Advertencia número
uno: A leer las tribunas de los periódicos se viene llorado de casa.
Advertencia número
dos: Es muy sano que las personas no comulguen de una opinión y puedan debatir
y rebatirla.
Advertencia número
tres: Odio los sucedáneos en el lenguaje. Utilizar expresiones y retruécanos
para evitar lo que cuentan con palabras y términos acostumbra a ser sinónimo de
algún tipo de oscuro interés.
Advertencia número
cuatro: No me gustan los “días de”. Ni el de San Valentín, que ya saben lo que
les contaba el mes pasado.
Advertencia número
cinco: Somos todos ya –muy- mayores de edad. Si eres menor de edad y estás
leyendo esto, consulta a tus padres antes de seguir… anda.
Advertencia número
seis: Si uno se ofende, en gran medida, suele ser porque quiere.
Advertencia número
siete: Soy mujer. Sé de lo que hablo.
Advertencia número
ocho (maaaaaaaaaambo… perdón, no lo podía reprimir): Nada justifica un
asesinato.
Y, ahora, si han
llegado hasta aquí –y conociéndome, como ya deberían- apreciarán de otro modo
lo que me dispongo a contar.
Nunca he ido al 8-M,
y, es más, las mujeres del 8-M no me incorporan.
Valoro su
persistencia. Pero igual que aprecio la del jubilado que, día a día, se levanta
al alba para ser el primero en comprar el ABC, con su grapita. El primero, no
uno de los primeros, el primero.
Me siento incómoda
cuando tratan de etiquetarme, en cualquier ámbito, pero, especialmente, en
aquéllos cargados con un evidente componente político y que acaban cayendo en
una ferocidad extrema del “conmigo o
contra mí”.
Además, me repugnan
esas consignas que se alzan contra los hombres por considerarles, así, de
saque, como asesinos o violadores. Y no lo digo por los míos, es que no alcanzo
a entender un mundo completo sin ellos –con sus aspectos buenos y malos. Y
cuidado con lo de entendernos entre unos y otros, que para difíciles o “locasdelcoño” yo también me sé de
algunas de cuidado.
Con la edad, llámenme
loca, me he dado cuenta de que no me representa casi nadie y, fíjense, que casi
mejor así.
A mí, por definición,
me gustan las mujeres como las que decía mi abuela: “con los huevos por dentro, como las gallinas”. Pues eso, mujeres de
rompe y rasga, de las que no se arredran ante nada -sea hombre, mujer,
invertido, animal o extraterrestre-. Mujeres como Marie Curie, Rosa Parks, Emmeline
Pankhurs, Ada Lovelace, Rosalind Franklin, Frida Kahlo, Valentina Tereshkova,
Amelia Earhart… Y mi abuela, mi madre y todas esas mujeres que han consagrado
su esfuerzo y su sacrificio a su ideal, al que ellas han elegido –sin que se
deba menospreciar a aquéllas que consideran la familia como un ideal-.
Las manifestaciones,
los cánticos, las pancartas, las consignas… pues eso, que están bien, pero que
la valía de una mujer se demuestra –como la de cualquier ser humano-
madrugando, trabajando, sacrificándose, con talento y con pasión –que ahora
parece que el sexo fue un invento de los machos para poseer y deformar nuestros
cuerpos a su antojo. Algo me dice que si éstas
pudieran todavía imputaban a Dios por habernos convertido en las que parimos.
Ya me veo el juicio. Con sus protestas en la puerta de entrada y Dios,
cabizbajo, repitiéndose, una vez más, si no debió parar la creación el quinto
día, dejándose de humanos y de la costillita de marras.
Yo, y esto me ocurre
también con otras cosas, creo que, en lo del feminismo –como movimiento-,
aparte de una buena voluntad –innegable- hay un espacio abonado a vivir del
cuento.
Pero, bueno, no me
hagan caso, que yo soy una iletrada. Aunque díganme que no tiene arte que si le
das la vuelta al acrónimo, les sale el tiro por la culata.
A mí, ahora que
caigo, quizá, la única mujer mundial que me representa es la de la canción… Y
si me apuran, tampoco.
Pues eso, que yo soy
mujer de las del mocho, y a mucha honra, y no del “eme-ocho”.
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Martes, 20 de Mayo del 2025