Opinión

Cuando recolectábamos frutos y plantas

Salvador Jiménez Ramírez | Miércoles, 3 de Diciembre del 2025
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Cavilamos hoy que, con el paso del tiempo, uno sale vencido y estafado en multitud de apuestas de la vida… Hasta nuestro amor propio y propósitos, acerca  de las “tareas” íntegras de la existencia, acaban “cayendo”… Episodios de crisis y degradación humanas, de los que no hemos escapado, entrando en un “manicomio” de caricaturas y egos… Las horas del crepúsculo nos parecen hoy más cortas, allá en el valle donde se oscurece más el horizonte, enmarcado por crecientes y sosegados encinares cuyo fustal va adquiriendo un diámetro fabuloso… Cerros y lomazos donde quiere ser de oro el atardecer… Allí, donde tiempo ha, fueron muchos y penosos los azares de nuestra vida y de la de nuestros ancestros…; hoy son símbolo de muchas dudas, al “viajar” por el abismo del cosmos…, por donde se “dislocan” terribles llamaradas de tantas y tantas crisis humanas… Caminamos con sólo la idea nuestra, evitando tumultos que son de los demás, que podrían “espantar” el “espíritu de la guarda” —así se decía—de la infancia.

Nos internamos en el monte, reparando en el “viaje” silencioso de las plantas… La visión es espléndida al pie de una encina Q. rotundifolia que, como inconmovible centinela va dejando el dulce peso de su cosecha en la tierra… Junto al árbol sagrado, resplandores y brumas druidas; ritos desconocidos, rogativas, costumbres pidiendo milagros, ante el símbolo de la inmortalidad en la antigüedad… Apartamos la bulliciosa hojarasca, en otros tiempos empleadas como lauro de triunfo…, y cuando recolectamos las bellotas más lustrosas y sanas, que creemos serán “bondades” para nuestra salud, unos pajarucos y urracas graznan y “gritan” con decibelios “insultantes”. No podemos coartar la ensoñación repentina, que nace sin origen y “revive” la carta de Teresa Panza a la Duquesa: “Pésame cuanto pesarme puede que este año no se han cogido bellotas en este pueblo; con todo eso, envío a vuesa alteza hasta medio celemín, que una a una las fui yo a coger y a escoger al monte y no las hallé mayores; yo quisiera que fueran como huevos de avestruz…”.

Sopla un aire helador que cuartea los cerros y surge una sensación de recuerdos tan viejos como el encinar… Sucedía que en aquellos días de angustia, en tiempos de mi infancia, cuando la hambruna dejaba sus huellas por todas partes, llevar a la casa, (entre otros “remedios”) una talega repleta de bellotas, suponía, aparte de “cumplir obligaciones” y “pegar bocado”, reconfortar la vida exhausta…

Dejo atrás algunos mogotes rocosos, que me daban una espléndida visión de aquel orbe de mi niñez, y cruzo por un “templo” del ruido, por el “rastro” el progreso y  de los “tañidos” y coloridos de un entorno de la naturaleza que, la “flexibilidad” de las leyes de la “civilización”, han contribuido a perturbar. Como antaño, hoy alargo, de nuevo, mis brazos hacia las manos de las ninfas, que me invitan enlazadas de las manos en eterna alegoría… Y busco aquel manantial cristalino y exuberante, hoy encenagado y colmatado de residuos,  donde bebía, un agua que yo creía elixir, que me proporcionaba, salud e inmortalidad… En aquella cristalina fuente, crecían comunidades de “desgarbados” BERROS: Nasturtium oficinales. Y los recolectábamos con una costumbre y fe inofensivas, cuando las escaseces flagelaban estómagos y “espíritus”… Y apenas si se hablaba cuando se engullía el escaso sostén…, y se “mojaba un poco pan…”. Durante años, el vecindario desayunaba—comía sólo gachas de almortas (Lathyrus sativus), lo que ocasionó graves lesiones en el sistema nervioso de varios vecinos, conocidas como latirismo: parálisis espática de las extremidades inferiores. Entonces, en la vecindad se sazonaban ensaladas de BERROS y también los condimentaban con los potajes de garbanzos, cuando las penurias “transitaban” en “consorcio” directo con la vida y con la muerte.

Cuentan ciertas fábulas, que Zeus, dueño y señor de aguas y cielos, le ofreció a la bella Pandora, engendrada por los Dioses, un misterioso cofrecillo que, entre varios dones confeccionados por los Dioses del Olimpo, contenía los males que se abatirían sobre la humanidad. Epimeteo, desposado con Pandora, que era astuto pero un poco despistado, cuando abrió el arconcillo, entre tantos males había regalos útiles como el Nasturtium: BERRO. Se contaba que los griegos lo utilizaban como reconstituyente, en las academias militares de aquellos tiempos: “en las marchas fatigosas y ejercicios físicos agotadores, a que se sometían los soldados…”.        

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