“No hay elección.
Ganar la batalla o perecer, tal es mi decisión de mujer, allá los hombres si
queréis vivir como esclavos.”
Estas son las palabras que el historiador romano Tácito pone
en boca de la reina de los icenos, Boudica, antes de lanzarse a la batalla
final contra las legiones romanas, un broche que habría de poner fin a una
revuelta de un año en la que decenas de miles de personas perdieron vida.
¿Quién fue Boudica? ¿Qué la impulsó a levantarse de esa forma contra la
todopoderosa Roma?
Boudica —a veces llamada Boadicea— fue una mujer britana de
ascendencia noble, perteneciente a una de las tribus celtas que poblaban el
territorio antes de la llegada de los romanos: los icenos. Esta tribu fue una
de las que en el año 43 d.C se rindieron ante la llegada de las legiones
romanas, venidas a conquistar el territorio. En este tiempo Boudica apenas era
una niña. Tiempo después contrajo matrimonio con Prasutago, y juntos gobernaron
el reino iceno como aliados de Roma, alianza obtenida mediante un pacto por el
cual los icenos se comprometían al pago de tributos y a aportar guerreros que
sirviesen como tropas auxiliares.
Al principio las cosas parecieron ir bien para todos pero aquello fue solo un
espejismo. Los reyes se vieron forzados a pedir un préstamo a Roma para poder
seguir pagando los tributos exigidos y garantizar la subsistencia de su propio
pueblo.
Un rey muerto y un
testamento
Entre los años 59 y 60d.C, el esposo de Boudica, Prasutago,
contrajo una enfermedad que terminó por costarle la vida. Sin embargo antes de
morir, Prasutago intentó asegurare de que sus hijas y su mujer, tuviesen el
futuro garantizado. En su testamento, el rey dividía el reino en dos mitades,
una que pasaría al emperador Nerón, y otra que heredarían sus dos hijas cuando
fuesen mayores, quedando la regencia en manos de Boudica. Quiso el destino, que
en Britania las cosas estuviesen demasiado revueltas y que Cato Deciano, un
procurator —recaudador de impuestos—, tuviese las manos libres para hacer y
deshacer a su antojo debido a que el gobernador del territorio, el general Cayo
Suetonio Paulino, se hallase en el norte con la mitad de las legiones,
combatiendo a los druidas en la remota y tenebrosa isla de Mona. Cato, creyendo
que podía sacar mucho beneficio, ignoró el testamento y entro en el territorio
iceno con intención de arrebatarles las tierras y despojar a Boudica de sus
poderes. No contento con el saqueo y la extorsión, Cato Deciano ordenó desnudar
a la reina y atarla a un poste en el centro de la ciudad. Allí la azotaron
brutalmente mientras que los legionarios violaban a las niñas pequeñas por
turnos. Incluso los romanos de la época criticaron aquel comportamiento
rastrero e indigno. Boudica se recuperaría de sus heridas, y sus hijas también.
La reina destronada buscaba venganza y sangre, y, después de sufrir lo que
sufrió, no era para menos.
El alzamiento de
Boudica
La reina quería venganza, y su pueblo la seguiría. Pero
necesitaban aliados. Boudica los encontró entre la tribu de los trinovantes, al
sur de su territorio. Los trinovantes llevaban años de lucha contra Roma por la
pérdida de sus tierras. El primer objetivo de Boudica fue la ciudad de
Camuloduno, la capital romana en Britania, escasamente defendida por algunos
soldados veteranos y sin muros lo bastante fuertes para resistir el ataque de
decenas de miles de britanos. Durante varios días la ciudad fue objeto de saqueos
e incendios. Los últimos supervivientes se refugiaron en el odiado templo de
Claudio y Boudica ordenó prenderle fuego con todos dentro. Tras su marcha,
Camuloduno era una ruina en llamas. Cato Deciano, el culpable de todo, huyó
cobardemente a la Galia donde su rastro se pierde.
Los romanos reaccionaron enviando un destacamento de 2.500
hombres de la legión IX Hispana. Los legionarios no serían como los civiles a
los que habían asesinado los icenos y sus aliados. Sin embargo, Boudica se las
ingenió para tender una emboscada que masacró por completo a las tropas
romanas. Tan sólo su comandante y unos pocos jinetes lograron escapar a la
matanza.
Para entonces Suetonio Paulino y sus dos legiones había
llegado a la zona de conflicto y ordenaban la evacuación de Londinium —actual
Londres—, ante la imposibilidad de defenderla. Sin ejército para defenderse,
Londinium fue saqueada e incendiada hasta sus cimientos por las fuerzas de
Boudica, que no mostró piedad al masacrar a los habitantes que quedaban. Hoy en
día aún se pueden ver restos del gigantesco incendio causado por la reina en su
guerra de venganza.
La batalla final
El poder de Roma en Britania estaba en entredicho, una mujer
estaba consiguiendo lo que nadie había logrado en decenas de años: derrotar a
los romanos una y otra vez. El nombre de
Boudica, que significa Victoria, aterrorizaba al enemigo, que creían que era
invencible. El historiador romano Dión Casio la describe así:
“...alta y de aspecto terrible, con una cabellera leonada
que le llegaba a la cintura. Iba vestida con un torque de oro en el cuello y
una túnica de muchos colores y encima un manto grueso que sujetaba con un
broche. Siempre que hablaba lo hacía con una lanza en la mano para inspirar
temor a sus enemigos.”
Por la descripción, realizada muchísimos años después, no
cabe duda de que Boudica era una mujer carismática.
Tras sus ataques sobre Camuloduno y Londinium y tras la
aniquilación de media legión IX, las hordas de Boudica cayeron terriblemente
sobre Verulamio, ciudad que fue también devastada.
El gobernador Suetonio Paulino, un general hábil, despiadado
y con grandes dotes de estrategia reunió a las tropas que tenía a su inmediata
disposición: Las legiones XIV y XX y algunas unidades auxiliares y de
caballería. Poco más de diez mil hombres para tratar de frenar el avance de
Boudica, que contaba con más cien mil guerreros, entre los que había hombres,
mujeres, y gente de toda condición. Lo que había empezado como guerra de
venganza se había transformado en un clamor por la libertad.
El choque final se produjo en un terreno que favorecía a los
romanos, que tenían sus flancos y retaguardia protegidos por un desfiladero y
extensos bosques. Los britanos sólo podían atacarles de frente, atravesando un
cuello de botella que reducía la ventaja de su ingente número. Confiados en su
victoria, habían dejado en retaguardia cientos de carros con sus familias para
que pudiesen presenciar el triunfo final. Los celtas atacaron en tropel y
fueron recibidos por más de ocho mil jabalinas que los romanos lanzaron contra
la masa. Sin armaduras, y con el torso desnudo y pintado de azul en muchos
casos, miles de britanos cayeron en los primeros compases de la batalla, lo que
provocó un apelotonamiento de efectivos. Suetonio ordenó entonces el avance de
su infantería pesada, legionarios protegidos por sus grandes escudos, corazas y
cascos y armados con espadas cortas que masacraron a los britanos, que no
podían huir ni retirarse porque sus propios carros les impedían el repliegue.
De nada les sirvió su tremendo número.
Al menos ochenta mil britanos murieron en la batalla de
Watling Street, contra unas pérdidas mínimas por parte de Roma. La rebelión
tocó a su fin, y las represalias de los romanos fueron terribles. De Boudica y
sus hijas no sabemos exactamente qué les pasó. Se cree que, tras la derrota, la
reina y sus pequeñas ingirieron veneno para evitar ser capturadas y fueron
enterradas con honores, sin que sepamos dónde.
Hoy en día, Boudica es considerada una heroína en
Inglaterra, por desafiar el poder romano y una estatua suya se alza frente al
parlamento inglés.
{{comentario.contenido}}
"{{comentariohijo.contenido}}"
Domingo, 1 de Junio del 2025
Lunes, 2 de Junio del 2025
Lunes, 2 de Junio del 2025