“Bebamos de
este vino hecho de uva y honradez cuyo color brillante se nos queda detenido un
instante entre la boca y los ojos y,
después, ya perfumante, resumen de todos los racimos, cruza bajo los vados del paladar
hacia los puentes del sentido…” De
Eladio Cabañero, “Una bodega manchega”.
Leo en una
tercera de ABC de finales de junio de 2004, que tengo guardada, un buen artículo del académico Valentín
García Yebra en el cual hace un “Nuevo elogio del vino”.
Realiza un
buen ejercicio de erudición sobre la
procedencia del vino y las condiciones de ingestiva que, ya en la Grecia clásica, Aristóteles recomendaba.
Mi sentir
Tomellosero ha hilvanado una serie de imágenes sucesivas y sentimientos muy
arraigados en mí que me han llevado a
trascender la historia del vino para
pensar en su alma. Concatenar ideas en torno al sentimiento, la sensualidad y
la solemnidad del vino: su alma.
En el lenguaje
coloquial usamos la idea de sentir con
una doble vinculación; sentir en
relación a los sentimientos y
emociones y sentir como percepción de
olores, sabores, colores… a través de los sentidos.
Cuando vinculo
vino y sentimientos tomo un referente
excepcional para poner de manifiesto de cómo su bebida enardece el ánimo, sin
que ello pueda tener connotación peyorativa. La Biblia en los Salmos XIV y XV
dice que…” el vino alegra el corazón del hombre”. Sin duda es una cita de
autoridad.
El vino también es sentimiento en la propia
historia personal. Debo reconocer que mis primeras emociones y sensaciones por
el vino (sentimientos) no las recuerdo
ligadas a la ingesta de un vaso tinto o blanco aunque, quizás, sí a mosto virgen, desde la prensa o
destrozadora del jaraíz de mi casa,
sobre un buen migón de pan blanco. Son sentimientos ligados a la
tradición en el hacer de muchas familias de este pueblo. Relacionados con los
tiempos y solemnidades de la vendimia, a la fermentación en las cuevas, a los
olores y los “tufos” que, desde primeros
de septiembre hasta la Virgen del Pilar,
perfumaban la vida en torno a la cueva y
su ilustre contenido. Toda la casa se impregnaba de los olores de la cueva.
Ahí abajo,
debajo de cada casa, como destinado a propiciar el vivir de los que arriba
habitábamos, el vino “se mueve en su propia paz y guerra de su reposo” y los
“empotros aguantan el envite de la fermentación”, como bien describe,
poéticamente, Eladio Cabañero.
O como muy
bien versifica Juan Torres Grueso cuando canta a Tomelloso diciendo…”bajo sus
pies las bodegas/con el alma de otros tiempos/sujetando los empotros/de los
éteres eternos.
Igual que el
alma requiere su tiempo para alcanzar plenitudes y los logra desde la paciencia
y su cultivo también el vino, en la serenidad de la tinaja, con la paciencia del tiempo logra su cuerpo y
sensualidad. Acumula las añadas que le servirán como parte de la catalogación
de su calidad.
Bajo las
casas, en las cuevas, ahí debajo se resumen tantos anhelos y esfuerzos que
constituyen muchas historias familiares y suponen la línea vital de muchos apellidos para los cuales el
vino es una indisoluble armonía con la tradición familiar.
Recurro, de
nuevo, a Juan Torres pues sus versos ilustran excepcionalmente ese concepto de
vino unido al sentimiento familiar cuando loa de la siguiente guisa:
“Como danza en la bodega
Sinfonía de
tinajas,
Esa alegre
borrachera.
De cifras y de
nostalgias”.
Esas imágenes
en la memoria vital de gran parte de mis coetáneos se repetía cada vez que, por motivos
oficiales o personales, visité el gran
laberinto de galerías que, a similitud
de las cuevas familiares, hay bajo al Lagar-Museo de la Cooperativa Virgen de
las Viñas, de Tomelloso.
Ahí, en el
subsuelo, se encierra el alma de gran parte de mi pueblo, ahí se funden muchas
aspiraciones, ahí se vive y rememora mucha
historia y por tanto muchos sentimientos de las gentes de Tomelloso.
Reconozco que
el propio sentir y emocionarme me llevaba a despistarme de las excelentes
explicaciones, con buena didáctica, que
el responsable de la Cooperativa nos
impartía cuando el recorrido se hacía
acompañado de algún visitante ilustre. Siempre me llamaban especialmente la
atención los datos que hacen
referencia a los aproximadamente mil
quinientos metros lineales que suponen sus cavas en galería en las
cuales se albergan los envejecimientos,
crianzas y reservas que se contienen
en más de medio millón de botellas o
en las mil quinientas barricas. Esas cavas son el lugar idóneo para el reposo
y tiempo necesario que forjará el alma
del vino la cual percibiremos a través de los sentidos; su sensualidad.
Si en cada
casa la cueva es su Capilla Sixtina, en la Cooperativa Virgen de las Viñas la
conjunción armónica del lagar sobre la tierra y las galerías subterráneas
suponen historia y futuro hilo conductor de la vida.
La historia es
el redondo jaraíz con su excelente museo
y el futuro lo determina la calidad de las crianzas mimosamente almacenadas en sus laberínticas
cavas.
Es el vino puro sentimiento ya que supone el
palpitar de muchas gentes en su historia
y en un esperanzado devenir.
A través de
los sentidos percibimos las cualidades del vino y ahí debajo, en las galerías
henchidas de botellas cuidadosamente ordenadas, también se procura la otra
dimensión del sentir. Se persigue dar al vino las mejores cualidades que la persona pueda percibir a través de los
sentidos. Es necesario disfrutar de los olores, sabores y colores que el vino
nos puede brindar.
La calidad es
el mejor reclamo y ello pasa por la concurrencia de presentación y condiciones
de percepción sensorial. A todo ello debemos añadir la solemnidad en el momento
de la degustación. ¿Qué tipo de copa? Y la manera de
percibir sus sabores, los regustos, color y trasluz y hasta el modo del
brindis da solemnidad al vino.
En esa idea de
la solemnidad en torno al vino no
debemos olvidar el gran valor que le supone ser
coadyuvante en las relaciones
humanas e incluso determinante en transformar desavenencias en acuerdos.
El vino es
paralelo a la historia de la humanidad
pues desde los tiempos más
antiguos ha ido acumulando tantos
afanes, solemnidades y tecnología que todo ello nos permite reiterarnos en el
alma del vino ya que ella se ha ido configurando por los sentimientos, por las
percepciones sensoriales y por la cultura. Esos elementos han sido inherentes a
la evolución del manjar de la uva desde que allá por el cuarto milenio antes de
Cristo se empezara a cultivar en Oriente próximo.
El catedrático
García Yebra, en el artículo referido al comienzo de este artículo, informa de
parte de la historia del vino y yo no quiero concluir sin añadir algunos datos que corroboran que el degustar
el vino es uno de los deleites más antiguos.
Así, por
ejemplo, puede ser curioso reseñar que en el año 2000 se abrió un ánfora con
tres litros de vino con 900 años de antigüedad
que fue recuperada de un navío romano, hundido junto a Sicilia.
Y no menos
llamativo resulta el dato sobre el vino más caro que se corresponde con un “Chateau d´ Yquem Santernes” de 1787, valorado en 64.000.
O esa
información sobre el lagar más antiguo de España, del siglo VIII antes de
Cristo, hallado en el poblado fenicio
del Castillo de Dª Blanca
(Cádiz). Y sin querer entrar en más estadísticas ni rankings de producciones y clasificaciones me pregunto:
¿Podría tener
tanta historia algo sin alma? La sensualidad, el sentimiento y la solemnidad
conforman el alma del vino.
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Miércoles, 27 de Marzo del 2024
Jueves, 28 de Marzo del 2024
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