Este año me he portado –y comportado- mal. ¿Para qué obviar
lo patente?
Sin embargo, y es de justicia, ustedes recordarán que, haceun año, por estas fechas, escribía, públicamente, una carta a SSMM los ReyesMagos con una serie de deseos.
Pues, aunque seguro que ustedes no se han tomado la
molestia, yo les voy a recordar cuán certeros fueron los reyes de Oriente.
Les pedí que el 2021 nos tratara “algo mejor” y que “nos
permitiera no tener que despedir a ninguno más de los nuestros”. Como todo en
esta vida, esto va por barrios. Pero la pandemia, tras un asolador paso por
nuestras tierras en marzo y abril de 2020, pareció, con todo el error que una
generalización entraña, ser algo menos fiera… gracias a las vacunas,
especialmente.
También solicité que mis hijas crecieran “sanas y libres”.
La primera, gracias a Dios, se cumplió. Y la segunda… ay, la segunda. Creo que
el concepto de libertad se está desdibujando tanto que, a buen seguro, convenga
preguntarles a ellas si creen vivir en libertad –y seguro que responden que sí,
pero yo barrunto que la contestación adecuada es no. Afortunadamente, la mayor
me contó lo del Sugar Daddy y el río fue mucho menos tumultuoso y enrabietado
de lo que parecía.
En mi misiva, instaba a los Reyes a que Paco, mi marido, me
viera con los ojos de deseo que habitaban su yo de hace unos años. Esto ocurrió
y no… ya saben. A veces –pocas, sí. Y otras –muchas, más de las queridas, no.
Porque el tiempo, la convivencia, las facturas y los dilemas del futuro suelen
ejercer una notable desaceleración en las pulsiones humanas. Pero qué quieren
que les diga… ni tan mal.
Además, los Magos se encontraron con una petición sobre mi
“amante”, Marcos, el joven adolescente que me tilda de MILF. Aquello acabó.
Porque debía de hacerlo. O debía hacerlo –y parece lo mismo, pero no lo es.
Ahora, sé por mi hija, que Marcos, como yo pretendía, cuenta con una novia
formal. Bueno, formal, en el sentido de única y sin esa horquilla de edad que,
quizá no tan curiosamente, me inquietaba más a mí que a él. De lo que me
informan, Marcos ya ha necesitado “partirse la cara con la puta vida” por ella.
Y es doloroso, pero, a la vez, cuenta con un punto de épica gozosa –casi justo
y necesario, como ustedes conocen.
Sobre lo que pedí de los políticos, vamos a correr un tupido
velo. Que luego me dicen que siempre estoy metiéndome en berenjenales. Pero,
vamos, que se ve que la mistela que les deje a los pajes no fue de su
agrado…
Menos mal, que los Reyes si atendieron lo de la templanza. Y
sé que no me comporté demasiado bien, pero el tiempo apaciguó ciertas
tiranteces. Y lo visceral se convirtió en humano al reparar, en el fondo, en
que nada de ese enfado debería superar la alegría de ver bien a los míos
–póngaselo en usted, y créame.
Los Reyes cumplieron mi séptima y octava súplicas. Es mi primer año de espíritu navideño –y para quien no se lo crea, se sorprenderá al saber que hasta puse un árbol de Navidad en el salón, con sus luces, sus bolas, espumillón y una estrella que parpadea fulgurante. Y, además, creo que supe vivir la existencia con un punto más de verdad. Puede que más temerosa que nunca –o al menos más consciente- de que pudiera acabarse, terminarse, en un suspiro, en un abrir y cerrar de ojos, en un cambio de variante…
Pero lo que más alegría me provoca es conocer que los Reyes
escucharon el noveno deseo. No lo voy a recordar. Ahora leído hasta me provoca
algo de vergüenza. Sea como fuere, me enorgullece echar la vista atrás y
descubrir que, incluso en medio de la ira del final de un año tan complicado
como el 2020, mi escritura rememoraba la empatía como único camino.
No pediré más que el 2022 sea igual de sano, igual de largo
y ancho, igual de vivencial.
¿Quién sabe si no estamos siempre ante la última letra
escrita?
Feliz Navidad y Próspero y Venturoso Año Nuevo.
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Martes, 20 de Mayo del 2025