Cuenta el libro de Daniel (es uno
de los 73 de la Biblia, se encuentra en el Antiguo Testamento) que el rey
Nabucodonosor en su segundo año de reinado en Babilonia tuvo un sueño misterioso.
Llamó a los sabios del país para que interpretaran, mejor adivinaran, porque
Freud todavía no estaba ni soñado, y menos su libro “La interpretación de los sueños” y le dieran a conocer el significado
de su fantasía noctámbula. Prometió, claro está, premios, honores en cantidades
ingentes y demás ofertas, que hacen los políticos dirigentes, cuando quieren
conseguir algo. Por el contrario los amenazaba con los peores castigos, como
trocear sus cuerpos, quemar sus posesiones, y demás expresiones horripilantes.
Todavía no había llegado la covid-19, si no, seguro que la esgrimiría contra
ellos, incluida la imposición del estado de excepción per saecula saeculorum.
La
visión nocturna que Nabucodonosor había tenido consistía en una enorme estatua
de extraordinario brillo, que se levantaba frente al rey. Así reconstruye el relato Daniel antes de pasar a
su interpretación ante el monarca: “…la
cabeza de la estatua era de oro puro, su pecho y sus brazos de plata, su
vientre y lomos de bronce, sus piernas de hierro, sus pies parte de hierro y
parte de arcilla. Tú estabas mirando cuando de pronto una piedra se desprendió,
sin intervención de mano alguna, vino a dar a la estatua en sus pies de hierro
y arcilla, y los pulverizó” (Dan. 2, 32-34)
Después
del enjuague que nos han dado las empresas televisivas y las emisoras de radio
con la muerte de Maradona en los informativos, completísimos, repetidísimos,
insistentes y otros mil adjetivos que podríamos aplicar, con los que nos han
demostrado la importancia de don Diego.
Don
Diego fue futbolista, seguro que te has
enterado, informado lector. Evidentemente es broma no que fuera futbolista, sino
que te hayas percatado de ello. No era
una inteligencia interestelar (como afirman que fue su destreza futbolera),
tampoco se había dedicado a la investigación científica o filosófica, ni era
ingeniero del acelerador de partículas. Sabía mover a la perfección un balón en
un campo, para después introducirlo en la portería contraria de modo
deslumbrante. Con ello, con qué poca complicación cerebral, hizo felices a
millones de seguidores y produjo ganancias estratosféricas.
Absorto
yo, con este acontecimiento, me vino a la cabeza la estatua de Nabucodonosor y
el relato que he resumido más arriba. Se repetía, no el sueño, pero sí la
realidad en toda la humanidad, diminuta por demás, de este hombre. Ni las
fábulas de Samaniego o de Esopo contienen más lecciones éticas que el acontecimiento
“Maradona”.
La
roca que se desprende, choca contra la efigie y la destruye es la causante de
la ruina de la estrella y de su entorno. Hace evidente su significado, es el producto que
fabrican las adicciones, malas compañías, y otros géneros de carroñeros, los
cuales nunca faltan y no distinguen entre adinerados, pobres, jóvenes o viejos,
mujeres u hombres.
La
diferencia en este caso, para mi pensamiento, es que el orden de los materiales de la estatua está invertido.
Las piernas y pies en Maradona eran de oro y su cabeza de barro.
La
interpretación antes fue de Daniel, ahora la haríamos cada persona pensante,
cada espectador del hecho fantástico y su posterior destrucción.
Sin
investirnos de trajes legales, ni de tribunales, porque no se trata de eso, pienso
yo, de juzgar ni criticar la vida de nadie con éticas y morales condenatorias, partidistas,
salvadoras o condenatorias; sí es imprescindible una reflexión fría y razonada
de lo que ha sido y sigue siendo tal acontecimiento mundial.
Especial
atención aconsejaría a los más jóvenes
por sus ansias de progreso y triunfo. Detrás de la esquina se esconde la
tentación del desenfreno, las drogas y gentes sin almas sedientas de dinero
fácil. No pretendo ejercer de tutor ni de maestro de nadie, simplemente animo a
que cada uno saquemos nuestras conclusiones de esta fábula y de su fabulosa
persona.
Del
mismo modo que se acaba la escritura del relato en el papel, se acaba la
importancia de la noticia convirtiéndose en flor de un día. A las veinticuatro horas de su
entierro las campanas de los informativos, amantes ocasionales, han olvidado al
mito, resonando ahora con los ruidos de enfrentamientos entre sus prosélitos con la policía y de los que se
fotografiaron junto al cadáver del divino, según ellos, futbolista.
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Viernes, 26 de Abril del 2024
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