Otra joya del subsuelo de Tomelloso encontramos hoy en la calle San Pablo, en pleno centro de la ciudad. Asunción Cepeda Serrano nos ha abierto amablemente las puertas de su casa para mostrarnos una cueva que se construyó a mediados de los años cincuenta, si bien hay un precedente de una cueva más antigua que data de los primeros años del XX y po ahí asoma algún vestigio que demuestra su existencia. Su propietaria anda preocupada por un problema de humedad ,que espera solucionar, y nos confiesa el cariño que le tiene a esta cueva que fue primero de Jesús Ortiz Ramírez, tío de su marido, el siempre recordado Jesús Ortiz Bellón.
Bajamos por la ancha escalera y en su parte más alta todavía cuelga la placa con el nombre del picador: Antonio Rodrigo “Mochirres” que hizo auténticas virguerías en la cueva como iremos explicando. Las paredes de la escalera están enjalbegadas y puede bajar más cómodamente si nos apoyamos en un pasamanos de hierro. La escalera dobla varias veces en forma de ele y en su punto intermedio conecta con la contramina que nos lleva al empotrado. La contramina era de una sola bóveda de medio punto, pero se la añadió otro para ganar espacio y colocar las dos tinajas del vinagre.
El empotrado tiene una moldura muy bien trabajada, signo distintivo de José María Díaz Benito, el tinajero y de su hijo, José María Diaz Navarro que nos vuelve a acompañar. De la cueva también puede disfrutar la arquitecta, Ana Palacios, con su inseparable cámara y saboreando todos los elementos y detalles constructivos. El empotrado presenta un balaustre de hierro y un puente. Miramos al techo y vemos que se encuentra en la pura tosca, horadado por dos lumbreras con desgarre trapezoidal, una de ellas está condenada.
Bajamos el resto del tramo de escalera y admiramos quince soberbias tinajas, numeradas, de quinientas arrobas de capacidad cada una de ellas. Si multiplicamos nos salen 7.500 arrobas “una cueva de picholero bueno”, remarca José María utilizando esa palabra autóctona que tanta gracia nos hace. Convirtiendo las arrobas en litros nos salen 120.000. Entre las tinajas hay unos rabos estriados y podemos disfrutar de otros elementos decorativos: moldura, plafones y mensulas. El techo del empotrado está pintado en un tono verde. Aún más arriba, en el cielo de la cueva nos percatamos de una curiosa moldura que hizo el picador que va por todo el perímetro del techo. También se esmeraría en el trazado de algunos arcos y hasta alguna insinuación de bóveda de crucería. “Y eso que medían con pasos o con una vara de medir que era un sarmiento”, apunta Asunción.
La cueva ha sido reforzada con tres pilares porque así lo aconsejó el aparejador del Ayuntamiento, Vicente Ferrer. El suelo está de cemento, con su parte central más elevada con el fin de conducir bien el mosto que se derramaba a los pocillos, cada uno en un extremo. Hay otro pocillo más al pie de la escalera y que estaba conectado a los trujales a través de unos tubos que iban justo debajo de los peldaños. En realidad, a la cueva no le falta detalle.
La cueva contiene curiosos aperos: horquillos para descargar la uva, una pala de era, horcates, mangueras, espuertas, un ventilador, una bomba, varios toneles y bombonas. Las paredes de esta cueva encierran mucha tradición y raíces tomelloseros. Otro tesoro más, y ya estamos muy cerca del centenar, que hemos mostrado a nuestros lectores de La Voz de Tomelloso.
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