Opinión

Un arzobispo, una mujer y una posada

Daniel Cuadrado Morales | Miércoles, 23 de Mayo del 2018
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La historia de los pueblos y ciudades, con frecuencia, suele olvidarse de los pequeños detalles que ha terminado por otorgar sus formas y costumbres actuales. En el caso de Tomelloso, a pesar de la persistente insistencia de muchos que afirman que es un pueblo sin un pasado interesante, sí que tiene muchas “intrahistorias” (como yo lo llamo), cuyos protagonistas, a pesar de su enorme aportación a nuestra sociedad, han terminado cayendo en un ostracismo involuntario (o no). Tal es el caso de Ángela Peñacarrillo, una mujer de armas tomar y a quien los tomelloseros debemos agradecer la construcción de un edificio tan emblemático como es la Posada de los Portales.

 Doña Ángela Peñacarrillo y Morales nació en Belinchón, un pueblo de Cuenca, y su familia poseía el título de Alféreces Mayores del enclave de forma permanente. En el año 1759 Ángela se casó con Bartolomé Rodrigo de Villamayor, de Tomelloso, el último miembro de la poderosa familia de los Rodrigo, cuyos orígenes tomelloseros se remontan a 1602 mediante el matrimonio de Miguel Rodrigo, con una vecina de la localidad llamada María de Lomas. Será a partir de la muerte del esposo de Ángela, en 1777, cuando Ángela entre de lleno en la historia de Tomelloso, caracterizándose por defender con ahínco sus intereses y los de su familia, así como mirar por el bien de Tomelloso. En el mes de septiembre de ese mismo año, Ángela presentó una demanda  ante la mismísima Real Audiencia de Granada con el objetivo de que sus hijos fuesen reconocidos como hidalgos solariegos debido a su ascendente familiar. Es reconocimiento de este título les podría permitir ejercer oficios propios de la nobleza, tales como alcaldes o regidores. No fue hasta pasados diez años que logró su objetivo, y además, tanto ella misma como su hija Margarita pasaron a beneficiarse de esta nueva condición. En cuanto a los hijos varones podemos destacar a Juan José. Trabajó como administrado de la Orden de San Juan, que tenía una “delegación” en Tomelloso y un poco después llegó a ser el alcalde de la localidad, conservándose aún hoy una calle en su memoria.

A finales de ese siglo la Orden de San Juan emprendió una serie de reformas en su edificio que llevaron a Ángela Peñacarrillo a demandarla, a causa de que las obras la afectaban a ella, la situación exigió que se requiriesen los servicios del arquitecto del Museo de Prado y y del Jardín Botánico de Madrid, Juan de Villanueva, quién remedió la situación.

Sin embargo la acción más relevante de esta activa vecina de Tomelloso es, quizá, la que tiene que ver con la construcción de la Posada de los Portales, todo un icono de la ciudad y de la que Ángela fue la impulsora.

Un cardenal en Tomelloso.

El origen de la Posada de los Portales podríamos relacionarlo con la muerte del Papa Clemente XIII en Roma. La muerte del pontífice hace que los cardenales deban reunirse para la elección del siguiente líder de la cristiandad. Esto afectó a Francisco Solís, arzobispo de Sevilla, quien, para llegar hasta Roma, escogió una ruta por la que debía pasar por nuestra localidad. Cuando llegó, allá por el 1769, en Tomelloso sólo existía una posada para hospedarse, pero con la mala fortuna de que el edificio estaba pensado para alojar a los trabajadores y arrieros y no gozaba de las comodidades que tan alto dignatario precisaba. Ni que decir tiene que el arzobispo se vio obligado a alojarse en la casa de un vecino pudiente de Tomelloso, y lo mismo su séquito, repartido entre las diferentes casas vecinales.

Pasaron los años y llegó 1774, momento en el cual muere Clemente XIV, el Papa elegido hacía tan poco tiempo. Nuevamente Francisco Solís emprende viaje a Roma y de nuevo decide atravesar Tomelloso, quizá con la esperanza de encontrarse con una posada digna de Su Eminencia. No fue así, a pesar de que en este tiempo la localidad ya contaba con tres posadas, pero desgraciadamente, ninguna de las tres estaba pensada para alojar entre sus paredes a prelados tan importantes. Para vergüenza de los tomelloseros, Francisco Solís tuvo que volver a quedarse en las casas vecinales mejor preparadas.

El arzobispo sevillano no volvería a pasar por Tomelloso jamás ya que, un poco tiempo después del cónclave, murió en la misma Roma.

Corría el año 1777, tras la muerte de su marido, cuando Doña Ángela Peñacarrillo decidió que Tomelloso debía contar una posada adecuada para las grandes personalidades. Ese mismo año, sin demorarse lo más mínimo, solicitó los permisos y licencias al Consejo de las Órdenes establecido en Madrid. Al principio los propietarios de las otras posadas tomelloseras mostraron su más absoluta oposición al proyecto alegando que Ángela únicamente quería quitarles clientela para enriquecerse ella. Tras perder el litigio y ser condenados a pagar las costas, Ángela obtiene el permiso para comenzar la construcción de su posada en 1778. Para ello, la audaz mujer no dudó en traer los mejores materiales a su alcance, como yeso de Alcázar o madera desde Almodóvar. Sin saberlo, Doña Ángela Peñacarrillo acababa de construir un símbolo de Tomelloso.

La Posada terminó alojando a personas de toda condición. Muchas cosas han pasado en los 240 años de historia que atesoran sus maderas, sus pilares, sus muros...pero ahí sigue nuestra querida Posada de los Portales, sobreviviendo a la pérdida de algunas de sus secciones e incluso a un plan para derribarla y convertir el solar en un mercado, y utilizada ahora como centro donde el arte, la cultura, la literatura y la historia convergen para recordar a los tomelloseros que en realidad, sí que tenemos historia, en este caso, la historia de una mujer luchadora y avanzada para su época, que creyó conveniente regalarnos tan precioso edificio.

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