Opinión

Fuerte oleaje

Fermín Gassol | Domingo, 29 de Marzo del 2020
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Para quienes somos de tierra muy adentro el mar siempre ha sido un lejano objeto de deseo; es verdad que las comunicaciones lo han hecho algo mucho más próximo y frecuentado pero aún así sigue resultando fascinante y reclamado; será porque el origen de la vida se fraguó en ese medio y toda nuestra existencia tiene al agua como un constante y necesario devenir vital.

Desde que somos concebidos permanecemos sumergidos en ese pequeño, confortable y sereno paraíso marino que es el líquido amniótico. Seres paridos y lanzados desde ese mar doméstico e íntimo que contiene similar salinidad que el agua marina a otro mar mucho más impersonal y casi siempre inclemente, proceloso, frio y turbulento. 

Nuestras vidas son a fin de cuentas como continuas navegaciones por el océano de las circunstancias, ambiciones, esfuerzos e imprevistos donde el oleaje más o menos arbolado hace muy difícil que podamos mantenernos siempre a flote. Nacemos mojados y nuestra condición reclama que navegaremos de esta manera en nuestras vidas. 

La calma en el mar y en la existencia suele ser poco frecuente. Cuando la marea hace acto de presencia por la acción de ese bonancible vientecillo de la vida, nuestro mar cobra carácter y personalidad propia, el horizonte se aviva y la existencia comienza a tener un alegre ritmo sobre el bamboleo de sus olas. La experiencia de nadar sobre el pequeño oleaje dejándonos llevar por él resulta una experiencia placentera. Son los momentos agradables de la vida. 

Cuando las olas sin embargo se hacen mucho más fuertes, esa placidez desaparece para dar paso al esfuerzo corporal y mental para vencerlas que no sólo hace falta fuerza física para sobrevolarlas, también hay que pensar en cómo hacerlo. 

Cuando en la vida cotidiana aparece sin avisar un golpe de mar tan brutal como este que estamos padeciendo, la serenidad que hemos mantenido quizá pueda tambalearse. La fuerza con que baten los acontecimientos una y otra vez acaso lleguen a aturdirnos pero constituyen los momentos en los que medimos paradójicamente el verdadero peso y la  ligereza que tenemos. 

Situaciones que nos sitúan al límite de nuestra capacidad emocional y nuestras fuerzas. Son las  marejadas que produce el fuerte oleaje de la vida. 


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