Como en cualquier obra que se pretende realizar lo primero que ha de surgir es el motivo, la idea fundamental que se quiere plasmar y el “colorido” que se desea trasmitir. Después se ha de pensar en el tamaño, en sus dimensiones, trazando las pinceladas fundamentales para acabar rellenando y dando forma a esa estructura. Sucede muy a menudo que teniendo el cuadro esbozado o escrito a medias aparecen otras figuras oportunas que o bien realzan, sustituyen a otras o redondean la obra.

No suelo “escribir un cuadro” de una tacada, salvo en raras excepciones y cuando el tema elegido no es extenso y está muy definido; lejos de eso suelo retocar varias veces lo “dibujado”. Normalmente descargo sobre el papel el comienzo de una parte de la idea central como si de un trazo se tratara y ahí lo dejo. Vuelvo a leer lo plasmado y sobre ese trazo prosigo con otros…y así sucesivamente hasta llegar al final que es la parte más difícil y que más veces retoco o cambio.

Pasado un tiempo retomo el cuadro y es el momento de limar las imperfecciones o desviaciones en la expresión de la idea o borrar algún elemento que se ha quedado como extraño o desequilibrante.

A la mañana siguiente, temprano, momento en que la mente está descansada vuelvo a “leer el cuadro” y es cuando vuelven a aparecer otras incorrecciones que no había descubierto el día anterior; es curioso pero siempre hay algún matiz que corregir. Es entonces cuando creo que está listo para ser publicado.