La escalera de la cueva es estrecha en su primer tramo y ancha en su segundo, lo que nos da la pista de que las tinajas de barro que alberga las bajaron por aquí. “Además esto lo hacía antes de esculpir los peldaños con el fin de que la bajada fuera más cómoda y la tinaja no se rompiese”, explica nuestro fiel experto, José María Díaz, que nos vuelve a acompañar y también la arquitecta, Ana Palacios. El propietario explica que la escalera, en su primer tramo, es distinta a lo que fue la bajada original.

Los peldaños están rematados con un listón de madera, que era algo que se hacía para que no se resquebrajara el cemento. En una de las paredes, que al igual que el techo está en el tono natural ocre de la tierra, aparece una fresquera. Cuando llegamos abajo nos impresiona gratamente una cueva que alberga veintidós tinajas de barro de unas 350 arrobas de capacidad, además de la del gasto que es algo más pequeña. Están unidas por pequeños empotres. La cueva es larga, de forma rectangular, con tres lumbreras (una de ellas condenada), suelo de tierra y sin bóveda de media caña que viene a ser uno de sus aspectos diferenciadores. Su estado de conservación es perfecto. Al periodistas la cueva le recuerda a una que pintó el gran Antonio López Torres en su primera época. 

Asegura José María que en las tinajas de barro se hacía mejor vino porque enfriaba mejor. Mirando las tinajas todas presentan unos dibujos decorativos que se hacían con cuerdas y algunas aún conservan a tiza las iniciales de la palabra cooperativa. Hace años los propietarios alquilaron algunas tinajas a la gran cooperativa de la ciudad que en años de grandes cosechas tenía que ampliar envase. 

Mirando hacia arriba vemos el conducto que comunicaba el jaraíz con la cueva. El techo está en la pura tosca, perfecto, sin ningún desprendimiento. Años después el jaraíz cambiaría de lugar. Nos acomodamos a la agradable temperatura y conversación que va fluyendo. Pablo nos cuenta como trabajó en la cueva prensando la uva y preparando el jaraíz para el día siguiente. Trabajo duro que, sin embargo, hacía con vocación y cariño, “me gustaba” dice. Inmortalizamos el momento con algunas fotografías. En la despedida, Pablo nos invita a un vino que no tomaremos por las premuras del tiempo que siempre nos atenaza. Pero queda apuntado para mejor ocasión. Sin duda, son buena gente estos “Segundo Dios”, curioso y bonito apodo familiar, que nos han abierto las puertas de su casa con gran hospitalidad.