Navidad

Carta a SS.MM. los Reyes Magos de Oriente

Dolores la Siniestra | Martes, 15 de Diciembre del 2020
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No lean esta carta, háganme caso. No la lean.

Si se publica en La Voz de Tomelloso es, única y exclusivamente, por el extremo aprecio y cariño que me profesan tanto Francisco como Carlos, pero ustedes cuentan con una amplia y variada oferta dentro de la página web como para caer en esta misiva.

Avisados quedan. 

Queridos Reyes Magos de Oriente: 

Me disculparán ustedes que, incluso en una situación como la actual, me permita escribirles para trasladarles mis deseos para esta festividad en la que, a pesar de la pandemia, y, como siempre, ustedes serán recibidos en mi hogar con el mayor de las gratitudes y cuidados, como la ocasión merece. 

Este año voy a ser honesta y, verán, que no solicitaré ningún regalo material. Supongo que todo lo ocurrido –la cuarentena, mi cuarentena, mi aventura extramatrimonial- me ha servido, o al menos ha ayudado, para efectuar un ejercicio de introspección y análisis que me aparta de la extravagancia y del atroz consumismo –estoy macoca, como me espetó el otro día una de mis amigas cuando guardábamos cola para comprar pesca en Calabria. 

Como digo, este año no les solicitaré ningún artefacto –aunque agradezco la deferencia del Satisfyer del pasado 2020- sino un cúmulo de aspectos que, con su permiso, paso a detallar: 

(i) Quiero que el año que viene, el 2021, nos trate algo mejor. No le pido que nos cuide, que para eso estamos nosotros –sin recurrir al paternalismo infantil del Gobierno de turno-, sino que, por lo menos, nos permita no tener que despedir a ninguno más de los nuestros. Duele –y mucho- visualizar sillas vacías a la mesa familiar. 

(ii) Quiero que mis hijas crezcan sanas y libres. Alejadas de los pensamientos únicos y políticamente correctos. Que se olviden de las consignas y decidan por sí mismas. Que no solo elijan, sino que decidan, porque ahí radica la verdadera libertad. Y que a la mayor, carajo, le deje de mandar mensajes de whatsapp con emoticonos con las cejas levantadas un tal Sugar Daddy –y sí, se me puso mal cuerpo al buscar en Internet qué coño era un Sugar Daddy, aunque, creo, que lo que más me jodió fue que no tuviera la confianza como para contármelo. 

(iii) Quiero que Paco vuelva a no ser capaz de reprimirse las ganas. Quiero que me vea, siquiera por unas noches, como la mujer que, cuando era joven, le arrastraba la sangre del cuerpo a las cavernas de las columnas de tejido eréctil. Han pasado muchos años, claro, pero una es mujer hasta el día en el que la amortajan y sentirse deseada es bálsamo para cualquier inseguridad –de ésas que no escasean cuando la gravedad opera impasible su acción inmisericorde. 

(iv) Quiero que Marcos –mi ligue, ya saben- sepa madurar sin presumir de que, por su cama, pasa una MILF. Porque es buen chico y, en el fondo, lo que necesita es una novia a la que sacar de paseo los fines de semana, por la que escribir mensajes almibarados de amor y por la que sienta un verdadero miedo ante su pérdida. Alguien que le acompañe en el camino, con la que compartir sueños y por la que partirse la cara con la puta vida. 

(v) Quiero que nuestros políticos actúen con determinación y pensando en el bien común. Que no nos mientan -más. Que no antepongan sus intereses a los nuestros. Que comprendan para qué están sentados dónde lo están. 

(vi) Quiero que nos concedan ustedes templanza, para perdonar, para no actuar como, a veces, nos gustaría, para no tomar la justicia por nuestra mano. Porque este pasado año nos ha colocado ante coyunturas que, a buen seguro, podrían haber acabado en mayor tragedia de no ser por la responsabilidad ciudadana. Porque la muerte y la tranquilidad mezclan mal. Y el humano, de suyo, es visceral cuando camina por los senderos de la pérdida cercana. 

(vii) Quiero que, para el año que viene, me traigan ustedes un tarro de esos de espíritu navideño. Les prometo que lo intenté, esta vez más que nunca, pero no me sale. Ya conocen ustedes que yo las Navidades las tengo cruzadas desde que perdí a mi abuela –que era la única que me trató siempre como una mujer incluso antes de que yo lo fuera- y que el primer villancico y los turrones me traen una imparable y dolorosa nostalgia de su rápida pérdida. Yo sé que a ella no me la pueden devolver, pero solo espero que, en un frasquito pequeño, me inoculen algún tipo de adormidera que relaje mi pesar o que apuntale mis cualidades de disimulo.   

(viii) Quiero, queridos Reyes Magos, que seamos felices, que nos amemos con pasión, que odiemos con sentido y que nos enfrentemos a la vida con una pizca de razón y valentía. Que aprendamos a disfrutar los pequeños momentos, que nos duelan los males ajenos, que nos regocijemos de las victorias de otro, que aprendamos a conjugar en plural y no solo en esa egoísta primera persona del singular –o del plural. 

(ix) Quiero, mis Reyes de Oriente, que, obviamente, olviden esta carta, y se centren en las miserias de quien, realmente, lo necesita. De los pequeños, de los enfermos, de los pobres, de los mayores, de los que viven en soledad… ustedes ya saben. Pareciera que tuviéramos derecho a ser felices y olvidamos, con frecuencia, que antes que la felicidad se halla la mera existencia. 

Muchas gracias, mis Reyes Magos. Siempre tendrán las puertas de mi casa abiertas. 

Dios les guarde.

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