Opinión

Religión, incultura y estulticia

Joaquín Patón Pardina | Domingo, 14 de Octubre del 2018
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Hace unos días, habiendo transcurrido gran parte de la  mañana, sonó el timbre de la puerta de mi casa. Pensé que era alguna persona pidiendo limosna, lo que me enfada mucho, porque gente sin escrúpulos explota a personas para hacer negocio; casi siempre mujeres y en algún caso jóvenes e incluso niñas, que no se conforman con algo de comer o  ropa de abrigo. En ningún caso aceptan la invitación de llegar a Cáritas, puesto que ahí van a intentar solucionar su problema, remediando el hambre o el vestido, pero eso no cubre las exigencias de la explotación del degenerado que las envía. Otras veces es solo el modo de vida (la mendicidad) para no trabajar.

Cuando abrí la puerta encontré a una señora rondando los cincuenta y tantos años, bien vestida y decorosamente arreglada, con peinado moderno de peluquería y una tablet en la mano. Me dio “los buenos días” con  sonrisa de vendedora de perfumes. De inmediato pensé que me ofrecería alguno de sus exquisitos productos, o tal vez un suscripción a la última y exclusiva edición escrita o en ibook del diccionario de Esperanto.

Pues también erré. La señora indagaba sobre mi conocimiento y lectura de la Biblia. ¿Conoce usted la Biblia?, me dijo. Bueno, un poco, le respondí.  ¿La ha leído?, insistió. Pues sí, de joven me propuse leerla entera desde el primer libro al último y lo conseguí, le contesté.

A estas alturas ya me percaté de que se trataba de una testigo de Jehová, aunque me despistaba que no llevara acompañante; posteriormente pensé que su nivel de preparación y valentía testimonial podrían sustituir la presencia del segundo testigo.

Pero –volvió a atacar la testigo señora- ¿entiende usted lo que lee? Respuesta: Creo que sí,  aunque a veces los escritos son tan enrevesados que necesito releerlos y para entender algo. Evidentemente yo me refería a cualquier texto que cayera en mis manos, pero ella creyendo que me refería a la Biblia se ofreció para iniciarme en su  lectura y estudio.

Le adelanté que tal estudio me interesaba mucho. Lo practico casi a diario, estoy en un grupo parroquial donde  leemos y analizamos algunos libros  de la Biblia y me ayudo con mis conocimientos de Latín y Griego.

En este punto de la conversación la testigo lanza su dardo más mortífero: ¿Cómo interpreta usted los textos que lee? No sé si la inquisidora quiere que yo le explique en la puerta de la calle los textos de los 73 libros, que contiene la Biblia. Ante mi impotencia para explicarle todos los textos en unos instantes, me insiste afirmando que  en todas las biblias dice lo mismo. Lo mismo sí, añado, pero con expresiones distintas. Según las  traducciones, pero el contenido es el mismo, le digo. Lo que no la convence.

Me espeta de pronto, que nosotros (creo que se refiere a los cristianos católicos) no respetamos el nombre que da La Biblia a dios: Jehová, y le hemos puesto otro nombre: “Ja”. Mi asombro es mayúsculo, nunca he leído ese nombre en ningún texto bíblico, así se lo comunico. Pero no se apea del burro. Insiste con la misma afirmación dos, tres, cuatro veces.

Se me va tensando el genio. Le comunico que “dios” es un nombre genérico (Zeus lo llamaban los griegos y Júpiter los romanos) que lo llamamos de distintos modos según culturas para entendernos, de acuerdo a nuestras tradiciones y creencias; que es simbólico. Poner nombre a alguien es, bíblicamente, tener dominio sobre él y me parece que no estamos por encima de Dios. Sigue en su terquería: Pues si Dios no tiene nombre ¿cómo santifican ustedes  su nombre?

Ya no puedo más. Despido a la señora insistente con toda la educación que tengo, le deseo buen día y cierro la puerta.

Pienso: Cuánta incultura tenemos en temas de religión. Qué poca modestia para tapar nuestra ignorancia. Qué atrevimiento publicar las simplezas que nos han inculcado sin contrastar la certeza de tantas afirmaciones.  Qué descaro ir por las calles y casa por casa intentando convencer de idioteces tan grandes. Asombra el cinismo de utilizar aulas o centros catequéticos, para imbuir como verdades de fe lo que solo son afirmaciones culturales y costumbres de un tiempo pasado.

No, no estoy refiriéndome sólo a la señora visitadora y al grupo que la respalda. También incluyo a muchos catequistas, profesores de religión, sacerdotes y un número muy alto de responsables de tantas religiones. Y desde luego en el grupo de los necesitados de conocimientos y estudio yo estoy muy cerca de la cabeza.

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