¿Dónde van todos estos hombres sin
cabeza? Son una gota de agua que cae de un grifo mal cerrado. Son un grano de arena en la playa.
No ven, no sienten, no escuchan el rumor del aire, no saben que solo son el
polvo de una estrella que murió hace tiempo. Andan por andar, hablan pero no
escuchan, recorren los territorios hostiles de la ciudad. Frente a ellos está
la senda que los llevaría hacia un lugar donde el sonido de la grulla te
despierta, donde la brisa acaricia la hierba y la flor de loto se abre para
darte la bienvenida. Por esa senda van Basho y Sora, su discípulo y amigo. Con
serenidad miran todo lo que se van encontrando en el camino, se detienen para
observar cómo crece el moho sobre una piedra, no tienen prisa. Basho escribe en
prosa sosegada sus notas de viaje y las va entrelazando con poemas cortos,
delicados haikus.
El viaje poético y espiritual
Cuando
en 1993 Antonio Cabezas publicó su versión del diario del poeta Matsuo Basho
(1644-1694), Senda hacia tierras hondas
(Senda de Oku), aquel se hacía eco de la dificultad que
significaba traducir los textos japoneses, empezando por el título de esta
parte de la prosa y la poesía de Basho, el gran maestro del haiku japonés del
siglo XVII. Así consignaba las diferentes traducciones de este título: Senda hacia el norte hondo (Yuasa Nobuyuki,
1966); el mismo año Earl Miner lo tradujo como Senda a través de las provincias; luego
Cid Corman y Kamaike Susumu lo tradujeron (siempre al inglés) como Caminos perdidos hacia pueblos lejanos (1968); en
ese mismo año René Stieffert, en su traducción al francés le puso el título de Senda del fin del mundo;en 1974, Dorothy Britton lo
traduce como La senda estrecha de
Basho hacia una provincia lejana; y, finalmente, Manuel Luca
de Tena y Alan Boot sugieren el título de Sendas al final del más
allá (en su libro Destino Japón, 1992).
Para Beñat Arginzoniz, dentro de la cronología de la obra que vamos a comentar,
es simplemente Sendas de Oku (2019).
Todas estas posibles traducciones coinciden en que el libro trata de un viaje,
un viaje físico y poético que es central en la obra del poeta japonés, pero
también los es el viaje espiritual.
“La
conversión al Zen de Basho se produjo entre los 38 y 39 años de edad. A los 40
se dio cuenta de que su retiro semimonacal en Villa Platanero no bastaba y
decidió lanzarse a viajar” (Antonio Cabezas). Hizo varios viajes durante los
cuales escribió los correspondientes diarios. Murió en Osaka cuando solo tenía
cincuenta años. Ahora el poeta Beñat Arginzoniz ha traducido la Poesía completa de Basho (Ediciones el Gallo de
Oro, 2019). Para elaborar sus versiones de esta poesía completa y anotada ha
seguido la edición original (2008) de un grupo de investigadores japoneses.
También se ha servido de la traducción al inglés (2013), al francés (2014) y al
portugués (2016). Arginzoniz, además, ha utilizado todas las notas que se han
publicado en la edición nipona, con sus posteriores traducciones: “Estas notas
son imprescindibles para la correcta comprensión de los haikus, por lo que
también han sido incluidas en este libro, además las he complementado con mi
propia labor de investigación y con observaciones personales”.
Por
si no fuera de por sí ya esta edición lo suficientemente atractiva como para no
dejar de comprarla, Arginzoniz puntualiza: “¡Más de medio millar de haikus
inéditos!, aproximadamente 700 haikus de estos 1.012 que ofrece esta edición de
su poesía completa no han sido nunca antes volcados al castellano”. O sea, que
este volumen de la Poesía completa de
Basho es un libro imprescindible para cualquier lector amante de la poesía en
general y de la poesía japonesa en particular.
No
solo este libro es indispensable por las razones antes señaladas, sino que leer
todos los haikus del gran poeta japonés transforma la manera que tenemos en
Occidente de mirar la naturaleza, el espacio en general y “el sentimiento de
las cosas” (título de un librito sobre poesía clásica japonesa traducido al
francés por el poeta, escritor y matemático del grupo l’Oulipo Jacques Roubaud, Mono no aware (le sentiment des choses), hace
49 años, y que yo leí en la versión española de 1972).
La visión interior
En unas declaraciones del mismo Jacques Roubaud a Françoise Siri (9 junio 2016), decía el poeta francés: “Un poema es un objeto artístico cuatridimensional del lenguaje: para la página (es decir, para el ojo), para el oído (lo que oímos), para la voz (lo que pronunciamos) y para una visión interior” (“Un poème est un objet artistique de langue à quatre dimensions: pour la page (c’est-à-dire pour l’œil), pour l’oreille (ce que nous entendons), pour la voix (ce que nous prononçons) et pour une vision intérieure”). Sin duda los haikus de Basho cumplen estos cuatros requisitos de lo que un poema debería ser según Jacques Roubaud.
No
toda la poesía en general cumple con el requisito último que señala el poeta
francés: el de la “visión interior”, especialmente en el siglo XXI. En
Occidente en particular, donde estamos acostumbrados más bien a la poesía
discursiva y emocionalmente efectista, salvo la poesía mística (y en el Oriente
cercano la sufí, es decir, la mística islámica), son escasos los poetas
occidentales que podamos decir que su obra posee una “visión interior”. En la
poesía española del siglo veinte se puede encontrar esa visión interior en
algunos poemas del último Juan Ramón Jiménez, de Antonio Machado, de José Ángel
Valente y de Claudio Rodríguez.
En
Occidente lo que sí abunda es la poesía filosófica, intelectual, coloquial,
neorromántica, ecologista, etcétera. Una poesía que partiendo de la realidad
más sencilla, con una muy rigurosa economía de palabras, la podemos hallar
actualmente en poetas como el marroquí Mohamed Beniz (un poeta muy afín a
Stéphane Mallarmé y a la mística islámica) o, en español, José Corredor Matheos
(especialmente en El don de la ignorancia, 2004).
Y por si alguien tiene dudas sobre lo que consideramos como poesía con una
“visión interior”, la “micro poesía” de algunos poetas occidentales es tan
racionalista, tan intelectual, que difícilmente podemos decir que posea ningún
tipo de “visión interior” aunque no carezca de una profundidad indiscutible.
Pero volvamos al libro que nos concierne: La poesía completa de
Basho.
La mirada poética del haikú
Mirar
no es igual que ver, ya lo hemos dicho en otros ensayos como Poesía y percepción (1984), pero la mirada del
haikú, y por tanto la de Basho, es muy diferente a lo que nosotros hemos
llamado “la mirada poética”: el haikú más puro describe lo que mira, quizás
después de una larga contemplación aprendida en el Zen, se detiene en las cosas
más sencillas que pasan inadvertidas para el apresurado observador occidental.
“La
forma normal de los poemas zen es el haikú, un
poema de tres versos (5-7-5 sílabas) que se implantará definitivamente con la
escuela de Matsuo Basho en el siglo XVII. Un haikú exige
‘concentración, intensidad de visión, sentimiento y elipsis’. El haikú pretende actuar como una piedra lanzada en
el estanque de la mente del que lo escucha o lee. Es poesía vivida, experiencia
poética recreada, invitando al lector o al que lo oye a participar más que a
quedar mudo de emoción, en tanto que el poeta desaparece de la escena. Octavio
Paz llega a afirmar que “el haikú es satori” (Mariano Antolín y Alfredo Embid, Introducción al budismo zen, 1972). Por satori se entiende la plenitud del presente,
iluminación momentánea en la que cualquier proceso temporal se ve anulado,
vaciado de contenido intelectual, es decir, lo que nosotros llamamos la “mirada
poética” en su estado más puro antes de que esa mirada se convierta en verso.
La
mejor poesía es acontecimiento, un acontecer que se da solo después de un lento
periodo de contemplación (de reflexión en buena parte de la poesía occidental).
La lentitud no es la quietud idiotizante, sino una forma de acariciar el mundo
con la mirada. Si bien en general la poesía a partir del siglo XIX quiere ser
poesía urbana, apropiándose del lenguaje, de las circunstancias humanas y de
las imágenes de la ciudad, en los últimos tiempos hemos podido constatar cómo
va aumentando una poesía de la naturaleza, del campo, impulsada por la
influencia del ecologismo militante. En este sentido, La poesía completa de Matsuo Basho, puede ser una
gran aliada para los nuevos poetas.
En
la introducción de Beñat Arginzoniz el traductor nos dice: “las notas [a pie de
página son] de un valor incalculable, extraídas de la edición nipona, que
sitúan cada poema en su contexto histórico y vital […] además las he
complementado con mi propia labor de investigación y con observaciones
personales”. El esfuerzo del traductor no termina ahí, sino que también ha
creído “necesario someterlos [los haikús de Basho] a la métrica de 5-7-5
sílabas utilizada en haikú en español”.
Sin
duda son admirables todas estas aportaciones personales del traductor,
especialmente la de adaptar los versos japoneses a la métrica española, pero no
obstante es posible que en esa ardua tarea se haya perdido parte del placer de
leer sin quizás entender del todo lo que se lee, asunto que también es
recomendable a veces para disfrutar de la poesía. Es decir, los haikús de Basho
se pueden leer sin prestar atención a las notas, aunque no los entendamos del
todo, porque lo poético trasciende la lógica, nos lleva a otro espacio de las
emociones humanas que no requieren la comprensión sino la inmersión
incondicional en el mundo que nos propone el poema. Por estas razones estoy muy
de acuerdo con lo que escribe Beñat Arginzoniz en su introducción cuando dice
que “la polisemia interpretativa es un elemento básico en el haikú japonés. De
modo que sólo un poeta puede realizar con éxito este trasvase, consiguiendo una
mejor afinación de la palabra y dejando el poema abierto como una rosa para que
su latido pueda ser sentido por todos”.
Además
de la introducción, la exégesis final y la cronología de la vida y la obra de
Basho, este volumen está dividido en siete partes que nos permiten constatar la
evolución de la poesía del escritor nipón: I Primeros poemas (1662-1674); II El
poeta profesional (1675-1679); III Un retiro en la naturaleza, una vida
religiosa (1680-1683); IV Viajes de Basho como poeta (1684-1688); V Viaje de
Basho al interior (1689); VI En la cima y todavía viajando (1690-1691); VII
Basho descubre el secreto de la grandeza en la vida y en la poesía (1692-1694).
La
sección V contiene los haikús que Basho escribiera en uno de sus cuadernos de
viaje (que ya hemos mencionado) y que, a mi entender, es pura poesía en prosa: Senda hacia tierras hondas (Senda de Oku), en la
versión española de Antonio Cabezas. Con solo echar un vistazo a algunos haikús
de esa edición y compararlos con las versiones de Beñat Arginzoniz podemos
constatar la dificultad que implica la traducción de estos poemas cortos:
Se va la primavera.
Lloran las aves, son lágrimas
los ojos de los peces.
(Antonio Cabezas)
Las aves tristes,
se va la primavera.
Los peces lloran.
(Beñat Arginzoniz)
Sin
poder comparar estas dos versiones con su original en japonés es indiscutible
que la primera parece más racional (dentro de una racionalidad un tano
surrealista): lloran las aves y son lágrimas los ojos de los peces. La segunda
versión, aunque diferente en muchos aspectos (las aves están tristes, no
lloran, y los peces lloran, no es que sus ojos sean lágrimas), nos producen la
misma emoción por el verso que es la clave de todo el poema y en el que
coinciden las dos traducciones: “se va la primavera”.
Beñat
Arginzoniz hace una gran aportación respecto a este haikú en la sección de sus
exégesis (al final del libro), donde escribe lo siguiente: “Es la tristeza que
emana del mundo por su naturaleza efímera. El poema es como un río que tiene
anillos de silencio y cabelleras de sombra, su rumor es el de los desaparecidos
y en su temblor se reflejan las estrellas y florecen jardines invisibles. Es la
melancolía por lo perdido, el doloroso amor por la vida”.
La poesía es el dios de los
caminantes
Se
desliza el recuerdo y la mirada poética, pero no todo es melancolía, de por sí
el viaje es acción, movimiento lento, más movimiento, el poeta hace “del viaje
su morada” y dice “no he parado de abrigar pensamientos de vagabundo”, sus
plegarias van dirigidas a “el dios de los caminantes” (Sendas de Oku). ¿Quién será ese dios que
acompaña al caminante a todas partes, que se muestra en la piedra y en la nube,
en la gota de agua y en el grano de arena?
¡Qué
difícil es no saber, despojarse del pesado fardo de la información que
contamina nuestra existencia, por necesaria que sea para sobrevivir en la
jungla contemporánea! Si acallamos esos ruidos que diariamente nos rodean,
aunque solo sea por un instante, y escogemos la senda de la Poesía completa de Basho, si decidimos caminar
con sus haikús y con los textos (“exégesis poética”) de Beñat Arginzoniz,
podremos encontrar un remanso de paz en movimientos lentos, arropados quizás
por ese dios de los caminantes que habita en la poesía de Basho.
Esa
lentitud tan deseada nos permitirá ver la realidad de otra manera. Como escribe
el traductor: “Basho nos regala aquí una mirada esencialmente inocente. Quizá
solo un niño pueda comprender qué es la risa de las flores.
La infancia misma es un estado poético. Este haikú como los niños está en la
vida y por ello la refleja sin filtros”. Arginzoniz se refiere al siguiente
poema de Basho: “La suave brisa, / la risa de las flores: / Es primavera”.
La
poesía es el dios de los caminantes, atrévete, empieza a andar por la senda de los
haikús y aprenderás a mirar a la realidad simplemente como es. Que no solo te
detengan los semáforos, párate en cualquier lugar, mira a tu alrededor y
encontrarás la belleza que puede haber hasta en los escombros, o en la grieta
de una pared donde crece el ailanto, “árbol del cielo”. Nada más que decir,
sobran las palabras.
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Viernes, 26 de Abril del 2024
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