No le llegaba una respiración a otra a la Francisca (la sobrina de Joselillo que
se había encargado de los funerales,
puesto que era el único familiar cercano) iba con la pelerina puesta, pero por
la prisa que traía, ya sudaba cuando llegó a la plaza. Subiendo la escalera del
ayuntamiento tuvo que pararse unos instantes, para recobrar el resuello; había
decidido la noche anterior, que en cuanto amaneciera se presentaba ante el juez
y le enseñaba la carta, que había descubierto en el taquillón de entrada a la
casa. Se le había hecho una eternidad
esperar hasta las nueve, que llegaba don Manuel.
Esperó de pié a la puerta de la oficina con el
letrero «Juzgado de paz» y en cuanto llegó la autoridad, le espetó, sin dar los
buenos, días una retahíla de palabras y frases sueltas que nadie llegó a
comprender.
-Un momento, por favor, un momento, -le insistía
don Manuel, como la mujer no reaccionaba y seguía con la perorata, hubo de dar
un grito-; ¡Ya! ¡Francisca, cállate ya y tranquilízate! Con los nervios que
tienes no me entero de lo que quieres decir.
A duras penas se silenció la fémina mientras
gesticulaba con cara y brazos. Era como si le hubiera dado a la coca un par de
caballones. Don Manuel abrió la puerta de su despacho con toda la
parsimonia de costumbre, abrió las
contraventanas del balcón, se quitó el abrigo y la bufanda, se sentó en la mesa
e iba a decir: «pase por favor», cuando observó que la Francisca ya había
pasado y se apoyaba en la mesa tapizada de documentaciones, libros y revistas.
-A ver dígame el motivo de su agitada visita a
este lugar, -invitó el juez a la vecina.
-Pues mire Usted lo que he encontrado en casa de
mi tío. Estos días atrás hemos estado limpiando y poniendo orden en la pocas
pertenencias que poseía el difunto, se callaba que la mayor inquietud que
tenían ella y el marido era la herencia, soñaban con que el tío debería tener
algunos cuartejos guardados, sabe dios dónde y era necesario encontrarlos
cuanto antes.
Mientras tanto le entrega un sobre que había
sacado del machaquito, con el que trasportaba la compra. Era un sobre color
caña, así se denominaban, abierto aunque antes no estuvo pegado nunca. En pocas
palabras de enjundia y con muchas de rodeo
detalló dónde lo había encontrado, que no tuvo que abrirlo con la navaja
porque solo estaba la solapa introducida, que
había leído las pocas líneas escritas, que alguien lo había dejado allí
anunciando la muerte de su “queridísimo tío”,
antes no era ni querido, sólo soportado.
Don Manuel
se colocó las gafas de ver de cerca, abrió el sobre que le entregaba la
enlutada señora, y sacó una cuartilla manuscrita donde decía: «Joselillo ta yegao la hora. Has denunciao a
mucha gente por las cosas que no hizo en la guerra y tu tas inventao. Personas
inocentes han penao lo que nadie sabe por tu culpa. Ahora las vas a pagar toas
juntas» Había un a modo de firma con el correspondiente gurrapato de
rúbrica, donde se leía en mayúsculas «EL
FANTASMA».
Dos veces tuvo que leer el texto para poder
enterarse bien a causa de las faltas de ortografía y signos de puntuación.
– ¿El fantasma? ¿Qué fantasma? ¿A quién se
refiere con este epíteto? ¿Habrá que tomar en serio esta nota o será
simplemente una acción de mal gusto de alguien desquiciado?
La Francisca no sabía nada más que lo que ya
había dicho. La despidió agradeciéndole y alabando su comportamiento de
colaboración con la justicia, al tiempo que recomendaba, que no diera
demasiados datos de lo que contenía la misiva, hasta que la hubieran estudiado;
podría ser de gran ayuda para el esclarecimiento de los hechos, le había dicho
a Francisca.
A los cinco minutos de la llamada al cuartel,
estaba Bornes entrando en el despacho del juez y saludando al modo militar.
-Siéntese un momento que tengo noticias
importantes que darle –añadió el juez después de saludarlo-. Entregó la carta al cabo haciendo un breve
resumen de la visita de la familiar de Joselillo y añadiéndole que todavía no
había hablado con don Fructuoso, porque confiaba más en uno del pueblo que en
un forastero.
-O sea, que El Fantasma avisa de un ajuste de
cuentas a la primera víctima, pero eso no nos asegura que haya sido él el
ejecutor, sin embargo es una buena pista. Podemos inferir que mal sabe
escribir, se detecta por la gran cantidad de faltas de ortografía y puntuación
o también puede haberlas cometido aposta, para disimular, y que creamos que es
un iletrado, cuando podría ser docto en alguna materia. Tendremos que esperar y
descubrir más datos, para concluir algo en firme. Desearía estar presente
cuando comunique la noticia al policía secreta, añadió Bornes.
-No hay problema alguno, telefoneo a la fonda y
que venga de inmediato –comento el juez.
-Enseguida llego, estoy con el último sorbo de
café, se oyó decir a través del auricular.
Como su residencia actual distaba poco recorrido
del ayuntamiento, no habían terminado de
encender sus correspondientes cigarros, cuando sonaron unos nudillos llamando a
la puerta; la respuesta inmediata:
-¡Pase!
-Buenos días a los dos señores. ¿Para qué soy
llamado a esta hora tan temprana?
Don Manuel volvió a repetir la información y la
mostración del sobre, como unos minutos antes había hecho con el de la
Benemérita; mientras éste observaba con todo detenimiento y descaro las
facciones, reacciones, y contracciones del “secreta”. No perdió el más mínimo detalle y todos los fue apuntando en
su memoria certera. Había algo raro en el comportamiento del colega mientras
iba recibiendo la información del último descubrimiento, pero no sabría
explicar, para su fino instinto policial era como si ya conociera la existencia
del sobre y su contenido, pero… solo era un pálpito.
Continuará
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Viernes, 26 de Abril del 2024
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