Opinión

Elogio del momento oportuno con motivo de mi veintisiete cumpleaños

| Viernes, 19 de Febrero del 2021
{{Imagen.Descripcion}} La conversión de San Pablo (Caravaggio) La conversión de San Pablo (Caravaggio)

A lo largo de estas semanas en las que he terminado de escribir lo que -espero- pronto será mi segundo libro, me he descubierto a mí mismo tropezando a cada paso por el pasillo, arrastrando a lo largo de mi casa un cansancio casi congénito, una ansiedad en forma de bola en el pecho y de piedra en el colchón. Cosas tan sencillas como contestar a un correo, escribirle a un amigo o ir a comprar el pan se convertían en tareas difíciles para las cuales no tenía reservada ni una pizca de energía. Preguntándome por los motivos de esta imposibilidad corporal para afrontar la vida diaria durante el proceso de escritura, he recordado una vieja distinción conceptual que ha terminado por ayudarme a interpretar mi cansancio.

Los griegos tenían tres palabras para referirse al tiempo: Kronos, Aión y Kairós. La primera de ellas refería el tiempo cronológico; es decir, la secuencia de los días, los meses, los años. El tiempo, digámoslo así, que puede medirse con el reloj. En este sentido, Kronos es el dios de los plazos, y de los horarios, del tienes que hacer esto para la semana que viene, que no se te olvide contestar antes del lunes, el tren sale a las 8.00… Bien. Al menos ya tenía un dios al que odiar mientras escribía, y ese dios es Kronos. Él era el que, en contra de mi voluntad, me exigía someterme a los ritmos diarios del funcionamiento del mundo. Todo el mundo que me requería atención -me decía- estaba siendo arrastrado por la cinta transportadora de Kronos como maletas en un aeropuerto.

¿Pero dónde estaba yo? Esto es lo bueno de los griegos: que siempre contestan a nuestras preguntas. Y no fue esta una excepción. Aión es la segunda palabra que los griegos tenían para referirse al tiempo. Aión es un dios eterno, un dios de dioses: el dios de lo que nunca muere y siempre regresa. Aión es el dios de los círculos y de la quietud; de todo aquello que solo se mueve para volver a su posición original. ¿Estaría acaso habitando el tiempo de Aión? No. Los seres mortales tenemos prohibida la entrada a esa temporalidad para la cual la sucesión metódica de las horas y los días carece de sentido.

Y aquí llega la tercera palabra: Kairós. Las cosas comienzan a complicarse. Pues Kairós no es un dios ni una divinidad, sino un pequeño daimon escurridizo cuyo significado aproximado sería este: Kairós es el pequeño dios del tiempo oportuno, del momento justo. Kairós tiene los pies alados, es veloz y sujeta una balanza con la mano izquierda. No es, sin embargo, símbolo del equilibrio: al contrario, Kairós porta la balanza para hacernos caer en la cuenta de que, cuando hace su aparición en nuestra vida, el equilibrio es imposible. Para Kairós el tiempo no avanza: es una divinidad del instante. Si imaginamos la línea temporal establecida por Kronos diremos que Kairós siempre cae de manera vertical sobre la horizontalidad de Kronos. No dura nada, apenas existe, pero en ocasiones aparece y nos permite sustraernos por un momento a la linealidad de los días. Y ese… ese es el momento de la escritura.

Siempre que me pregunten que por qué escribo me gustaría dar esta respuesta: escribo porque el pequeño dios del tiempo oportuno me ha visitado y me ha dicho que era el momento de hacerlo. Entonces Kronos es puesto entre paréntesis y no puedo contestar a los correos, asistir a los seminarios. Todo lo que dura me molesta porque Kairós me ofrece la posibilidad de un instante eterno en el que lo que hago es importante por el simple hecho de que es el momento oportuno para hacerlo. Por supuesto, Kronos regresa en seguida y vuelvo a mi estado natural: el de no saber escribir una palabra. Y pienso: solo se es poeta un rato -pongamos unas cuantas horas- cada varios años. El resto del tiempo se es una persona absolutamente normal que va a comprar el pan sin inconvenientes, aupado por Kronos.

En términos de Deleuze, podríamos decir que Kairós es un pliegue, pues, a fin de cuentas, lo que hace es mediar entre dos tiempos: el de Kronos y el de Aión. Kairós rompe el tejido de Kronos y nos deja asomarnos al tiempo inmortal. Escribimos y sabemos que muchos lo han hecho antes de nosotros; y que muchos otros lo harán, y nos sentimos parte de una cadena infinita que no avanza hacia ningún lugar, sino que se repite. Percibimos por un momento la sensación por excelencia de la escritura: la de que todo encaja. Todo está donde tiene que estar porque el daimon del tiempo oportuno así lo dice.

Como estudiante de literatura, pero también como lector en general, he pensado mucho acerca de qué hace que la literatura sea literatura. ¿Por qué un poema es un buen poema? Y no he encontrado mejor definición que esta: un poema es bueno porque los latidos oportunos del pequeño Kairós se esconden detrás de cada palabra y de cada imagen. Una vez leí que cierto escritor proponía a sus alumnos en un taller de escritura el siguiente ejercicio: cogía un gran poema (de Philipp Larkin, por ejemplo) y quitaba algunas palabras. Entonces invitaba a los estudiantes a rellenar la palabra que creían que era. Ninguno podía adivinarla. Y no porque sus palabras no fuesen buenas o hermosas sino porque no era oportunas. Mi experiencia me dice que así funciona la literatura: es imposible aislar un rasgo universal que contengan todos los buenos libros. Y, sin embargo, leemos e intuimos la brevísima visita de Kairós. No escribimos por razones extrañas: escribimos porque sentimos que es el momento oportuno para hacerlo.

Qué puedo decir, mamá: para un cuerpo es difícil transitar de un dios a otro. Las distancias son largas, los saltos enormes, y Kairós siempre nos eleva demasiado. La caída al tiempo del calendario es dolorosa. Más dolorosa ahora, recordando que hoy cumplo 27 años y que los cumpleaños siempre han sido el mejor arma de Kronos para recordarnos que por mucho instante eterno que Kairós nos haya hecho ver, al final los números siempre ganarán la partida. Habrá que coger el teléfono, acudir a las citas, redactar los ensayos, hacer los exámenes. Siento no haber cogido el teléfono estos días. Siento no haber contestado a los mensajes de WhatsApp. Pero ahora, por fin, he comprendido.  Mañana te llamo y te cuento.

Un beso,

 

Fran

 

Granada, 19 de febrero de 2021

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