Opinión

Una mujer contra un Imperio

Daniel Cuadrado Morales | Martes, 20 de Noviembre del 2018
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“No hay elección. Ganar la batalla o perecer, tal es mi decisión de mujer, allá los hombres si queréis vivir como esclavos.”

Estas son las palabras que el historiador romano Tácito pone en boca de la reina de los icenos, Boudica, antes de lanzarse a la batalla final contra las legiones romanas, un broche que habría de poner fin a una revuelta de un año en la que decenas de miles de personas perdieron vida. ¿Quién fue Boudica? ¿Qué la impulsó a levantarse de esa forma contra la todopoderosa Roma?

Boudica —a veces llamada Boadicea— fue una mujer britana de ascendencia noble, perteneciente a una de las tribus celtas que poblaban el territorio antes de la llegada de los romanos: los icenos. Esta tribu fue una de las que en el año 43 d.C se rindieron ante la llegada de las legiones romanas, venidas a conquistar el territorio. En este tiempo Boudica apenas era una niña. Tiempo después contrajo matrimonio con Prasutago, y juntos gobernaron el reino iceno como aliados de Roma, alianza obtenida mediante un pacto por el cual los icenos se comprometían al pago de tributos y a aportar guerreros que sirviesen como tropas auxiliares.

Al principio las cosas parecieron ir bien  para todos pero aquello fue solo un espejismo. Los reyes se vieron forzados a pedir un préstamo a Roma para poder seguir pagando los tributos exigidos y garantizar la subsistencia de su propio pueblo.

Un rey muerto y un testamento

Entre los años 59 y 60d.C, el esposo de Boudica, Prasutago, contrajo una enfermedad que terminó por costarle la vida. Sin embargo antes de morir, Prasutago intentó asegurare de que sus hijas y su mujer, tuviesen el futuro garantizado. En su testamento, el rey dividía el reino en dos mitades, una que pasaría al emperador Nerón, y otra que heredarían sus dos hijas cuando fuesen mayores, quedando la regencia en manos de Boudica. Quiso el destino, que en Britania las cosas estuviesen demasiado revueltas y que Cato Deciano, un procurator —recaudador de impuestos—, tuviese las manos libres para hacer y deshacer a su antojo debido a que el gobernador del territorio, el general Cayo Suetonio Paulino, se hallase en el norte con la mitad de las legiones, combatiendo a los druidas en la remota y tenebrosa isla de Mona. Cato, creyendo que podía sacar mucho beneficio, ignoró el testamento y entro en el territorio iceno con intención de arrebatarles las tierras y despojar a Boudica de sus poderes. No contento con el saqueo y la extorsión, Cato Deciano ordenó desnudar a la reina y atarla a un poste en el centro de la ciudad. Allí la azotaron brutalmente mientras que los legionarios violaban a las niñas pequeñas por turnos. Incluso los romanos de la época criticaron aquel comportamiento rastrero e indigno. Boudica se recuperaría de sus heridas, y sus hijas también. La reina destronada buscaba venganza y sangre, y, después de sufrir lo que sufrió, no era para menos.

El alzamiento de Boudica

La reina quería venganza, y su pueblo la seguiría. Pero necesitaban aliados. Boudica los encontró entre la tribu de los trinovantes, al sur de su territorio. Los trinovantes llevaban años de lucha contra Roma por la pérdida de sus tierras. El primer objetivo de Boudica fue la ciudad de Camuloduno, la capital romana en Britania, escasamente defendida por algunos soldados veteranos y sin muros lo bastante fuertes para resistir el ataque de decenas de miles de britanos. Durante varios días la ciudad fue objeto de saqueos e incendios. Los últimos supervivientes se refugiaron en el odiado templo de Claudio y Boudica ordenó prenderle fuego con todos dentro. Tras su marcha, Camuloduno era una ruina en llamas. Cato Deciano, el culpable de todo, huyó cobardemente a la Galia donde su rastro se pierde.

Los romanos reaccionaron enviando un destacamento de 2.500 hombres de la legión IX Hispana. Los legionarios no serían como los civiles a los que habían asesinado los icenos y sus aliados. Sin embargo, Boudica se las ingenió para tender una emboscada que masacró por completo a las tropas romanas. Tan sólo su comandante y unos pocos jinetes lograron escapar a la matanza.

Para entonces Suetonio Paulino y sus dos legiones había llegado a la zona de conflicto y ordenaban la evacuación de Londinium —actual Londres—, ante la imposibilidad de defenderla. Sin ejército para defenderse, Londinium fue saqueada e incendiada hasta sus cimientos por las fuerzas de Boudica, que no mostró piedad al masacrar a los habitantes que quedaban. Hoy en día aún se pueden ver restos del gigantesco incendio causado por la reina en su guerra de venganza.

La batalla final

El poder de Roma en Britania estaba en entredicho, una mujer estaba consiguiendo lo que nadie había logrado en decenas de años: derrotar a los romanos una y otra vez.  El nombre de Boudica, que significa Victoria, aterrorizaba al enemigo, que creían que era invencible. El historiador romano Dión Casio la describe así:

“...alta y de aspecto terrible, con una cabellera leonada que le llegaba a la cintura. Iba vestida con un torque de oro en el cuello y una túnica de muchos colores y encima un manto grueso que sujetaba con un broche. Siempre que hablaba lo hacía con una lanza en la mano para inspirar temor a sus enemigos.”

Por la descripción, realizada muchísimos años después, no cabe duda de que Boudica era una mujer carismática.

Tras sus ataques sobre Camuloduno y Londinium y tras la aniquilación de media legión IX, las hordas de Boudica cayeron terriblemente sobre Verulamio, ciudad que fue también devastada.

El gobernador Suetonio Paulino, un general hábil, despiadado y con grandes dotes de estrategia reunió a las tropas que tenía a su inmediata disposición: Las legiones XIV y XX y algunas unidades auxiliares y de caballería. Poco más de diez mil hombres para tratar de frenar el avance de Boudica, que contaba con más cien mil guerreros, entre los que había hombres, mujeres, y gente de toda condición. Lo que había empezado como guerra de venganza se había transformado en un clamor por la libertad.

El choque final se produjo en un terreno que favorecía a los romanos, que tenían sus flancos y retaguardia protegidos por un desfiladero y extensos bosques. Los britanos sólo podían atacarles de frente, atravesando un cuello de botella que reducía la ventaja de su ingente número. Confiados en su victoria, habían dejado en retaguardia cientos de carros con sus familias para que pudiesen presenciar el triunfo final. Los celtas atacaron en tropel y fueron recibidos por más de ocho mil jabalinas que los romanos lanzaron contra la masa. Sin armaduras, y con el torso desnudo y pintado de azul en muchos casos, miles de britanos cayeron en los primeros compases de la batalla, lo que provocó un apelotonamiento de efectivos. Suetonio ordenó entonces el avance de su infantería pesada, legionarios protegidos por sus grandes escudos, corazas y cascos y armados con espadas cortas que masacraron a los britanos, que no podían huir ni retirarse porque sus propios carros les impedían el repliegue. De nada les sirvió su tremendo número.

Al menos ochenta mil britanos murieron en la batalla de Watling Street, contra unas pérdidas mínimas por parte de Roma. La rebelión tocó a su fin, y las represalias de los romanos fueron terribles. De Boudica y sus hijas no sabemos exactamente qué les pasó. Se cree que, tras la derrota, la reina y sus pequeñas ingirieron veneno para evitar ser capturadas y fueron enterradas con honores, sin que sepamos dónde.

Hoy en día, Boudica es considerada una heroína en Inglaterra, por desafiar el poder romano y una estatua suya se alza frente al parlamento inglés.

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