“Nos acompañan tantas injusticias, que
necesitamos la fuerza del amor, para que los enfrentamientos cedan el paso a la
reconciliación”.
Alentados por la buena noticia, el
deseo del reencuentro y el abrazo de la ilusión, donde se concentra la mirada
clemente y el afán de hacer familia; mientras el niño que todos llevamos
consigo, se pone a buscar y a rebuscar sus propios latidos íntimos, para restablecer
la visión del poema en los labios; reconozco que el desvelo no puede ser más
positivo, pues es nuestra propia existencia la que nos trasciende, para
celebrar el don de la vida y concelebrar el empaque de la pureza, como fiesta
universal. La contemplativa de un recién nacido suscita normalmente
sentimientos de conmoción y de ternura, aparte de movernos y removernos el
níveo aliento, para volver a descubrir el calor de un hogar, con el estímulo de
la sencillez, la amistad y la solidaridad.
Estamos en un momento meditativo de
acogida, de recogerse cada cual consigo mismo, para compartir el gozo de
nuestro esfuerzo, que llega a ser más poesía que poder y más luz que sombra, a
pesar de los muchos dolores que los humanos nos injertamos entre sí, haciendo
del mundo, un manantial de lágrimas y desconciertos. Ojalá aprendamos a
reprendernos, para fraternizarnos y reconquistar el gozo de la cueva de Belén,
donde nuestro Creador se nos muestra humilde para vencer la soberbia. En
consecuencia, acojamos este recuerdo ecuménico como un acontecimiento capaz de
renovar hoy nuestra propia savia. Comencemos, porque los encuentros entre unos
y otros, nos hagan huir de los encontronazos, poniéndonos en camino de apertura
a las necesidades de nuestros semejantes.
Con estos sentimientos de bondad y
verdad, la estrella que nos indica el camino en medio de la oscuridad y los
peligros del mundo, debe sobrecogernos, manteniendo vivo el asombro profundo.
Será bueno que nos dejemos cautivar de esta luminosa alegría; donde el Dios con
nosotros, camina a nuestro lado, para enseñarnos un modo nuevo de vivir y de
amar. Sea como fuere, tenemos mucha necesidad de caricias compasivas, frente a
tantas miserias mundanas, que nos deshumanizan por completo. De ahí, la
importancia de Jesús en el pesebre, mostrándonos el camino de la ternura para
estar cerca, para ser humanitarios en definitiva. Por desgracia, nos acompañan
tantas injusticias, que necesitamos la fuerza del amor, para que los
enfrentamientos cedan el paso a la reconciliación.
Ojalá que el auténtico mensaje de
solidaridad y acogida, que brota de la Navidad, contribuya a crear una
sensibilidad más profunda ante las antiguas y nuevas formas de pobreza, o el
bien común, con el que todos estamos llamados a colaborar y a cooperar; en un
mundo cada vez más caótico e incluso violento, sólo hay que contemplarlo cada
día. En efecto, la atmósfera mundana está llena de bochornos y crueldades. Únicamente,
hay que ver la mirada de esa multitud de
gentes, completamente perdida con la desesperación y en total soledad,
agilizado todo por una cultura digital marcada por discursos de odio,
distorsionando de este modo la realidad, lo que genera ansiedad, depresión y,
en los casos más graves, pérdida de sentido y suicidio.
Tampoco podemos continuar
ensombreciendo la luz que ilumina nuestra existencia; en multitud de ocasiones,
adormecida o endiosada de absurda prepotencia. Mi propuesta es la de bajarse de
lo pedestales, para ponernos a servir latidos y a donarlos, fomentar la senda
interna y poder sentir los horizontes del alma como María, que donó su seno
virginal al Verbo de Dios. Desde luego, no hay verso más placentero, que la
quietud de nuestros órganos, para que se despejen las pulsaciones y se serenen
los ánimos. De lo contrario, continuaremos viviendo los días con el ánimo
envenenado y la Navidad como una fiesta de consumo sin aprecio alguno; eso sí: con
la peor de las prisiones, que radica en un encerrado corazón cerrado y, además,
empedrado por la indiferencia.
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Domingo, 21 de Diciembre del 2025
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