El presente artículo lo escribí en abril de dos mil dieciséis
y lo titulé “Antonio Algora un obispo con olor a oveja”. Fue con ocasión de su
renuncia aceptada por la Santa Sede como obispo de Ciudad Real por motivos de
edad. Pues bien en el día de su fallecimiento he creído acertado actualizar tal
artículo como homenaje a su buen hacer pastoral.
La primera vez que tuve ocasión de hablar con D. Antonio fue
a las pocas semanas de su toma de posesión como Obispo de Ciudad Real y
respondió aun motivo profesional. Al final de la extensa entrevista, mientras
bajaba las escaleras del obispado, saqué dos conclusiones.
La primera, que me había encontrado con un hombre de talante
muy vanguardista y un estilo personal sumamente práctico y pragmático, una
persona que manejaba los balances y los conceptos actuales de economía social
de una manera fluida; un obispo plenamente identificado con nuestro tiempo que
hablaba el lenguaje del mundo de hoy. Me demostró que sabía muy bien de qué
iban las cosas. Conocí a un pastor de la Iglesia comprometido con los que menos
tienen, pero a su vez pastor de todos. Un obispo sin complejos ni pelos en la
lengua pero a la vez con expresión sencilla, la verdad sin celofanes al
servicio del Evangelio.
La segunda fue de índole mucho más personal e íntima: la
satisfacción de haberme sentido acogido y escuchado como hasta ahora nadie lo
había hecho, una actitud receptora tan humilde que cualquier atisbo de
altanería sucumbía ante la sencillez de su trato; su capacidad de escucha me
resultó impresionante.
Más tarde mi relación con D. Antonio fue más frecuente y su
figura se hizo para mí más cercana y exacta. Y puedo decir sin temor a
equivocarme ni tampoco exagerar, que nuestro obispo siguió siendo ese hombre
plenamente identificado e involucrado con los problemas de nuestra sociedad y
un profundo conocedor de todo lo acontecido en cada uno de los pueblos de esta
compleja Diócesis que es una de las tres mayores en extensión de España. Un
pastor entregado a tiempo completo en cuerpo y alma al servicio del Pueblo de
Dios y todos los hombres de buena voluntad que buscan la verdad más profunda de
su existencia.
Y también, por qué no decirlo, era portador de una fortaleza
física envidiable. Su aspecto siempre fue el de un hombre dinámico y joven y si
no que se lo pregunten a sus compañeros de peregrinaciones a Santiago de
Compostela.
D. Antonio estuvo al frente de nuestra diócesis durante trece
años. Si alguna característica puede resumir su frenética actividad pastoral, fue
realizar durante su mandato dos visitas pastorales a cada una de las ciento
sesenta y cuatro parroquias de la diócesis, diócesis en la que era capaz de
llegar a cualquier punto con los ojos tapados. Y no solamente por la frecuencia
en hacerlo, sino por haberse impregnado del olor de sus ovejas, conociendo a
cada una por su nombre.
El Papa Francisco aceptó su renuncia hace cuatro años presentada
por motivos de edad como es preceptivo al haber cumplido el dos de octubre los
setenta y cinco años. Se marchaba un obispo “joven”, en plenas facultades, con
su zurrón episcopal lleno trabajo y dedicación. Nada más y nada menos. Su
testimonio de humildad, sencillez, escucha y cercanía supusieron para nuestra
Diócesis un gran regalo del Señor.
Hoy día quince de octubre, festividad de Santa Teresa de
Jesús, el Señor lo ha acogido en su seno. Antonio Algora Hernando, obispo
emérito de Ciudad Real, descansa en Paz siervo fiel.
Fermín Gassol Peco
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Viernes, 26 de Abril del 2024
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