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Opinión

Los “galguillos” en las desmoronadas fábricas de la pólvora y de paños, de Ruidera

Salvador Jiménez Ramírez | Viernes, 9 de Julio del 2021

Formando parte de las antiguas y derrumbadas instalaciones, dentro del perímetro de las ya desfiguradas factorías y desmoronados murallones; entre almeces, chopos zarzas y nogales, había (¿estará?) un pilón cilíndrico de piedra de sillería, utilizado para desbruar paños y gran variedad de urdimbres; que era una sección más de la infraestructura de la enigmática “Fábrica de Paños”, construida allá por el año 1850, por el vecino de Tomelloso Eusebio García. Tanto de la industria como del empresario tomellosero, lo poco que se sabe es lo que en el vecindario fue pasando de boca a oído: “… y unos almacenes que había a la izquierda, estaban llenos de fardos de telas y de más cosas… Y pesas grandes de hierro de telares y trastos de la maquinaria…, pero y que a aquel hombre lo engañaron y lo traían de cabeza con la cosa del agua… (…). Y que enfermó de calenturas tercianas y de los berrinches que pasaba… En lo que iba a ser una fábrica de mucha etiqueta, se quedaron las cosas mangas por hombro y un pilancón, que le dicen “el bañador”, con restos de greda, cal y cenizas de lavar las telas… Si aquel hombre se fue desesperao por las pegas que le ponían los que mandaban en el agua…; y que ya no vino más por Ruidera, por aquello y por más cosas; porque decían que se entrampó hasta las cejas…”.

El pilón, denominado por el vecindario como: “El Bañador de Doña Mercedes”, hace más de medio siglo, era utilizado por propietarios de las reliquias, como zona de baño apartado y privado, para, cuando en verano arribaban al paraje ruidereño, a su paraje…; en sombreada y meditada intimidad, refocilar poder, piedad y fama… Pero ratos y días había, cuando los “amos” no lo utilizaban o no estaban, (tampoco el “Hermano Amancio, casero-guarda casi cuarenta años con los “amos”; eso sí, “en negro”, y la remuneración: sembrar un pequeño huerto y tener unas cabras) la baraja de chiquillos más zascandiles y osados; cuando el bochorno del estío achicharraba, nos colábamos por los portillos y grietas de los muros para en jolgorio y desafuero, como al mundo vinimos, nadar en el “Bañador…”, que a elixires de dicha olía, en bullicioso chapoteo… Algunas mozuelas solteras, de las más recatadas y picajosas, utilizando nuestra táctica y aprovechando fechas y horas; para en familiaridad, despojadas de sus atavíos de honestidad y severidad impuesta, mitigar ardores y sofocos… Y como resollamos e ideamos, compartían, “repasando”, el “catastro” de oscuras y arcaicas costumbres, amores pasivos y clandestinos de la otra…; pero sin sublevarse de su tiempo… Y mostraban con inesperados detalles, planos de sus cuerpos, tanto tiempo encorsetado y retenido como clandestino, sin preocuparse de la claridad del día y lugar… Sucedía entonces que, si los muchachos éramos sorprendidos, esperando turno y fisgoneando entre la maleza, “como nuestras madres nos habían traído al mundo”, las mujeres nos retenían, poniéndose manos a la obra, haciéndonos “los galguillos”… Aquel suplicio consistía en ponernos bocarriba, embadurnándonos los genitales con cieno de las regueras; ridiculizándonos por cómo eran nuestros “sapos”…

Era aquello un rito o experimento inconsciente, en sitio intranscendente, de y para el clan. Eran ceremoniales del inconsciente, de iniciación a la vida adulta, (principalmente de la hembra) en un conjunto grupal, donde el sentido del rito-tabú de la iniciación, ya arredrado en otros estadíos de la evolución social, emergía temporalmente por imposición de la genética y biología ancestrales; quedando comprometido, de nuevo, en aquellas doncellas. Adquiriendo, con ello, comprensión y conocimiento de la intimidad del sexo opuesto, aún infecundo e inofensivo; para irse integrando con más experiencia y garantía, en el ciclo de la procreación, al producirse el emparejamiento…