Opinión

Jerónimo Anaya Flores y su libro “La leve eternidad del momento”

Pilar Serrano de Menchén | Viernes, 30 de Julio del 2021
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“La leve eternidad del momento” es el título del último libro de poesía publicado por el profesor Jerónimo Anaya Flores. Poeta manchego, laureado en numerosas ocasiones, nacido en Alcoba de los Montes, Catedrático de Lengua y Literatura en el Instituto Santa María de Alarcos, profesor del Seminario Diocesano de Ciudad Real y Vicepresidente del Instituto de Estudios Manchegos, distribuye su ocupado tiempo en la investigación de la literatura oral, así como en el Quijote: temas en los que ha publicado más de una docena de libros que ya son referencia para los estudiosos de la lírica tradicional y el Quijote.

El que nos ocupa ha sido publicado, con el número 43, en la Colección Bibliográfica del Grupo Literario Guadiana. Se trata de una colección de magníficos sonetos donde la luz de la palabra se hace esencia y búsqueda, intentando atrapar, a través de las hermosas metáforas tejidas por Anaya Flores, la leve eternidad del momento.

 Aleccionador poemario donde el soneto luce en las bellas expresiones de la liviandad de los momentos que vivimos, cuando la luz crece adentro del corazón para sellar los sentimientos. La búsqueda espiritual de lo transcendente se hace en este poemario, muy al uso de cánones antiguos, ahora modernizados por la sabiduría de Jerónimo Anaya, poesía de gran calidad: formal y emocional.

El inicio de los sesenta sonetos que conforman el libro, ya muestran ese modo diversificado de lo que alienta el corazón y se manifiesta a través de muy escogidos versos. Es como si un enamorado (lo es) expresara en palabras la profundidad de sus sentimientos. Fuego interior y resonancia íntima: en este caso ya desde el inicio del título del primer soneto expresado de este modo: “Reprende a las noches, estrellas y lunas, pues no le muestran el amor”. Seguido exclama: ¡Noches oscuras de mis días claros,/ cuántas veces me habéis partido el sueño,/ pues con vuestros desdenes que desdeño/ al descanso ponéis siempre reparos.

Y es la mística la que se hace dueña de realidades y ensoñaciones, alentando el resplandor interior en una búsqueda de eternización, donde se ve muy claramente lo que decía Luis Cernuda citando a Goethe: “Veo no tanto como hice mis poemas, sino como me hicieron ellos a mí”.

En los poemas que decimos, la norma clásica, derivada de lo formal, va intercalando metáforas actuales en una exigencia lingüística realmente mágica; pues con esta emoción y percepción el libro alcanza una honda madurez por el elevado canto que se trasmite a través de una lírica llena de emoción y perfecta en todo; pues bellamente, Anaya Flores, la une por medio de palabras exactas, aunque sea el desamor, lo que expresa. Veamos el soneto número once titulado: “Lamentase de que hasta los poemas de amor se convierten en pavesas”: Fuimos una pasión adolescente,/ escrita en los poemas de un cuaderno:/ yo te juraba amor, amor eterno;/ tú me dabas amor, amor ardiente/. Fuimos agua que evita la corriente,/ tardes de luz en un paseo tierno,/ sin saber que al acecho hay un invierno/ que rompe los veranos, de repente/. Y fuimos una cándida promesa, / un intuido amor para mañana,/ quizá alguna caricia por sorpresa./ Cuando un día llamaste a mi ventana,/ el cuaderno de amor era pavesa,/ hielo tu cara y mi cabeza cana./    

El misterio de lo oculto, según ponderaba el poeta amigo que fue Rafael Alfaro, no deja de ser una llamada. Poesía profunda en la realidad del todo que somos y, a la vez, íntima,  porque los poemas que ahora leemos son la verdadera cristalización de todo lo vivido y sentido en profundidad por el poeta. Cinco pétalos blancos encontrara/ con un verso minúsculo granate,/de la blancura y el amor remate,/en el perfil sublime de tu cara./

Este abrazo a la escritura contiene la fragilidad de lo importante y lo vulnerable. Lo recóndito escrito bajo el compromiso de una luz bienhechora y primaveral. Desde el conocimiento de la realidad y la sublimación del espíritu, la poética y la metodología alumbran “La leve eternidad del momento” con versos que mecen la luz que alumbra la esperanza.

Sesenta sonetos donde el poeta labra el amor, las decepciones, lo cotidiano, el dolor, la pasión, lo escondido, lo mostrado, y “De cómo el viernes de la cruz acaba en el domingo de la Vida” (Soneto nº 59): Eres viernes, Señor, todos los días/ y en la cruz del olvido te levanto,/ sin que tus llagas y tu amargo llanto/ rompan tus inquietudes y las mías./ Arden tus manos en amor, ya frías,/ llenas de vida, de piedad y espanto,/clavadas en un leño, y mientras tanto/ alzo las mías, pero están vacías./ Eres viernes, Señor, aunque yo he sido/ el creador del viernes porque mueras/ todos los días en silencio malva./Y mueres en el viernes del olvido, / aunque sé, sin  saberlo, que me esperas/ en el domingo cuando llegue el alba./

Desde la admiración al poeta Jerónimo Anaya mis mejores deseos para su libro y que la poesía nos siga acompañando. 

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