Opinión

Para una persona libre; todo el mundo es su hogar

Víctor Corcoba Herrero | Domingo, 28 de Diciembre del 2025
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“Hay que fraternizarse; los humanos tenemos que sanear las injusticias vertidas unos a otros, que es lo que sanan las divisiones y fomentan los acuerdos”.

Uno vive y debe desvivirse por vivir en comunión y en comunidad. Así, para un ser con corazón, todo lo que le circunda forma parte de sí y se vincula como genealogía, sustentado el nexo en la mutua lealtad  y en el recíproco acatamiento. La humanidad debe concebirse como una estirpe adherida e inseparable, sustentada por la unidad colectiva, de la que no puede desligarse, ya que todos formamos parte de ese viviente poema interminable cargados de lenguajes diversos, pero bajo un solo pulso, el de la armónica existencia, a pesar de nuestro fondo de debilidad humana y de nuestra manera frívola de reconocer la vida. De ahí la necesidad, en este orbe globalizado, de que seamos promotores y animadores de solidaridad y respeto por la dignidad humana y los derechos fundamentales.

Sin embargo, a pesar del aluvión de pesares, hay que soltar cadenas y elevar el ánimo, ofreciendo compañía y refugio, comprensión y amistad, cooperación y paz. Volverse pasivos es dejarse debilitar, justo en un momento en el que hay que oponerse a la violencia y al odio, aunque nos suponga esfuerzo y sacrificio. Nunca es tarde para renacer con un espíritu guerrero conciliador, donde brille el amor de amar amor, y reluzca la cultura del abrazo como abecedario de diálogo sincero, que es lo que nos da la fuerza necesaria para acercarnos entre sí con afecto y descubrir lo que nos une que es mucho más que lo que nos separa. En consecuencia, otro de nuestros deberes radica en vencer la codicia, que destruye tanto el espíritu humano como la tierra.

Hay que fraternizarse; los humanos tenemos que sanear las injusticias vertidas unos a otros, que es lo que sanan las divisiones y fomentan los acuerdos. Lo prioritario, es no perder la esperanza nunca en saber discernir, para poder leer correctamente la historia que vivimos, que no se agota en el presente, ni se acaba tampoco entre encuentros fugaces y relaciones fragmentarias oportunistas, sino que se abre paso hacia el futuro. Ciertamente, el porvenir es nuestro, tenemos que laborarlo con gratuidad y gratitud, con coherencia de virtudes cívicas y compromiso social, de memoria en el legado y perseverancia, sobre todo para liberar a los mil cautivos y dar libertad a los oprimidos, que ya no pueden ni gritar, debido a nuestro abandono y dejadez.

Desde luego, no hay mayor signo de vitalidad, que enraizarse en el verso de uno mismo para tejer una pulsación donante, que se va renovando día a día y sabe dominar sus pasiones para sentirse autónomo. Por eso, perseveremos en nuestro mar interior, hagamos silencio para escucharnos, cultivemos el equipo con nuestros semejantes, siendo justos para poder ser libres, que la libertad reside en ser dueños de la propia savia y en poder amar, sin fronteras ni frentes que lo impidan. Oírse, por consiguiente, es fundamental; en la medida en que se reconoce su propio derecho a existir y a pensar por sí mismo. No olvidemos jamás, que somos seres de palabra, que no podemos permanecer encerrados en sí mismo o, peor todavía, con el oído en el teléfono móvil.

Con  paciencia todo se alcanza, también la eliminación de enfermedades. Así, surgió con la adopción del acuerdo sobre Pandemias, todo un hito que refuerza la colaboración internacional y demuestra el valor del multilateralismo frente a la multitud de amenazas sanitarias universales. Volvamos, pues, a ese espíritu socorredor; mantenido por el calor doméstico, que no engaña ni defrauda. Realmente, debemos sustentarnos en la certeza de la inclusión, de que nada ni nadie puede alejarnos de ese contemplativo vínculo del alma sistémica, que lo único que genera es luz en medio de la oscuridad. Por tanto, comencemos por interpelarnos cada cual consigo mismo, haciendo parentela humanitaria, revolviéndonos contra la intolerancia y volviéndonos tolerantes.

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