Me voy a anticipar, aunque, bueno, casi siempre lo hago
–que ya me decía mi abuela que era mu
apercibiota- y les voy a contar sobre la Feria.
La de Tomelloso, si bien, entre nosotros –e igual,
salvando la de Albacete- no hay otra más hermosa, más grande y más mejor; ustedes ya me entienden.
A mí, ya en la cuarentena -de edad-, pasados los rigores
exultantes de la juventud y los desapegos de la irónica y descreída madurez
–asumamos que con más de cuarenta uno es viejo, no anciano, pero viejo-, la
Feria me resulta entrañable.
Y no es tanto, que también, por ese registro local, sino
por la alabanza de lo variado y sencillo, del olor a reiterada tradición y a
cúmulo de experiencia vividas y transmitidas de generación en generación.
La Feria es madrugar para acompañar la diana floreada y
desayunar churros y chocolate. También es esperar, curiosa, las fotografías de
las Madrinas –y del Padrino, cuando lo hubo- para felicitarles y recordarles
qué honor supone representar a tu pueblo. Preparar la teja y la mantilla para
acompañar la procesión de la Virgen. Escuchar el voto a la Virgen, aunque, a
los creyentes, nos cueste que se pretenda sacar de la Iglesia. Acudir a la puja
y dejar la ofrenda en un plato de ensaladilla del Alhambra y una cerveza en el
Casino de San Fernando al amparo de un toldo que protege mínimamente del fuego
veraniego. Oír el pregón y los conciertos de los Jardines o la Plaza de Toros
–cuando se daban, cuando la gente abarrotaba plazas de toros o estadios de
fútbol para escuchar música en directo.
La Feria es elegir el vestido de la cena de gala y
escuchar atenta el discurso del Mantenedor –habiendo leído, siempre, algo de lo
que hubiera escrito antes de la inigualable Fiesta de las Letras. Esa Feria
precisa, también, ir a los toros, al teatro, a la ópera y a todos los
espectáculos que convierten a nuestro pueblo, por siete días, en una verdadera
capital.
La Feria es tributar homenaje al tomellosero ausente –al
que le duele estar fuera pero no obvia esa naturaleza localista-, a los
Viñadores –comulgue más o menos con la elección del Gobierno de turno- y a esa
figura tan enrarecida, últimamente, del pregonero –que, con tanta habitualidad,
se olvida de que hacer grande a las fiestas que glosa y no su relación con
ella, que para eso ya están columnas tan lacrimógenas como ésta.
La Feria es recuperar los juegos de antaño, el caliche,
los concursos de habilidad con el tractor y remolque y todo lo que nos define
como pueblo de raigambre agraria y campesina. Recordar el traqueteo de los
vagones del tren de la bruja, el mágico avance de los camellos en su carrera
cuando la bola entraba en alguno de los agujeros rojos, el grito del que, a voz
en cuello, anunciaba el bingo y se encaminaba a elegir, de entre los premios de
un bingo, aquél que deseaba, o la indescriptible cara de ilusión del niño que
pescaba uno de los patos que escondía, en su barriga, un número mayor de
puntos.
Pero quizá, y eso solo lo aprecia una con el tiempo, la
Feria es ese último paseo que das, en la madrugada del treinta al treintaiuno
de agosto, acompañada por el traicionero viento que anticipa no solo la llegada
de septiembre, sino el ineludible final de esa semana en la que cualquier
preocupación, casi como por ensalmo, desaparecía de nuestra mente.
Porque, como casi todo en esta vida, lo mejor de la Feria
es vivir para recordarla, para añorarla, para pensar, engañado, que cualquier
tiempo pasado fue mejor, con la esperanza -normalmente errada- de que el
porvenir nos otorgará más brillantes vivencias.
{{comentario.contenido}}
"{{comentariohijo.contenido}}"
Martes, 12 de Julio del 2022
Domingo, 5 de Septiembre del 2021
Martes, 20 de Mayo del 2025