—Lector, que en este
preciso momento sostienes un libro de relatos policíacos, a ti me dirijo
—comunicó el comisario de policía—. El lienzo Podador Manchego ha sido robado del museo Antonio López Torres. Han profanado el templo que los tomelloseros
y tomellosanos dedicamos a la pintura. Nuestra ciudad ha sufrido un sacrilegio.
Ahora, que es imposible contemplar a ese podador comiendo gachas al resguardo
de su carro, ¿qué espejo van a tener nuestras costumbres y tradiciones? El
cuadro debe aparecer para evitar una profunda crisis de identidad en el pueblo.
En ti, lector, deposito mi confianza para devolverle a la ciudad su emblema.
El comisario de la
Policía Local de Tomelloso, Leopoldo, y su veterano inspector, Longinos, se
encontraban en la primera planta del museo, delante del hueco que había
generado en la pared la sustracción del cuadro. En la planta inferior, al pie
de la escalera lineal, aguardaban los sospechosos del robo: Ángel Carrasco,
artista que había exhibido sus cuadros durante dos semanas en la sala de
exposiciones, y Amanda, la empleada del museo. Ambos subían su mirada por la
escalera y observaban a los investigadores.
—¿Aún sigues leyendo?
—Recriminó Leopoldo, muy molesto—. ¡Te ordeno que despegues las narices del libro
y dejes inmediatamente de leer!
—Comisario —dijo
Longinos apartando la vista de su lectura—, ¿te dirigías a mí?
—¿A quién me iba a
dirigir si no? —Leopoldo le arrebató la obra de las manos—. ¿Pensabas encontrar
el cuadro entre las páginas de un libro de relatos?
—Solo estaba leyendo a
Plinio para inspirarme en sus métodos de razonamiento y esclarecer este robo.
Me asombra que un policía tan inteligente existiera en la realidad; los sucesos
escritos en la obra son completamente verídicos.
—¿Crees que estos
relatos policiales son verdaderos? —Leopoldo golpeó el pecho del inspector con
el libro—. A Don Quijote me recuerdas.
Longinos, ofendido,
agarró el volumen y ambos forcejearon intensamente.
—¿Están discutiendo por
un libro? —Se preguntó Ángel Carrasco.
—¡Dejen las
distracciones para otra ocasión —gritó Amanda mientras se deshacía en
lágrimas—, hay que recuperar el cuadro con la mayor celeridad posible!
El inspector recuperó
su lectura y descendió la escalera lineal rápidamente.
—Amanda, ¿qué ocurre?
—Preguntó, alarmado por el llanto.
—Había prevista para
hoy una visita de Antonio López García al museo —reveló sollozando—. El pintor
descubrirá que la obra magna de su tío ha desaparecido.
—La policía está
obligada a clausurar el museo hasta esclarecer lo sucedido. —El comisario se
incorporó a la conversación—. Cualquier evento queda anulado.
—Ya es imposible
cancelar el acto —corrigió Amanda—. Teniendo en cuenta que su llegada se había
fijado a las veinte horas, en este momento estará camino del pueblo.
—Hay que recuperar el
lienzo antes de la visita —reconoció el inspector—. Es un despropósito que Antonio
López García acuda y contemple ese vacío en la pared.
—Usted ha avisado a la
policía. —El comisario señaló a Amanda—. Siendo así, comenzará por detallar el
instante en el que ha descubierto el robo del cuadro.
—Mientras tanto
—sugirió Longinos—, haremos un reconocimiento del lugar.
La encargada encabezó
la expedición y los condujo hacia la primera planta.
—Amanda se ha
derrumbado emocionalmente —comentó el inspector al oído de Leopoldo mientras
subían por la escalera—, esta situación es demasiado dura para ella.
—Amanda está soportando
mucha presión si es inocente —contestó el comisario, también en voz baja—. Ella
era la única encargada de velar por la seguridad del museo, por lo que ahora su
puesto de trabajo pende de un hilo debido al robo del cuadro.
—Por ese motivo, yo
dudo que Amanda sea la autora de la sustracción. Nadie que esté en su sano
juicio perjudica su posición adrede. Además, recelo de Ángel Carrasco; siempre
que hay artistas involucrados en un hecho delictivo, suelen ser los culpables.
Cuando remontaron el
último escalón, se encontraron frente al hueco de la pared; y Amanda, que ya se
había enjugado las lágrimas, rompió a llorar una vez más.
—Si el Podador Manchego estuviera colgado,
sería inevitable subir la escalera sin verlo —dedujo Longinos, que sacó una
libreta colorada para apuntarlo.
—¡La libreta de los
casos! —Celebró el comisario con entusiasmo—. Todo lo que anotas en esas
páginas siempre acaba siendo relevante para la resolución final.
Sin detenerse, Amanda
los guió por la sala que alberga la exposición permanente de Antonio López
Torres. Longinos contemplaba cada paisaje con admiración.
—Ya he olvidado la
última vez que acudí a este lugar —reflexionó nostálgico.
—Yo solo había estado
aquí de excursión con el colegio —añadió Leopoldo—. Si los tomelloseros y
tomellosanos viniéramos más, sería innecesario el reconocimiento.
—¿Por qué siempre dices
los dos gentilicios: tomelloseros y tomellosanos?
—Pues para emplear un
lenguaje inclusivo —explicó sabiamente—, y no ofender a los que se sienten
tomelloseros ni a los que se sienten tomellosanos.
Salieron de la sala por
unas puertas translúcidas y penetraron en un amplio pasillo.
—Aquí se encuentra el
ascensor y la escalera de caracol —reflejó la encargada.
Finalmente, entraron en
la sala de exposiciones y Amanda comenzó a hablar.
—Hoy nos hemos dedicado
a recoger la exposición —declaró—; mi cometido era embalar las pinturas.
Finalizada la tarea, decidí bajar por la escalera lineal, ya que nunca utilizo
el ascensor y la escalera de caracol es intransitable. —Longinos escribió
algunas palabras en su libreta—. Acto seguido, advertí que faltaba del Podador Manchego.
—Yo me encargaba de
transportar los paquetes a la furgoneta —cooperó también el artista—. Tras
dejar los últimos lienzos, regresé en ascensor a la sala de exposiciones para
limpiar los restos del embalaje, y en seguida Amanda descubrió el robo.
—Desde el pasillo del
ascensor es posible ver el óleo —reparó Longinos.
—¿En ninguna ocasión
notó su ausencia? —Le preguntó Leopoldo al sospechoso.
—En todo momento he
operado en torno al ascensor, pero las puertas translúcidas estaban cerradas y
me impedían ver si el Podador Manchego
continuaba en su sitio.
—Habitualmente las
puertas se mantienen abiertas para facilitar el recorrido de las visitas
—explicó Amanda—. Sin embargo, las cierro hasta la mañana siguiente cuando es
hora de marcharse. Precisamente hoy he olvidado abrirlas.
—¿Cuántos cuadros
formaban la exposición? —Leopoldo miró fijamente a Ángel.
—Exactamente 30
lienzos, comisario —respondió con naturalidad.
Los policías acordaron
interrogar a cada sospechoso para confrontar las versiones; Amanda sería la
primera. Eligieron de emplazamiento la cabina de iluminación y sonido del
auditorio. Como esa sala se encuentra al fondo de la platea, el comisario le
ordenó a Ángel Carrasco que se sentara en una butaca de la última fila para
vigilarle a través de la cristalera. Además, le exigió que mirase siempre en
dirección al escenario a fin de no presionar a la encargada. Amanda se instaló
en la silla del operador.
—Comience a narrar su
versión de los hechos —indicó Leopoldo.
—Esta mañana abrí el
museo puntualmente, y de inmediato ocupé el mostrador. Él llegó posteriormente,
descargó los materiales necesarios para proteger los lienzos en el traslado y
subió hacia la primera planta; siempre usaba el ascensor. En una hora había
embalado las primeras pinturas: yo continuaba sin moverme del mostrador cuando
me percaté de que el artista bajaba cargado con algunos lienzos.
—¿Cuántos llevaba
exactamente? —Preguntó Longinos.
—Entre sus brazos
sostenía tres paquetes —contestó con firmeza—. El peso de los cuadros depende
de sus dimensiones y del grosor del marco, pero sus pinturas tienen un tamaño
intermedio mayoritariamente. En consecuencia, era posible cargar con varios
lienzos a la vez en un mismo viaje con el fin de ahorrar tiempo.
—Estamos convencidos de
ello. —Longinos tomaba nota—. Prosiga.
—Cuando pasó por
delante del mostrador, decidí echarle una mano porque pensé que tardaría
bastante en recoger todos los cuadros sin ninguna ayuda. En un principio, cogí
los tres paquetes que portaba y salí a depositarlos en la furgoneta. Mientras
tanto, Ángel volvió a subir a la sala de exposiciones para seguir con el
embalaje.
—¿Hubiera podido
distinguir entre esos tres paquetes al Podador
Manchego?
—Era imposible porque
estaban envueltos. En cualquier paquete podría haber ido camuflada la pintura y
seguramente no me habría dado cuenta.
—¿Se retrasó usted en
dejar esos cuadros en la furgoneta? —Formuló Leopoldo.
—Desconocía el
procedimiento de colocación de los cuadros, de modo que probé a disponerlos de
diferentes maneras. Cuando subí, observé que Ángel ya había envuelto otros dos
lienzos. Por tanto, parece ser que me retrasé bastante.
El comisario prendió a
Longinos de la gobanilla y se retiraron varios pasos.
—Ángel Carrasco podría
haber aprovechado esa demora para descolgar la pintura de la pared y embalarla
rápidamente —cuchicheó Leopoldo.
—El artista nunca se
hubiera atrevido a sustraer el cuadro en ese preciso momento —pensó el
inspector—, ya que desconocía el tiempo que iba a tardar Amanda en subir.
—Continúe, por favor —anunció
el comisario, convencido.
—Una vez que nos
encontramos los dos en la segunda planta, nos organizamos las tareas. Temía
haber colocado mal los lienzos y que sufrieran daños en el transporte. Por
tanto, nos dispusimos de la siguiente forma: yo me encargaría de embalar,
mientras que él llevaría los paquetes a la furgoneta. Tras acordarlo así, Ángel
bajó las dos pinturas ya envueltas. Después, subió y cogió otras dos. El ritmo
era de dos cuadros por viaje.
—¿Cuántos viajes hizo
en total? —Longinos preparó el lapicero y la libreta.
—Hizo exactamente
catorce viajes.
—Catorce viajes, a dos
cuadros cada uno, suman veintiocho; más los tres cuadros del principio, treinta
y uno —calculó el inspector—. En la exposición solo había treinta pinturas, por
lo que en la furgoneta sobra un paquete.
—Ahí se encuentra el Podador Manchego —sentenció Leopoldo.
La furgoneta estaba
estacionada junto a la fuente, por lo que salieron al patio del museo. Ángel se
sacó las llaves del bolsillo y abrió las dos puertas del maletero.
—En el interior
solamente hay treinta cuadros —alegó el sospechoso—. Conté los paquetes cuando
ya no quedaban más lienzos en la sala de exposiciones.
Leopoldo se subió a la
furgoneta de un salto y, receloso, contó los bultos.
—Es cierto —certificó
sorprendido—, solamente hay treinta.
Los policías
desenvainaron sus navajas reglamentarias y rajaron el embalaje para descubrir
las pinturas. Se cuidaron de no romper ninguna tela con un tajo.
—¡El Podador Manchego! —Voceó el inspector al
rato de comenzar y le saltaron las lágrimas de la emoción—. ¡Ha aparecido
nuestro cuadro! ¡Lo hemos encontrado!
—Por tanto —dedujo el
comisario—, si en la furgoneta hay treinta paquetes, pero uno es el López Torres, ¡el lienzo desaparecido es
el de Ángel Carrasco!
—¡Al único que le han
robado ha sido a mí!
Longinos, triunfante,
se bajó de la furgoneta y le entregó la pintura a Amanda.
—Coloque el lienzo en
su sitio y limpie la sala de exposiciones antes de la llegada de Antonio López
García. Entre tanto, nosotros interrogaremos al artista.
Amanda se retiró con el
óleo y la perdieron de vista repentinamente.
—Según Amanda, siempre
llevaban dos cuadros por viaje —comentó el inspector ojeando el maletero—, pero
el bulto del fondo tiene unas dimensiones exageradas.
—Esa pintura solamente
ha podido ser trasladada individualmente. —Leopoldo enfocó con una linterna—.
Tenemos razones para desconfiar de la palabra de Amanda.
Solo el comisario y el
sospechoso entraron en la sala de interrogatorios; Longinos había pedido
autorización para ir al baño. Los aseos se ubican en un pasillo de la planta
baja que conduce al trascenio. Esperaron pacientes, aunque el inspector regresó
pronto.
—¡Qué rápido! —Se
sorprendió Leopoldo—. ¿Ya has ido al servicio?
—Estaba cerrado. —Lo
apuntó en la libreta—. Ya estoy listo para escuchar.
Los investigadores
miraron fijamente al artista hasta que se atrevió a hablar.
—Todo el tiempo he
utilizado el ascensor —dijo—. Cuando entré en el museo, me dirigí a la sala de
exposiciones. Primero descendí los lienzos más ligeros, pero en la planta baja ella
se ofreció a ayudarme y le entregué los paquetes que traía. Eran cuatro.
—De modo que llevaba
cuatro cuadros —murmuró el inspector—, y no tres.
—A petición de Amanda,
subí para continuar recogiendo, y antes de que llegara empaqueté otras dos
pinturas. Después nos organizamos con el fin de agilizar el trabajo: ella se
encargaría de embalar y yo de trasladar los paquetes. Así, descendí los dos
bultos que había preparado previamente y a partir de ese momento no descolgué
más lienzos.
—En el momento que
usted depositó esos dos cuadros, ¿observó si se encontraban en la furgoneta los
cuatro paquetes que le dio a Amanda? —Preguntó Leopoldo.
—Por desgracia, ignoré
ese detalle. Además, como al final conté treinta cuadros, nada sospeché.
—Continuó con su relato—. Siempre que regresaba a la primera planta, ella había
embalado dos lienzos. Generalmente bajaba los dos al mismo tiempo, pero en una
ocasión hice un solo viaje para trasladar el cuadro más grande y pesado.
—Eso confirma nuestra
sospecha. —El inspector se alejó junto a Leopoldo.
—El primer viaje de
cuatro, un viaje de uno y, por tanto —calculó el comisario—, trece viajes de
dos. Nuevamente nos salen treinta y un cuadros en la furgoneta. Uno de los
paquetes, de alguna manera, consiguió salir de la cadena para dar entrada al Podador Manchego. Así, en la cuenta final darían treinta. Pero ¿quién
embaló el López Torres?
—Ángel Carrasco
descendió con los primeros lienzos y se los entregó a Amanda. Acto seguido,
preparó dos paquetes más mientras la encargada subía. Después, el artista ya no
volvió a embalar. —Longinos leyó sus notas—. Teniendo en cuenta que Amanda
siempre utiliza la escalera lineal en lugar del ascensor o la escalera de
caracol, le debió resultar inevitable observar al Podador Manchego colgado en la pared cuando subió a la primera
planta. El óleo está prácticamente alineado con la escalera. Además, cuando la
encargada rompió a llorar al ver el hueco de la pintura en el muro, nosotros
concluimos que es imposible ascender sin contemplar el cuadro. En consecuencia,
si Ángel hubiera escondido entre esos primeros paquetes el López Torres, la obra ya habría desaparecido de su ubicación
habitual cuando Amanda pasó por delante. Por tanto, habría advertido la
ausencia del óleo y habría dado la voz de alarma mucho antes. Así, deducimos
que el cuadro aún se mantenía en su sitio cuando el artista terminó de embalar.
—En definitiva,
solamente lo pudo sustraer la encargada.
—Partiendo de este
punto, Amanda solo esperó el momento idóneo para descolgar el cuadro y
esconderlo entre los paquetes. Cuando Ángel descendió con esa pintura tan
pesada y enorme, ella sabía que iba a tardar bastante más en trasladarla y
colocarla en la furgoneta. En ese preciso instante, aprovechó para embalar el Podador Manchego.
—Ahora la pregunta es
dónde está el lienzo de Ángel Carrasco.
—Evidentemente, en el
ascensor descendieron treinta y un lienzos, pero al interior de la furgoneta
solo llegaron treinta. Por consiguiente, la pintura desaparecida está en la
planta baja. Allí, Amanda únicamente ha tenido contacto con los cuadros cuando
tomó los cuatro paquetes que portaba Ángel. En seguida, la encargada le ordenó
al artista que subiera a la primera planta con la intención de esconder una
pintura sin ser vista. No se complicaría seguramente y la ocultó en el
mostrador, ya que recibió los bultos enfrente.
—Después, Ángel le
favoreció por no ver que faltaba un lienzo en la furgoneta.
Los investigadores
salieron escopeteados de la improvisada sala de interrogatorios para rastrear
el mostrador. Encontraron a la encargada en el vestíbulo.
—¿Qué sucede? —Amanda
se alarmó y se le pusieron los nervios de punta.
Leopoldo registró
cualquier rincón alrededor del mostrador, esparció los papeles amontonados
encima e inspeccionó los cajones como posibles escondrijos.
—Nada por aquí —proclamó
con un evidente gesto de impotencia y decepción—. Solamente hay programas de
algunos eventos y folletos.
—Ángel, estás demasiado
pálido —observó Amanda mientras el artista se unía al grupo—. ¿Te encuentras
bien? Pasa al baño y échate agua en la cara.
Ángel Carrasco obedeció
preocupado y marchó a los servicios para verse el rostro.
—¿Desde cuándo están
los baños abiertos? —Indagó Longinos ingeniosamente.
—Desde primera hora de
la mañana —aseguró ella, dubitativa.
—Yo mismo he ido a los aseos
antes de interrogar a Ángel, y casualmente estaban cerrados. —Los agentes se
miraron con complicidad y el comisario sonrió.
De repente, se escuchó
un portazo, y unos pasos se acercaron velozmente.
—¡Lo acabo de encontrar!
—El artista apareció sobresaltado, con un paquete en la mano derecha—. Al mirarme
en el espejo he visto reflejado un misterioso bulto sobre el inodoro que había a
mis espaldas. ¡Era mi lienzo!
El inspector
reflexionó, lanzó una mirada inquisitiva y se acercó a la encargada.
—En todo momento has
tratado de culpar a Ángel Carrasco mediante tus engaños. Primeramente, antes de
los interrogatorios, has intentado desviar nuestra atención hacia el artista
con fingidos sollozos. En segundo lugar, has maquinado un perfecto engranaje para
que el López Torres acabara en la
furgoneta y pareciera que Ángel Carrasco había dado el cambiazo. Estos dos
puntos nos han sugestionado y hemos interrogado al artista sin mantenerte
vigilada. En esos instantes de libertad has acudido al mostrador, donde habías
ocultado el lienzo, y lo has escondido en el servicio de los caballeros.
—Amanda asintió—. Así, en tercer y último lugar, has empujado a Ángel, con una
excusa absurda, para que pasara al servicio y encontrase su pintura con
facilidad. De ese modo, nosotros tendríamos motivos para inculparle, ya que al
descubrir el cuadro se hubiera convertido en el principal sospechoso, pues
daría la sensación de haberse rendido ante la presión.
—¿Cómo habéis adivinado
todo esto? —Se cuestionó Amanda, abatida.
—De inmediato hemos
descubierto que habías mentido en tu relato de los hechos. Hemos observado en
la furgoneta un lienzo enorme, que solo habría sido posible bajarlo
individualmente, mientras que tú habías asegurado que solo hubo viajes de dos
lienzos cada uno. En cuanto a las puertas translúcidas, que casualmente estaban
cerradas, dijiste que habías olvidado abrirlas esta mañana. En cambio, cuando
subiste por la escalera tras dejar los paquetes en la furgoneta, tuviste que
atravesarlas obligatoriamente para llegar a la sala de exposiciones temporales.
En ese instante, podrías haberlas dejado abiertas, pero procuraste cerrarlas
detrás de ti para que el artista no se diera cuenta de la ausencia del lienzo.
Luego, en el interrogatorio de Ángel hemos percibido varias diferencias entre
las dos versiones. Lógicamente, teniendo en cuenta tu engaño, hemos tomado el
relato del artista como el verídico. Pero hay más detalles sustanciales. Tu
primer desacierto ha sido confesar que siempre subes por la escalera lineal. Esa
declaración nos ha revelado que solo tú habrías podido descolgar el Podador Manchego y empaquetarlo. El
segundo error ha sido mantener los servicios cerrados hasta ahora. Tú, como
dama de llaves, eres la única persona que ha podido abrirlos y ocultar el lienzo
dentro.
—Solamente queda una
cuestión por resolver —interrumpió de repente Leopoldo apartando a Longinos—.
¿Por qué ha ocultado el lienzo en el baño de los caballeros?
—Sencillamente para que
Ángel Carrasco lo encontrara. Si lo hubiera ocultado en el baño de las chicas,
como Amanda es la única mujer, nadie lo habría descubierto.
—Entonces, la intención
de Amanda no era robar el lienzo del artista, ya que lo ha escondido en el
servicio de los caballeros para que lo encontrara sin dificultad. Pero su
intención tampoco era robar el Podador
Manchego, ya que ha decidido ocultarlo en el interior de la furgoneta, el
cual sería el primer sitio al que acudiríamos a investigar. De hecho, ella nos
ha conducido hacia allí con su relato. Además, si hubiéramos ignorado la
furgoneta, el lienzo estaría en posesión de Ángel Carrasco, no de la encargada.
—Dicho así, parece que
Amanda ha organizado este entramado por amor al arte.
—Ella carece de motivos
para realizar este suceso. Amanda es un brazo ejecutor.
—Ciertamente —admitió
el inspector—. Es evidente que alguien la ha instigado a realizar este hecho
delictivo. Alguien que pretendía darnos trabajo con la concatenación de dos
falsas sustracciones. Alguien necesitaba un caso resuelto y que la policía
hallara ambos cuadros rápidamente, antes de la llegada de Antonio López García.
—Ahora que lo dices, el
célebre pintor venía a las ocho de la tarde. ¿Qué hora es?
—Son las ocho y media.
—Longinos se arremangó hasta la muñeca para mirarse el reloj—. Antonio López
García ya debería haberse presentado.
—La visita del pintor
también era una artimaña —dedujo Leopoldo—, y tenía el objetivo de ponernos una
hora límite para encontrar el lienzo. Pero ¿por qué a las ocho?
—Recuerdo que a las
veinte horas de esta tarde había programado un evento en la biblioteca
relacionado con el centenario del escritor Francisco García Pavón. —Los dos policías
salieron a la puerta del museo para mirar los carteles del tablón de anuncios—.
Se trata de la presentación de un libro de relatos policíacos, escritos por varios
autores. Tal vez nuestro caso tenga relación con este acto. Al principio de la
investigación te dije que, cuando había artistas implicados en un delito,
siempre eran los responsables.
—Sin embargo, hemos
demostrado que Ángel Carrasco es inocente.
—Pero ahora no estoy
hablando de pintores, sino de escritores.
Longinos atravesó el
patio del museo y entró en el vestíbulo; detrás, el comisario.
—Tú has sido incapaz de
ejecutar este enrevesado plan libremente. —Longinos se dirigió a Amanda—. Un
escritor te pidió que llevaras a cabo unas sustracciones porque necesitaba
escribir un relato policíaco para publicarlo en un libro. Ese autor, por falta
de originalidad e imaginación, recurrió desesperadamente a tu ingenio. A pesar
de que esas acciones comprometerían tu puesto de trabajo, aceptaste la
proposición porque podrías librarte de las sospechas si lograbas inculpar a
Ángel Carrasco. Así, decidiste maquinar un suceso con todos sus pormenores
haciendo creer que el artista era el culpable.
—Lo siento. —Amanda
bajó la cabeza en señal de aprobación—. Me convenció porque me había asegurado
que aparecería en la narración y mucha gente la leería.
—Ese relato debía estar
preparado antes de la presentación, por lo que también te mandó que apremiaras
a la policía. De esta manera, inventaste el pretexto de la visita de Antonio
López García, cuya hora de llegada hiciste coincidir con el inicio del acto.
Así, estaríamos obligados a esclarecer lo ocurrido deprisa, y el suceso estaría
resuelto a las ocho de la tarde para cumplir con el plazo que habría impuesto
la editorial. Nosotros nos apuraríamos en aclarar el caso, mientras que el
autor tendría su trama a la hora indicada.
—Lamento lo ocurrido
—se arrepintió Amanda—, pido mil veces perdón.
—Sin embargo
—tranquilizó Longinos—, somos conscientes de que tu actuación ha estado
altamente condicionada por otra persona.
—Aún debemos aclarar
ciertos aspectos del caso —advirtió Leopoldo—. ¿Cómo habrá sido capaz el escritor
de ver los acontecimientos acaecidos y de escuchar nuestros diálogos sin estar
aquí presente? Además, habrá tenido que escribir todos los detalles de la
historia y mandar la narración a la editorial, la cual necesita su tiempo para
editarla e imprimir los ejemplares del libro. Estos procesos no son
instantáneos.
—Yo también he
intentado responder a esos asuntos sin éxito —dijo la encargada.
—Esas cuestiones deberá
explicarlas el propio autor —opinó Longinos—, cuando sea arrestado y lo traslademos
a las dependencias policiales.
—Entonces, el incidente
está solventado de momento —anunció el comisario—: hemos encontrado los dos
lienzos y hemos deducido el principal motor del robo. Ahora, marchemos a la
biblioteca y detengamos al auténtico culpable.
—La idea es comprar ese
libro al instante y ojear todas las páginas hasta detectar nuestro caso. Luego,
actuamos contra el presunto escritor de esa ilícita narración.
—Amanda, esta noche dormirás
en tu casa en vez de en el calabozo —dictaminó el comisario—. No obstante, en
los próximos días tendrás noticias del juzgado.
La pareja de policías
salió del museo vertiginosamente y abandonó la Glorieta de María Cristina. Se
precipitaron por la calle de la Independencia hacia la biblioteca.
—Nuestra actuación ha
inspirado un relato policíaco —celebró el comisario.
—Aunque la narración
sea ilegal, ¿a ti también te enorgullece ser el protagonista de una obra
literaria? —indagó Longinos mientras corrían por la calle.
—Por supuesto. —Sonrió—.
Pero una auténtica obra literaria debe modificar la realidad o crear una nueva
mediante la ficción. En cambio, nuestro autor ha provocado un suceso con el
objetivo de recurrir a la existencia real.
—¿Recuerdas que antes
me llamaste loco por pensar que las historias de Plinio son verídicas? —El
inspector sacó su libro del bolsillo—. Ahora hemos demostrado que los
personajes de un relato policíaco pueden existir perfectamente.
La presentación del
libro se estaba realizando en el salón de actos de la biblioteca. De repente,
Leopoldo y Longinos abrieron la puerta con violencia. Yo, en ese momento,
desesperado y sin escapatoria, me levanté de mi asiento:
—¡Esos son los
protagonistas de mi relato! —Grité señalando hacia la puerta.
Todos los presentes en
la sala se giraron, pero a nadie vieron.
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Sábado, 2 de Agosto del 2025