El jueves a eso de las doce de la noche ya estaba
en su puesto de vigilancia la pareja formada por el Pupilas y el Pelirrojo.
Llegó el sereno puntual como de costumbre y se le oyó decir, después de
carraspear en un intento de aclarar la garganta.
-Las doooceeee y despepejaaaooo.
Dicho lo cual, dio una calada honda al cigarro,
expulsó con deleite el humo por las fosas nasales, mientras repasaba con la
vista las calles vacías y en silencio, continuó el buen señor hacia otras cuatro
esquinas, para vocear la hora y el
estado del cielo. Esta vez lo oyeron muy a lo lejos; con la serenidad de la
helada, que estaba cayendo, se transmitían los sonidos con total nitidez. La
noche se hacía eterna para los esperantes ocultos.
El reloj de la torre hizo sonar dos campanadas.
¡Las dos en punto!. Una luz iluminó por dentro el cristal del montante de la
puerta, donde vivía el ferretero. Pupilas dio un codazo a su compañero, con un
movimiento de cabeza intentó señalar la luz y en un susurro anunció al
compinche:
-¡Atención, mira la puerta!. En cuanto aparezca
actuamos como de costumbre. No quiero el más mínimo error. Rápido y en
silencio.
-No te preocupes lo tenemos bien ensayado. Cada
cual ejecutamos nuestro cometido en un santiamén terminamos.
Se abrió la puerta y apareció una sombra recortada
por la luz de una bombilla interior, correspondía a la pareja en el momento de
la despedida posterior a los momentos de retozo camario. Se apreciaban
sonrisas, no se oían comentarios de los amantes, un último beso en la mano de
la mujer.
Sale el querido terminando de subirse la bufanda a
ras de los ojos, el sombrero calado hasta las cejas, le permitían ver una línea
de calle y pared junto a la acera. Esperó a que su fornicada cerrara la puerta
por dentro, se oyó la llave en la cerradura y posteriormente correr el cerrojo,
que siempre acompañaba cuando estaba sola en casa.
Etelberto dio un saltito con un pié adornando una
pirueta con el otro, bajó de la acera y se dispuso a continuar por medio dela
calzada: «Todavía estoy suficientemente ágil, para mis años, no hay cosa mejor
para la salud que comer bien, trabajar poco y un revolcón de vez en cuando en
cama ajena», pensó mientras introducía las manos en los bolsillos del abrigo de
paño hecho a medida por el sastre del pueblo.
Comenzó a andar hacia las cuatro esquinas
próximas, torcería a la derecha y enseguida encontraría su casa. No se percató
de dos sombras silenciosas siguiendo sus pasos, embutido en sus pensamientos, y
en el regusto de lo disfrutado anteriormente, se sentía amo del mundo.
Todo siguió en silencio. De pronto alguien lo
agarró desde atrás haciendo lazo con las manos, ante la sorpresa comenzó a
forcejear, pero imposible poder sacar las manos de los bolsillo para
defenderse, una fuerza descomunal abrazaba su cuerpo por la espalda. Intentó
gritar y notó un pinchazo agudo en el cuello con la sensación de que se le
partía la nuca. Sintió que su cuerpo quedaba como muñeco de trapo; la fuerza,
de la que se sentía orgulloso instantes antes, había desaparecido. No podía
hacer nada. Imposible defenderse. No respondían los brazos, las piernas tampoco. Intentó volver
la cabeza, y no pudo. Un ruido sordo atronaba los oídos, no podía distinguir
ningún sonido en el silencio de la noche. Comenzó a ver borroso y entró en una
especie de sueño pesado, que lo llevó hasta el suelo. En ningún momento pensó
en la realidad que estaba ocurriendo, también el cerebro había dejado de
funcionar.
No había duda; evidentemente eran profesionales en
el asunto de matar. Los acompañaban muchos años haciendo lo mismo. Su destreza
bien valía los fajos de billetes que exigían por sus trabajos.
No necesitaban esconder los cuerpos de las
víctimas fabricadas por sus manos. Era casi un juego. Solucionar los problemas
a la gente pudiente. Y posteriormente abandonar el escenario del crimen dejando
unos interrogantes a modo de acertijos, para las autoridades investigadoras, lo
que les producía un regusto interno, junto con el desafío de sentirse en el
centro del ruedo imaginario.
-Cógelo de los pies que yo lo agarro por las
asilas. ¡Rápido!, -ordenó a media voz el Pelirrojo al compañero.
Lo situaron, como les había ordenado don
Fructuoso, en el cruce de las dos
calles; con el brazo derecho señalando
la casa en donde se había refocilado; incluyó Pupilas en su mano derecha un
eslabón de cadena idéntico al de anteriores víctimas, como firma de una
actuación más del Fantasma. Y en la izquierda una herradura de burro, siempre
había que incluir en la escena del crimen alguna señal anexa, para adivinanza
de investigadores. Por algún trauma del subconsciente gustaba al jefe incluir
un detalle con apariencia religiosa, que sin ser propio de ningún culto de fe,
sí diera un cierto sentido extranatural a sus fechorías, con lo que sentía
doble satisfacción al concluir sus encargos.
Estábamos en las primeras horas de la fiesta de
San Antón patrono de los animales, por eso imaginó, que
una herradura era la referencia perfecta en este caso.
(Continuará)
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Martes, 8 de Julio del 2025
Martes, 8 de Julio del 2025