalina
fuente, crecían comunidades de “desgarbados” BERROS: Nasturtium oficinales. Y
los recolectábamos con una costumbre y fe inofensivas, cuando las escaseces
flagelaban estómagos y “espíritus”… Y apenas si se hablaba cuando se engullía
el escaso sostén…, y se “mojaba un poco pan…”. Durante años, el vecindario
desayunaba—comía sólo gachas de almortas (Lathyrus sativus), lo que ocasionó
graves lesiones en el sistema nervioso de varios vecinos, conocidas como
latirismo: parálisis espática de las extremidades inferiores. Entonces, en la
vecindad se sazonaban ensaladas de BERROS y también los condimentaban con los
potajes de garbanzos, cuando las penurias “transitaban” en “consorcio” directo
con la vida y con la muerte.
Cuentan ciertas fábulas, que
Zeus, dueño y señor de aguas y cielos, le ofreció a la bella Pandora,
engendrada por los Dioses, un misterioso cofrecillo que, entre varios dones
confeccionados por los Dioses del Olimpo, contenía los males que se abatirían
sobre la humanidad. Epimeteo, desposado con Pandora, que era astuto pero un
poco despistado, cuando abrió el arconcillo, entre tantos males había regalos
útiles como el Nasturtium: BERRO. Se contaba que los griegos lo utilizaban como
reconstituyente, en las academias militares de aquellos tiempos: “en las
marchas fatigosas y ejercicios físicos agotadores, a que se sometían los
soldados…”.
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Lunes, 1 de Diciembre del 2025
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Miércoles, 3 de Diciembre del 2025
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