Opinión

El sueño de Nabucodonosor

Joaquín Patón Pardina | Sábado, 28 de Noviembre del 2020
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Cuenta el libro de Daniel (es uno de los 73 de la Biblia, se encuentra en el Antiguo Testamento) que el rey Nabucodonosor en su segundo año de reinado en Babilonia tuvo un sueño misterioso. Llamó a los sabios del país para que interpretaran, mejor adivinaran, porque Freud todavía no estaba ni soñado, y menos su libro “La interpretación de los sueños” y le dieran a conocer el significado de su fantasía noctámbula. Prometió, claro está, premios, honores en cantidades ingentes y demás ofertas, que hacen los políticos dirigentes, cuando quieren conseguir algo. Por el contrario los amenazaba con los peores castigos, como trocear sus cuerpos, quemar sus posesiones, y demás expresiones horripilantes. Todavía no había llegado la covid-19, si no, seguro que la esgrimiría contra ellos, incluida la imposición del estado de excepción per saecula saeculorum.

La visión nocturna que Nabucodonosor había tenido consistía en una enorme estatua de extraordinario brillo, que se levantaba frente al rey. Así  reconstruye el relato Daniel antes de pasar a su interpretación ante el monarca: “…la cabeza de la estatua era de oro puro, su pecho y sus brazos de plata, su vientre y lomos de bronce, sus piernas de hierro, sus pies parte de hierro y parte de arcilla. Tú estabas mirando cuando de pronto una piedra se desprendió, sin intervención de mano alguna, vino a dar a la estatua en sus pies de hierro y arcilla, y los pulverizó” (Dan. 2, 32-34)

Después del enjuague que nos han dado las empresas televisivas y las emisoras de radio con la muerte de Maradona en los informativos, completísimos, repetidísimos, insistentes y otros mil adjetivos que podríamos aplicar, con los que nos han demostrado la importancia de don Diego.

Don Diego fue futbolista,  seguro que te has enterado, informado lector. Evidentemente es broma no que fuera futbolista, sino que te hayas percatado de ello.  No era una inteligencia interestelar (como afirman que fue su destreza futbolera), tampoco se había dedicado a la investigación científica o filosófica, ni era ingeniero del acelerador de partículas. Sabía mover a la perfección un balón en un campo, para después introducirlo en la portería contraria de modo deslumbrante. Con ello, con qué poca complicación cerebral, hizo felices a millones de seguidores y produjo ganancias estratosféricas.

Absorto yo, con este acontecimiento, me vino a la cabeza la estatua de Nabucodonosor y el relato que he resumido más arriba. Se repetía, no el sueño, pero sí la realidad en toda la humanidad, diminuta por demás, de este hombre. Ni las fábulas de Samaniego o de Esopo contienen más lecciones éticas que el acontecimiento “Maradona”.

La roca que se desprende, choca contra la efigie y la destruye es la causante de la ruina de la estrella y de su entorno. Hace  evidente su significado, es el producto que fabrican las adicciones, malas compañías, y otros géneros de carroñeros, los cuales nunca faltan y no distinguen entre adinerados, pobres, jóvenes o viejos, mujeres u hombres.

La diferencia en este caso, para mi pensamiento, es que el orden de  los materiales de la estatua está invertido. Las piernas y pies en Maradona eran de oro y su cabeza de barro.

La interpretación antes fue de Daniel, ahora la haríamos cada persona pensante, cada espectador del hecho fantástico y su posterior  destrucción.

Sin investirnos de trajes legales, ni de tribunales, porque no se trata de eso, pienso yo, de juzgar ni criticar la vida de nadie con éticas y morales condenatorias, partidistas, salvadoras o condenatorias; sí es imprescindible una reflexión fría y razonada de lo que ha sido y sigue siendo tal acontecimiento mundial. 

Especial atención aconsejaría a  los más jóvenes por sus ansias de progreso y triunfo. Detrás de la esquina se esconde la tentación del desenfreno, las drogas y gentes sin almas sedientas de dinero fácil. No pretendo ejercer de tutor ni de maestro de nadie, simplemente animo a que cada uno saquemos nuestras conclusiones de esta fábula y de su fabulosa persona.

Del mismo modo que se acaba la escritura del relato en el papel, se acaba la importancia de la noticia convirtiéndose en  flor de un día. A las veinticuatro horas de su entierro las campanas de los informativos, amantes ocasionales, han olvidado al mito, resonando ahora con los ruidos de  enfrentamientos entre  sus prosélitos con la policía y de los que se fotografiaron junto al cadáver del divino, según ellos, futbolista.

 

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