Opinión

“Este pobre gritó y el Señor lo escuchó”(Sal, 34-7)

| Domingo, 18 de Noviembre del 2018
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Con esta bella y esperanzada expresión del salmista la Iglesia celebra por segundo año en este domingo XXXIII del tiempo ordinario la Jornada Mundial de los Pobres. Una jornada que digámoslo ya, pone el foco en el problema más vergonzante y grave que sigue azotando a la humanidad y que dada su continua permanencia a lo largo de la historia pareciera insuperable. La erradicación de la pobreza es sin lugar a dudas el “debe” más importante que esta sociedad autosuficiente y desarrollada tiene aún pendiente de superar para poder calificarse como digna y definirse cristianamente como una comunidad de amor.

Porque aunque haya pasado una época donde el hecho de vivir constituía para la inmensa mayoría de los hombres una tortuosa experiencia, esta civilización tecnológica de inventos impresionantes sigue sin tener aprobada aun la imprescindible asignatura troncal de la carrera en que está sumida y que la faculta para ejercer como una verdadera comunidad solidaria y fraterna, vocación a la que está llamada y que todas las personas de buena voluntad desean.

            La Iglesia con el papa Francisco, en su vocación ineludible y prioritaria  de ser testigo del inmenso amor de Dios hacia los desfavorecidos, ha instaurado esta jornada como aldabonazo a las conciencias no sólo de los cristianos sino de todos seres humanos comprometidos con la solidaridad. Una jornada que  teniendo origen eclesial pretende llegar a todos los habitantes del planeta como singo de fraternidad. Una jornada así mismo, que en palabras del Papa Francisco, está llamada a ser una de las grandes Jornadas de reflexión, oración y acción que la Iglesia Católica ha de celebrar cada año en su continuo afán por construir el Reino de Dios entre los hombres y manifestar su amor preferencial por los pobres.

            Porque mientras exista la pobreza, el Reino de Dios estará inconcluso, la misma Creación tampoco se verá satisfecha, extremo que hoy solo depende de nosotros pues Dios ya lo ha hecho posible enviando a su Hijo y sigue poniendo todo de su parte a través del Espíritu que nos ha sido dado; por eso el salmista clama y lanza “Este pobre gritó y el Señor lo escuchó» y que S. Pablo recoge también en su Carta a los Romanos: "La creación, en efecto, fue sometida a la vanidad, no espontáneamente, sino por aquel que la sometió, en la esperanza de ser liberada de la servidumbre de la corrupción para participar en la gloriosa libertad de los hijos de Dios. Pues sabemos que la creación entera gime hasta el presente y sufre dolores de parto. Y no sólo ella; también nosotros, que poseemos las primicias del Espíritu, nosotros mismos gemimos en nuestro interior anhelando el rescate de nuestro cuerpo." (Rom. 20,23)gemido anhelante del que la pobreza material y espiritual, (no siempre coincidente) de millones de seres humanos, de hermanos, continúa siendo una de las trabas más severas.

            Si el problema gravísimo de la pobreza como decía más arriba es una constante en la historia de la humanidad y en la historia de la Salvación, parece evidente que la causa de que exista penuria, indigencia material tendremos de buscarla en la pobreza espiritual, aquella que nos impide sintonizar tanto con el cuidado de la casa común, (Laudato si), con los bienes que Dios ha puesto a disposición de todo el género humano, no sólo de unos cuantos, como con las situaciones de precariedad, marginación e injusticia que sufren millones de personas.

            Hoy, a pesar de existir avances en la concienciación ciudadana de que la pobreza puede y debe ser erradicada, que no siempre fue una preocupación social, continúan existiendo desgraciadamente enormes y oscuros intereses económicos, comerciales, armamentísticos, dudoso control político de las ayudas en los países que deben ser beneficiarios, causas todas que impiden dedicar y aplicar partidas suficientes y efectivas para erradicar la pobreza.

            Esta tragedia humana no será superada mientras cada uno de nosotros no la interioricemos y la hagamos cuestión propia, mientras no consideremos al empobrecido como un ser que habita y es miembro de nuestra propia casa y familia común. La Creación, el Reino de Dios espera que así sea. Los pobres gritan, escuchémoslos nosotros también con el corazón. Los pobres también esperan que así sea.

Fermín Gassol Peco

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