Cuevas

La historia de una cueva, de una bodega y una gran marca: Peinado

Construida en 1870, la cueva es espectacular por su tamaño, diseño y buen estado de conservación

Carlos Moreno | Jueves, 31 de Mayo del 2018
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Se puede afirmar con total certeza que la marca Peinado es una de las que más ha paseado el nombre de Tomelloso en nuestro país y en el extranjero. Los brandys centenarios que elaboró esta conocida familia de Tomelloso desde el siglo XIX siempre fueron muy apreciados en los mercados y entre los consumidores más exigentes. La empresa y la marca, adquiridas después por un grupo empresarial de Zaragoza, pertenecen ahora al conocido empresario de la localidad, Alfonso Ortiz Fustes, pero sigue guardando  el encanto de sus soleras en unas vetustas pero maravillosas instalaciones que serán remodeladas. En Peinado la filosofía del trabajo paciente y bien hecho ha desembocado en una cultura del brandy que ha dado como resultado un producto insuperable.

En nuestro recorrido de cuevas que sigue realizando La Voz de Tomelloso, hoy hemos recalado precisamente en la de Bodegas Peinado. Acompañan al periodista, una vez más, José María Díaz Navarro y la arquitecta, Ana Palacios, que pertrechada con su cámara se lo va a pasar francamente bien captando esos detalles de arquitectura manchega que tanto le atraen. La cueva nos la enseñará Víctor Gallego, que lleva casi cuarenta años trabajando en la bodega. Antes de descender a la cueva, José María nos sorprende con dos fotografías antiguas. Una es de la cueva, con varios operarios trabajando, uno de ellos es su padre, y en la otra aparece él mismo cuando era un niño, también en la bodega de Peinado.

Bajamos a la cueva por una ancha escalera con los vértices de cada escalón rematados con un listón de madera. Llegamos abajo y nos encontramos con una bifurcación que conduce a dos cuevas diferentes. La primera es la cueva original de la familia Peinado, construida debajo de la casa donde residía el propietario. Contiene tinajas de barro de 150 arrobas. Observamos las canaletas por donde bajaba y se distribuía el mosto. Enseguida nos percatamos de que la cueva mezcla antiguos materiales de obra con otros más nuevos.  El motivo es que la cueva tuvo que ser reconstruida después de una obra. La reforma es bien visible, pero lo importante es que esta preciosa cueva de 1870, una de las más antiguas de la ciudad, ha podido seguir en pie.

Como el negocio fue prosperando hubo que construir una cueva mucho mayor, a ella nos dirigimos. José María cuenta pacientemente las tinajas de cemento, 43, que se reparten en dos filas de una larga galería en forma de ele. Cada tinaja tiene una capacidad de 400 arrobas. A Ana Palacios le llama la atención el techo con la tosca viva, donde se mezclan diversos tonos ocres y el negro del humo de tantas lumbres que combatieron el tufo. En algunas tinajas aparecen números, indicaciones, signos inequívocos de un trabajo que siempre fue riguroso, metódico y organizado. Una vez más José Maria se fija en detalles que se nos escapan el resto. Por el hueco de la lumbrera se ve un tramo de tubo por donde bajaba el mosto. También descubre la oscura bajada a un aljibe, el cuadro de ladrillos sobre el que se hacía la lumbre y otra galería que conducía a los trujales.

Un maravilloso empotrado de madera es otro de los encantos de esta cueva por la que aparecen varias gradillas, bombonas, tinos, toneles…Cuando subimos admiramos un viejo portón con aquellas cerrajas que forjaban los herreros de la ciudad. La visita a la cueva ha concluido, pero Víctor Gallego nos invita amablemente a ver la fábrica. Para el periodista, que era la primera vez que ve las instalaciones, ha sido una gozada disfrutar del olor, la arquitectura y la historia de una fabrica que tiene ya casi dos siglos de historia. La misma impresión se habrán llevado esos clientes chinos, embajadores, grandes empresarios, artistas y otros personajes relevantes de nuestro país que han firmado en algunas de las barricas. En las naves de formidables cubiertas de vigas de madera resposan las de cinco años, las de doce, las de veinte, las de cien…y también la maravillosa historia de esta bodega que continuará escribiéndose. 


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