Tomelloso
tiene historia. Claro que sí. Aunque, por lo que parece, alguien debe haberlo
negado. De hecho, en los últimos meses se han reproducido una serie de
artículos que parece vienen a desmentir tal extravagancia: “Tomelloso tiene
historia”[1],
“Y sí… Tomelloso tiene historia”[2]; “En
el caso de Tomelloso, a pesar de la persistente insistencia de muchos que
afirman que es un pueblo sin un pasado interesante…”[3]. En Tomelloso, desde su fundación, han pasado
cosas, faltaría más. Tomelloso no es menos que cualquier otro pueblo o ciudad
donde también hayan pasado cosas. Menuda afrenta si no. Menudo menosprecio al
ser más íntimo de Tomelloso…
Uno,
pecando posiblemente de egocentrismo, tiene la sospecha (porque no lo han
citado) de que pueden estar refiriéndose a un artículo escrito por mí hace ya
más de un año[4].
Concretamente a la frase: “Tomelloso es un pueblo joven, dinámico, trabajador…
y sin Historia”. Si es así, me alegra haber contribuido a este resurgir del
interés por la historia local. Si no es a ese texto al que se refieren, no
importa, en tanto lo afirmé igualmente[5]. De
cualquier forma, no deja de ser una buena noticia que en tan poco tiempo se
hayan sucedido tal cantidad de artículos sobre la historia local.
Decir, sin embargo, que Tomelloso
tiene historia es, más o menos, como decir que el agua moja. Claro que
Tomelloso tiene historia, claro que en Tomelloso han pasado cosas, de la misma
forma que han pasado en Campo de Criptana, Socuéllamos o en Alameda de Cervera.
Y no sólo han pasado cosas que, desde una concepción monumental de la historia, como la llamara Nietzsche, sean
consideradas dignas de contar. La historia no se reduce a la participación en
los grandes acontecimientos que la historiografía de un país ha señalado como
tales. Frente a esa historia grandilocuente, Unamuno acuñó la voz intrahistoria para referirse a la
historia de lo cotidiano, la de las gentes anónimas que, a pesar de no llenar enciclopedias,
conforma en realidad la vida entera de los pueblos.
Tomelloso tiene historia, eso está
claro. Está la historia, por ejemplo, de un Obrero que no era obrero y la de
los obreros que sí lo eran; la historia de los que soñaron con un mundo mejor,
la de aquellos que lucharon por proyectos emancipadores, y la de los que los
segaron sembrando la tierra de sangre; la historia de los que tuvieron que
marchar de Tomelloso, la de los represaliados, y también la de los farsantes,
la de los embaucadores y la de los criminales; hay historias que se cuentan que
no son ciertas e historias ciertas que no se cuentan. En Tomelloso también hay
héroes y hay villanos, hay trabajadores y hay explotadores, mitos inventados no
hace mucho tiempo y verdades olvidadas a conciencia. Existen, debe haberlos,
unos fundadores, unos primeros habitantes de Tomelloso; y existen, claro,
aquellos a quienes estas historias no les importan nada. Y, como en cada
pueblo, en Tomelloso hay gente que se dedica a investigar esa historia para
poder contarla.
Sin ser experto en historia de
Tomelloso, me vienen a la mente los trabajos de Vicente Morales Becerra;
concretamente, y por citar algunos de sus artículos, “El cardenal Solís y la
Posada de los Portales”, publicado en El
Periódico del Común de la Mancha en 2011 o “La Posada de los Portales de
Tomelloso”, publicado en Lanza en el
año 2015[6].
Gracias a Vicente, por ejemplo, el que escribe conoció la figura de Luis
Quirós, a quien en poco tiempo tendremos ocasión de homenajear. La obra de Francisco
J. Navarro, Crisis económica y
conflictividad social. La Segunda República y la Guerra Civil en Tomelloso
(1930-1940), es fundamental para conocer la historia local durante esos
años. La obra de Dionisio Cañas, la del propio Francisco García Pavón… La
historia de Tomelloso, en definitiva, también se hace reconociendo y citando
los trabajos de quienes la rastrean.
Aun así, fui yo quien comenzó un
artículo afirmando que Tomelloso es un pueblo sin Historia. No fue aquello una
salida de tono para llamar la atención ni una simple estrategia retórica para
adornar el texto. Lo afirmé a conciencia y hoy me reafirmo: Tomelloso es un
pueblo sin Historia. Aunque, por concretar, quizás habría que decir que Tomelloso
es un pueblo sin Pasado. Evidentemente, no quería ni quiero decir que en
Tomelloso no hayan pasado cosas; tampoco quería decir que en Tomelloso no
hubiera buenos historiadores capaces de conformar una historiografía local.
Habría que estar loco para afirmar tal cosa. El problema es, más bien, que “historia” se dice de muchas maneras.
Los alemanes en esto nos llevan
alguna ventaja: ellos diferencian entre Historie
y Geschichte, cuya traducción al
castellano se ha hecho como Historia e
historia. En este sentido, no es lo
mismo la Historia (Historie), entendiendo por esta la
indagación histórica, la ciencia o el relato de la historia, que la historia (Geschichte), esto es, la suma de lo acontecido, el conjunto de las
historias individuales, lo que ha pasado, citando la noción del término acuñada
a finales del siglo XVIII[7]. Tampoco
es igual, por otra parte, hablar de historia
natural que de historia de la
naturaleza; no es lo mismo hacerlo de historia sacra que de historia de la salvación; tampoco es igual hablar de historia del mundo que de historia de la humanidad... Y no es lo mismo no sólo porque con esas
diferentes acepciones se haga referencia a distintos objetos de estudio, sino
que, con ellas, nos referimos a espacios de experiencia completamente
diferenciados, a percepciones del tiempo histórico ajenas unas de otras, a
concepciones del mundo en muchos casos inconmensurables. En este sentido, la
historia en boca de Marx no tiene nada que ver con la historia en boca de Plutarco;
la historia para un ateniense del siglo IV a. C. era algo completamente diferente
a lo que podría ser la historia para un cristiano que veía con temor a finales
del siglo X la llegada del fin del mundo; para el primero, de hecho, era incomprensible
una concepción histórica en la que cupiera el fin de los tiempos. Con la misma
palabra, en definitiva, se dicen cosas muy diferentes. Reducir la historia a las cosas que han pasado o a su mera narración es
tan superficial como reducir, por ejemplo, la informática a encender un
ordenador.
Ermita de San Francisco
En aquel artículo utilicé “Historia”
(con el uso de la mayúscula pretendía hacer notar la diferencia con el uso
cotidiano del término) para referirme precisamente a una forma concreta de
estar en el mundo y de experimentar la temporalidad en la que se inserta
Tomelloso. Como en cualquier momento histórico, nosotros nos enfrentamos con el
pasado (y con el futuro) de una forma determinada. Seamos conscientes o no,
somos herederos de una manera de comprender la realidad y actuar en la misma
que nos define, y, por más que nos empeñemos, no somos griegos (ni atenienses):
somos modernos, y como tales, asumimos como propias algunas de las nociones que
caracterizan la comprensión del tiempo en la modernidad. Entre estas, cierta
concepción del progreso y esa especie de desprecio hacia el pasado que suele
acompañarle y que nos hace mirar hacia atrás con cierta sensación de
superioridad.
Unas
líneas más abajo, en aquel texto publicado hace meses, pretendí llamar la atención
sobre esto al referirme a Tomelloso como una “población moderna en sentido
estricto”. No me refería a que su fundación y el conjunto de su historia
coincidieran con lo que cronológicamente hemos convenido en llamar época
moderna. En Tomelloso, y esta era mi
propuesta, toma cuerpo una forma específica de estar en el mundo que coincide con
una concepción del tiempo y de la historia propiamente moderna. “Tomelloso
es progreso lineal sin paradas. Racionalidad técnica aplicada al campo y a la
vid. Un continuo mirar hacia adelante…”, escribía.
No
es casual que en Tomelloso no tengamos casas blasonadas con referencias a
antiguos linajes aristocráticos ni palacios de principales que puedan
aprovecharse como atractivo turístico; es posible que ni tan siquiera existieran
en algún momento. Tampoco es casual que algunas de nuestras “tradiciones” sean
muy recientes, importadas de otros lugares e impuestas en el siglo XX, y reivindicadas
con un empeño y una fe impostada que no hacen más que resaltar su
extravagancia. Como restos de nuestro pasado, como elementos que nos
identifican, tenemos chimeneas industriales, cuevas o bombos: instrumentos de
trabajo, ejemplos de un esfuerzo por mirar al futuro y progresar que han hecho
de Tomelloso, en un relativamente corto espacio de tiempo, una de las
poblaciones más “modernas” y prósperas de nuestro entorno.
Esta
conformación de Tomelloso como un pueblo moderno y su especial relación con el
pasado se debe, quizás, a su expansión durante el siglo XIX. La introducción
del cultivo de la vid y el desarrollo de la industria alcoholera propiciaron el
crecimiento rápido de la población. Nuevas gentes venidas de diferentes lugares
se instalaron en Tomelloso dejando tras de sí sus tradiciones y costumbres,
desconociendo, a su vez, o no reproduciendo, las tradiciones del lugar de
acogida (“falta de sentido de lo tradicional”, escribía García Pavón en su Historia de Tomelloso refiriéndose a
este hecho). Cierto desarraigo, por tanto, sumado a la instauración de una
nueva división del trabajo conformaron el Tomelloso que hoy conocemos. Por eso
la mayoría de nuestros símbolos son tan recientes. Una simbología débil, por
cierto, como lo es toda simbología que obedece a una estructuración y división
del trabajo que hoy apenas existe. La relevancia cultural de aquellos símbolos
se reduce a poco más que a una escenificación artificial en tiempos de romería
o a una exposición de museo. Una prueba de que los símbolos locales son
débiles está, por ejemplo, en que, en el momento de colgar una bandera en una
rotonda de la localidad, se optó por hacerlo con la de España y no con la de
Tomelloso. Se optó por fomentar los elementos indentitarios nacionales y
estatales, obviando los locales.
Llegada del tren a Tomelloso
Aun así, podemos hacer arqueología; podemos apelar a unos supuestos fundadores de Tomelloso y podemos ponerles nombres; podemos, incluso, acordar una fecha de su fundación; podemos hacer todo lo anterior y posiblemente ninguno de estos elementos definirá la emocionalidad local de Tomelloso como lo hacen los símbolos creados alrededor del trabajo de la vid que han conformado la localidad en los últimos 150-200 años. Estos son débiles, pero son los que son, y, probablemente, sin el trabajo de las instituciones por promocionarlos y por darles una funcionalidad que vaya más allá de la mera estampa romera, también desaparecerán. El proyecto de conservación de la Casa del Gallego es, en este sentido, una buena noticia. Pero también es sintomático del desprecio de Tomelloso por su historia y por su pasado el hecho de que se haya salvado de la ruina en el último minuto. Hoy, el lugar de la Casa del Gallego podría estar ocupado por un bloque de pisos o por una urbanización. De haber sucedido así, el patrimonio histórico de Tomelloso sería más pobre, y lo sería en nombre del progreso, de lo nuevo, de la prosperidad económica, etc. De hecho, así ha ocurrido hasta ahora con la mayor parte del patrimonio histórico local. Lo cual, siendo más o menos triste, se debe, sencillamente, a que Tomelloso es un pueblo moderno en sentido estricto, un pueblo sin Historia, un pueblo sin Pasado…
Evidentemente,
lo expuesto hasta aquí son consideraciones personales escritas a vuelapluma con
la intención de animar un debate. No soy experto en historia local y
posiblemente muchos de los que sí lo son puedan corregirme. Por otra parte, hay
un cierto cariz polemista en algunas de mis afirmaciones. Aquí me acojo a
Heráclito: polemos es la madre de
todas las cosas… y también de la ciudad. Porque, aunque no seamos griegos (por
aquello de que somos modernos), sí nos las damos en Tomelloso de ser una
especie de Atenas plantada en mitad de La Mancha. Aunque a esta le falte,
quizás, un ágora en la que polemizar con el resto de los vecinos más allá del
exabrupto que se nos impone desde los grandes medios con el agitar de las
banderas… Mi empeño con estas líneas es contribuir a la creación de este
espacio de diálogo desde la creencia de que es así, dialogando, debatiendo,
como se hacen los pueblos y se construye su Historia. De lo que se trata, en definitiva, es de pensar Tomelloso, lo que, al
fin y al cabo, no es otra cosa que pensarnos a nosotros mismos.
Notas
[1] Enrique Rodrigo Ortiz: “El sello
de la liebre y el tomillo”, La Voz de
Tomelloso, 25 de abril de 2018. En internet: http://lavozdetomelloso.com/#/7210/noticiael-sello-de-la-liebre-y-el-tomillo
[2] ÍD: “Tomelloso 1518-2018. Un
quinto centenario sin repercusión”, La
Voz de Tomelloso, 3 de mayo de 2018. En internet: http://lavozdetomelloso.com/#/7394/noticiatomelloso-1518-2018.-un-quinto-centenario-sin-repercusion
[3] Daniel Cuadrado Morales: “Un
arzobispo, una mujer y una posada”, La
Voz de Tomelloso, 23 de mayo de 2018. En internet: http://lavozdetomelloso.com/#/7831/arzobispo-una-mujer-una-posada
[4] Vicente Jesús Díaz Burillo: “De
Tomelloso a Mauthausen”, Lanza, 12 de
enero de 2017. En internet: https://www.lanzadigital.com/provincia/ciudad-real/de-tomelloso-a-mauthausen/
[5] Varias personas me han llamado
la atención desde que publiqué aquel artículo sobre tal afirmación. Aprovecho,
por tanto, este texto para ofrecer una explicación, agradeciendo a los autores
antes citados que me hayan dado una excusa, aunque sea indirectamente, para
hacerlo.
[6] El autor dispone de página web
en la que referencia sus publicaciones: http://vmob09.wixsite.com/vicentemorales/publicaciones
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Domingo, 11 de Mayo del 2025
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