A la cueva accedemos tras atravesar un corral con suelo de guijarro que ofrece el encanto de los típicos corrales manchegos. Por detrás de sus paredes asoma la chimenea de  Buendía.  Nos llama la atención un curioso elemento; una tinaja partida por la mitad a la que los propietarios han ido dando diversos usos: de recipiente para la cal, bañera y también para lavar. Se puede observar también la estructura de una antigua gavillera.

Cuando Pilar abre la puerta de la cueva aparece una larga y recta escalera, con peldaños de cemento y paredes encaladas. Pegado a una de ellas reposan todavía las mangueras del trasiego del vino.  Una puerta de alambre divide la escalera en su punto intermedio. Era una protección para que los aviesos gatos no llegaran a la fresquera, los frigoríficos de la época, a dar buena cuenta de las viandas que se conservaban. Hay dos fresqueras, una a cada lado, y una de ellas alberga la tinaja del gasto. 

Hay dos balaustres, uno de ellos perpendicular al otro, muy bien conservados. El techo de la cueva es muy horizontal, con algo de corvatura en los extremos. Está en la pura tosca, horadado por dos lumbreras, una de ellas  de desgarre trapezoidal y la otra circular. La cueva guarda 6 tinajas de cemento, de seiscientas arrobas de capacidad y 8 de barro, de 400 arrobas. Están separadas por unos rabos con estrías. El empotrado, pintado en un tono burdeos, los sostienen unos hermosas columnas circulares, con el basamento,  fuste y capitel. Están decorados con unas molduras en forma de anillos que costaba mucho trabajo hacer.  Las tinajas solo está en la parte de las tinajas de barro; donde están las tinajas de cemento, son éstas las que soportan directamente el peso del empotrado.

Por seguridad, los propietarios decidieron construir dos grandes pilares para reforzar la estructura de una cueva que se mete varios metros a la calle, como ocurre con otras muchas cuevas de Tomelloso.  Varias tinajas están cubiertas con tapas de anea. La cueva es de finales del XIX, algo que delata la existencia de las tinajas de barro. Las de cemento se construyeron en los años treinta. Las de barro se introducían por la lumbrera, teniendo que agrandar el hueco y una vez que se habían metido las tinajas, se rellenaba con piedra y barro.

El gran García Pavón alude repetidamente en sus historias a estas joyas arquitectónicas de al ciudad. “Una manguera de goma, con la que estaban sacando  vino por una de las lumbreras, se estremecía como un reptil. A través de las rejas de las altas lumbreras se veía la mañana límpida del otoño. Las tinajas, solemnes y panzudas, se alineaban perfectamente como un ejército de gigantes gordos. Cada tinaja tenía marcada con tiza la clase de vino que la ocupaba”.