Cuevas

En la cueva de Jesús Morales, un ejemplo de buena conservación y respeto a las tradiciones

Carlos Moreno | Sábado, 14 de Septiembre del 2019
{{Imagen.Descripcion}} Fotos de Francisco Navarro Fotos de Francisco Navarro

Jesús Morales nos ha mostrado la cueva que construyera su suegro, Ángel Huertas Andújar,. en la calle Ángel Izquierdo. Originariamente, la cueva era mayor, pero fue dividida con un muro de piedras en aquellas particiones que se hacían con pactos de palabra que valían más que cualquier documento . Muchos elementos de la cueva se inspiraron en los que el antiguo propietario vio en la denominada cueva de Malabá que le llamaron poderosamente la atención y así se le hizo saber a los tinajeros. "Me tenéis que hacer una as", les dijo y los  tinajeros, que eran unos maestros en el oficio, cumplieron. 

Persona muy conocida en la ciudad por los frecuentados talleres que llevan su nombre, Jesús Morales es uno de esos tomelloseros que otorga un gran valor a las tradiciones de la ciudad, que ha sabido dar su justa importancia a lo que hicieron nuestros antepasados y la cueva que conserva  impecablemente en su casa es el mejor ejemplo.

La visita a la cueva ha supuesto un feliz reencuentro. Se ha reincorporado la arquitecta Ana Palacios, que hacía tiempo que no nos acompañaba para inmortalizar con su cámara esos elementos constructivos de las cuevas que tanto le llaman la atención. Junto a los periodistas de La Voz se encuentra también, José María Díaz, que vuelve a recordarnos con ilusión que “en todas las cuevas que visitemos encontraremos siempre algo diferente”.

No será una excepción la de Jesús Morales que alberga en su interior diez tinajas de cemento de 500 arrobas de capacidad cada una. El relleno del hueco de la lumbrera es pista inequívoca de que antes hubo tinajas de barro. La cueva pudo construirse a finales del XIX. De  barro es también una tinaja de pequeña dimensiones que decora el patio y que fue rescatada de la bodega del Gallego. Antes de bajar a la cueva, Jesús nos muestra otra joya, una antigua Guzzi de sesenta años, que él mismo se ha encargado de restaurar y que reposa en un pequeño taller junto a una bicicleta de montaña con la que ha hecho el Camino de Santiago en dos ocasiones y por rutas diferentes.

No hace falta descender muchos peldaños de la escalera para comprobar el buen estado de la cueva. El propietario nos indica que “como antiguamente prendían las hogueras  dentro, se nota como el humo afectó a los tonos de los colores de la cueva”. Al contrario de lo que solemos hacer, hemos empezado a ver la cueva por arriba, en el empotrado que está rematado por una elegante moldura. El techo, en la pura tosca, sin apenas desprendimientos, roza nuestras cabezas y  una balaustrada de hierro pintada en verde nos protege de las alturas. La mayoría de las tinajas tienen como elemento decorativo unas molduras con  tres estrías en las bocas, algo que según apunta el experto José María Díaz, no era muy frecuente. La mañana está metida en agua y  lla lumbrera está tapada, pero Jesús la abre amablemente para que los fotógrafos dispongan de su elemento más preciado: la luz.

La cueva es abundante en elementos decorativos con ménsulas, medallones, plafones y rabos estriados entre las tinajas que combinan el color gris del cemento con el tono granate de la parte más baja. Una parte del empotrado está en verde. La combinación de tantos colores resulta agradable. Las tinajas fueron enlucidas con cemento blanco, un proceso laborioso que José María recuerda con todo detalle. “Había que darle un repaso con la llana cada tres o cuatro horas”. 

En algunas de las  tinajas aparece un agujero que simula un tapón y en dos de ellas los agujeros son reales.  Tienen su corcho correspondiente, agujeros que se colocaban a distintas alturas y que marcaban la calidad del vino que se extraía.  

Cuenta el propietario una curiosa historia que ocurrió con una tortuga que se perdió durante mucho tiempo y acabó apareciendo  en la pozata de la cueva, “luego duró mucho más tiempo, pero fue curioso el largo tiempo que permaneció aquí”. 

La visita llega a su fin y cuando salimos al patio el propietario hará que nos fijemos en la cubierta del porche. Esta sostenida por vigas de hierro de grandes dimensiones que son el soporte a una piscina construida en acero inoxidable. Subimos para ver la ingeniosa obra. Comprobamos que la genética emprendedora y de buscar soluciones para todo que tenían aquellos tomelloseros de las cuevas la siguen conservando ahora sus descendientes.


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