Ángela y el más joven de sus tres hijos, Alberto, nos han mostrado una cueva honda, bien encalada, que acoge tinajas de barro y de cemento. Y es que en realidad, son dos cuevas en lugar de una. 

A la cueva se accede por un preciosa y amplio corral manchego. La escalera es honda, de más de un metro de anchura y los peldaños revestidos en cemento. No es completamente recta, circunstancia que explica José María diciendo que “a veces lo cálculos y medidas que hacían los picadores podían producir alguna desviación”. Las paredes encaladas apenas tienen desprendimientos. El techo está en la pura tosca y contiene cuatro lumbreras, unas con desgarre piramidal y otras con desgarre circular por donde se introdujeron tinajas de cemento.

En total, hay 18 tinajas, trece de cemento de unas quinientas arrobas de capacidad, y cinco de barro, con capacidad para envasar trescientas arrobas. Las tinajas de cemento fueron construidas por “Los Cotas”, aunque hay algunas que llevan la mano de José María Díaz Benito, el padre de José María.  Las bocas de las tinajas están tapadas con serillas. 

La cueva tiene varios pocillos y el suelo es más alto en su parte central para reconducir mejor el mosto que pudiera derramarse. Cuenta la cueva con varios pilares de refuerzo. Los propietarios también la han dotado de una buena iluminación, una luz blanca que permite descubrir todos los rincones de la construcción. Entre los aperos encontrados vemos dos bombas y un remecedor, testigos eternos de la actividad vinatera que allí se realizó.

A Ángela la cueva le evoca entrañables recuerdos de infancia y de ahí que haya decidido conservarla en las mejores condiciones posibles. Lo ha conseguido sobradamente y hemos podido disfrutar de una cueva espectacular.