Santa Hildegard von Bingen (Hildegarda de Bingen) nació
en Böckelheim vor der Höe, Alemania, en 1098, y murió en
Rupertsberg, cerca de Bingen, en 1179. Su fiesta se celebra el 17 de
septiembre.
Según explican los estudiosos de su obra fue una
abadesa polifacética: médica, filósofa, polímata, naturalista, compositora, poetisa y también
lingüista. La bióloga estadounidense Margaret Alic[1]
la ha definido como una de las científicas más importantes del siglo XII.
Hildegarda nació en una familia noble. Fue la décima de sus hermanos y pasó enferma, apartada del resto de su familia, la mayor parte de su infancia. Sus padres, con sólo ocho años, sin que apenas tuviera conocimientos de lectura o escritura, la entregaron a la Iglesia para que fuera educada: Monasterio de Disibodenberg. A los 14 años se incorporó como profesa a la Orden de San Benito.
Investigaciones científicas sobre la cerveza y libros
Escritora sobresaliente, brilla
particularmente por su obra mística, visionaria y poética; pero también, como
veremos después, por sus ensayos sobre ciencia natural y medicina; asimismo fue
una prolífica compositora musical.
Mujer reconocida por sabia, su
influencia se proyectó sobre numerosas personalidades de su época, con las que
dialogó y discutió y, según sus biógrafos, mantuvo particulares diatribas y
criterios, reprendiendo a sus opositores en numerosas ocasiones por medio de las
investigaciones científicas que realizaba[2].
Conocida
como la «Sibila del Rin», con sólo 38
años de edad, fue nombrada abadesa y por ello tuvo que asumir la dirección del
convento en el que vivía. Poseedora de una gran vocación y una mente preclara,
la joven se abrió paso en distintos
ámbitos, entre otros en la propia Iglesia, donde se le concedió salir a
predicar y fundar dos monasterios: el primero en 1150 y el segundo 1165.
Un año después
de fundar el primero, entre 1151-1158, escribió su obra de medicina más
importante bajo un único título: Libro sobre las propiedades naturales
de las cosas creadas (Liber subtilitatum diversarum naturarum
creaturarum).
Pero, ¿qué motivos la llevaron a realizar dichas investigaciones?...
Sabido es, que, desde tiempos antiguos, los experimentos realizados sobre esta
bebida por diversos investigadores habían surtido poco efecto, a pesar que le
habían añadido a la cerveza variados aditivos, no sólo para enriquecer su sabor, sino para darle más
color, aumentar el contenido de alcohol y conservarla, utilizando para ello:
miel, canela, anís, jengibre, romero, clavel..., más raíces de plantas de
distintas clases; mezcla con la que intentaban contrarrestar el dulzor de la
fermentación del cereal utilizado para la fabricación de la famosa bebida.
Pero la preocupación de la religiosa por mejorarla (ella aconsejaba
beberla en determinados problemas médicos) venía derivada de las enfermedades
que provocaba en la población la insalubridad de las aguas, muchas veces
almacenadas sin ninguna esterilización, recogidas en pozos, aljibes, tinajas o
albercas.
Buscando el remedio, después de numerosas pruebas, Hildegarda experimentó lo que deseaba con el
lúpulo, una mala hierba que crecía en Baviera, consiguiendo con sus
investigaciones el característico sabor amargo de la cerveza que conocemos y, a
su vez, utilizar ─entre otras─ las propiedades bactericidas de la dicha hierba para
que estas mantuvieran en buen estado una bebida muy consumida en aquellas
lejanas épocas; pues no podemos olvidar que los monjes franciscanos,
benedictinos y trapenses, elaboraban y consumían cerveza; sobre todo cuando
hacían prolongados ayunos.
Como
decimos, Hildegarda fue la primera que anunció el éxito de su experimento por
medio de textos científicos, publicándolos y describiendo en ellos el mundo
natural, mostrando, además del lúpulo, su particular interés en las propiedades
curativas de las plantas, los animales, minerales, metales, y otros elementos
de la naturaleza.
Por todo lo anterior su fama fue
notoria; pues hace casi mil
años que sus estudios sobre el mundo natural brillaron en una sociedad cerrada
para las mujeres, y le dieron fama. Su
obra, según sus biógrafos, desprende una notable sabiduría, sin olvidar que,
pese a ser religiosa, no tuvo reparos en describir temas que una monja evitaba
tratar: la menstruación y el sexo.
Otros remedios y consejos de la abadesa para las mujeres llamaron la
atención y fueron muy celebrados, pues anotó tratamientos para mejorar la dieta
de las que sufrían amenorrea (que ya sabemos es la ausencia de la menstruación
debida a la desnutrición). En este caso diremos que, en la época que le tocó
vivir, muchos de los naturalistas creían que la mujer era la única que
menstruaba. Sin embargo, Hildegarda estuvo entre los pocos estudiosos,
anteriores a la ciencia moderna, que sostuvieron que las hembras de los monos también menstruaban.
Asimismo
catalogó más de 230 plantas herbáceas y 60 árboles, dándole a cada uno, junto
con las aplicaciones médicas, el nombre en alemán, logrando desarrollar una
nomenclatura botánica, en este idioma, que todavía está en uso.
Por otro
lado, los trabajos de esta singular abadesa, por su interés científico, fueron los
primeros ─escritos por una mujer─ que se han conservado, llegando intactos
hasta nosotros, permitiéndonos leer los minuciosos estudios realizados sobre
temas tan diversos como los teológicos, biografías, hagiografías, poemas, himnos...,
legados por esta religiosa y compositora de prestigio, muy reconocida también
en la última disciplina que anotamos por numerosos musicólogos que estudian y
estiman las 78 obras que han llegado a nuestros días. Otras materias estudió Hildegarda; pues también,
gracias a ella, en el s. XII se conocieron numerosas tradiciones cosmológicas
griegas y judeo-cristianas.
En resumen, sus trabajos, según los especialistas y biógrafos, representan un original compendio de ideas procedentes de la tradición oriental, helénica y judeocristiana; pues las fuentes de su conocimiento fueron las tradiciones populares y el humoralismo galénico: mezcla inseparable de elementos naturalistas y místicos. Su influencia fue tan trascendental en su tiempo que perduró hasta el Renacimiento[3].
Veneración y santidad
Venerada en vida y después de su
muerte, su biógrafo, Teodorico de Echternach, la llama santa, adjudicándole muchos milagros
acaecidos en su época y, después de su muerte, por su intercesión. Gregorio IX
(1227-1241) e Inocencio IV (1243-1254) ordenaron un proceso de investigación
para declararla santa; proceso que fue repetido por Clemente V (1305-1314) y
por Juan XXII (1316-1334); pero su libertad de pensamiento y las sucesivas
trabas puestas a sus ideas evitaron la conclusión de los mencionados
expedientes.
Un suceso, entre otros, ocasionó graves problemas al
monasterio que dirigía. Fueron los derivados de un enterramiento, 1178, realizado
por su comunidad a un joven excomulgado: tema que levantó polémica, de tal
forma, que la Iglesia le exigió exhumara el cadáver; porque el
derecho canónico prohibía su entierro en suelo sagrado. Pero Hildegarda se negó
haciendo desaparecer las señales del mencionado enterramiento, sosteniendo la
tesis que, que ya antes de morir, el joven había sido reconciliado con la
Iglesia por medio de los sacramentos.
La negativa, enfadó a los prelados de Maguncia, prohibiendo el
uso de las campanas, instrumentos y cantos de la liturgia en el convento: una
de los atractivos que más gustaba a los fieles. Y fue tan grande la presión y
el escándalo que se vio obligada a escribir una carta pública doctrinal donde
ponderó el significado teológico de la música en los actos litúrgicos,
logrando, por medio de testigos, se levantaran las prohibiciones.
Sin embargo, a pesar de los diversos expedientes sobre su
canonización, pasó el tiempo y no fue declarada santa; pero, para contentar a
sus devotos, se inscribió su nombre en el Martirologio romano, incluyéndose
además, en algunas letanías; también se empezó a celebrar su fiesta; y las
obras pictóricas y escultóricas que la retrataban fueron objeto de veneración.
Pero no sería hasta 1940 cuando la Iglesia autorizó la
celebración de su fiesta en las iglesias locales. Posteriormente, y con motivo
del 800 aniversario de su muerte, Juan Pablo II la catalogó como profetisa y
santa. Ya en 2006, Benedicto XVI, además de referirse a ella como santa, la
alabó, junto a Catalina de Siena, Teresa de Ávila y Teresa de Calcuta, como una
de las grandes mujeres de la cristiandad. Cinco años más tarde, en diciembre de
2011, anunció se iba otorgar a Santa
Hildegarda el título de Doctora de la Iglesia, inscribiéndola en el catálogo de
los santos y extendiendo su culto litúrgico a la iglesia universal en una
“canonización equivalente”. La
formalidad se cumplió el 7 de mayo de
2012[4],
en la XIII Asamblea General Ordinaria del Sínodo de los Obispos, otorgándole,
junto al manchego San Juan de Ávila, el mencionado título.
Su fiesta es famosa y muy celebrada en las Diócesis de
Speyer, Mainz (Maguncia), Trier (Tréveris), y Limburg. También en la Abadía de
Solesmes un oficio compuesto por ella es cantado el día que se celebra su
nombre[5]. También,
al igual que en la iglesia católica es venerada en algunas iglesias de la
Comunión anglicana, entre otras, la Episcopal escocesa y la de Inglaterra,
celebrando su fiesta, al igual que la católica, el 17 de septiembre.
Hildegarda de Bingen murió en 1179 a los 81 años de
edad, dejando un extraordinario legado de incalculable valor y una prueba clara
de sus conocimientos en los numerosos tratados que realizó. Actualmente sus
reliquias se conservan en la parroquia de Ebingen (Alemania).
Terminamos añadiendo que aún se siguen realizando estudios sobre esta mujer científica y multidisciplinar. Indudablemente, la historia, en cualquier aspecto de la vida, no puede entenderse sin reconocer la participación de la mujer.
[2] Universidad
Católica de Argentina, UCA: Agüero, Guillermina, (2007), Hildegarda, los cátaros y el catarism... Hoy
II. Archivado desde el original el 20 de abril de
2009. Conferencia
impartida en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Católica de
Argentina.
[3] Carolina Martínez Pulido: (2015), Una sorprendente estudiosa del s. XII: Hildegard von Bingen. Cátedra de Cultura Científica.
Mujeres con Ciencia. Universidad del País Vasco.
[4]
Diario
ABC, 7-10-2012: «El papa proclama a San Juan de Ávila
e Hildegarda de Bingen nuevos doctores de la Iglesia».
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Miércoles, 14 de Mayo del 2025