"No estimes el dinero en más ni en menos de lo que vale, porque es un buen siervo pero un mal amo"
Alejandro Dumas.
El polifacético Woody Allen comentó en su día que el dinero no daba la
felicidad, pero que procuraba una sensación tan parecida que se
necesitaba de un especialista muy cualificado para llegar a verificar la
diferencia. Y es que ciertamente hay que ser muy
libre de esclavitudes y adherencias para captar las notables
diferencias entre ambos, aunque con criterios puramente materiales y
consumistas lleguen a identificarse de una manera casi general.
A nadie se le oculta que el dinero siempre ha sido ese gran objeto de
deseo por el que no pocas personas siguen pagando mucho más de lo que
vale perdiendo aquello que buscaban con errónea ansiedad: la felicidad y
la libertad.
La pregunta surge: ¿Qué aporta este salvoconducto universal,
lubrificante de voluntades, conciliador de distintos y opuestos
pareceres, domador de revoluciones, comprador de conciencias...este dios
temporal y efímero? La respuesta bien podría ser: su versatilidad.
El dinero es lo único que muta de manera recurrente adaptándose a toda
circunstancia, época, ámbito o hecho, una característica que lo
convierte en llave maestra para acceder de una manera cómoda a
cualquiera de las situaciones por difíciles que puedan parecer
en nuestras vidas.
Y es que todas las cosas, bienes y objetos poseen determinados rasgos
que los hacen identificables; forma, color, sabor, olor y peso; en suma,
cualidades que los definen expresando sus peculiaridades, sus
singularidades, sus especificidades y, por ende, el
dinero también las tiene.
Todos sabemos que el color del dinero puede ser “blanco o negro” según
su procedencia, legal o no; su sabor también es equiparable al del agua,
dulce para calmar la sed de necesidades o salada para acentuarlas.
El dinero huele al sudor del esfuerzo y trabajo, a la humedad de un
panteón familiar, rara vez a un golpe de fortuna, o a nocturnidad y
sustracción de dinero público o privado. El peso del dinero es liviano
cuando lo valoramos, pero muy pesado cuando su poder
de persuasión nos vence. La forma del dinero sin embargo es
universalmente aceptada, siempre perfecta.
Pero además de estas características, el "vil metal" posee también otras
no tangibles y que pueden llegar a ser muy peligrosas incluso para el
futuro físico y moral. La consistencia del dinero por ejemplo es una de
ellas, variando según la temperatura a la
que sea sometido; duro y rígido cuando hace frio en la billetera;
dúctil y generoso si existe calor en el corazón de quienes lo tienen y
comparten. Y es que la fragilidad del dinero es la misma que las
conciencias y afanes de los seres humanos que lo atesoran.
El riesgo o peligro que conlleva el dinero es hacerle creer a quien lo
amasa que puede volar con él por encima de una realidad que al final se
convierte en virtual y eventual.
El dinero es un magnífico indicador para medir la verdadera talla humana
de quienes lo tienen o administran, que a decir del joven escritor
panameño Omram Omais
"el dinero no cambia a las personas sólo revela lo que siempre han sido".