Cuevas

Félix Serrano y Dolores Martínez se empeñaron acertadamente en salvar su cueva

Carlos Moreno | Sábado, 16 de Julio del 2022
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La cueva que visitamos en este caluroso día de julio nos lleva a la calle Isabeles. Alli nos esperan sus propietarios Félix Serrano y María Dolores Martínez que nos han contado la bonita historia de una construcción que, acertadamente, quisieron conservar. Compraron la casa a la familia de los Jareños y cuando reformaron la vivienda surgió el dilema de qué hacer con la cueva. Pero Félix e Isabel lo tuvieron claro: la cueva no se tocaba.

A ella se accede desde la cochera, por una entrada que tuvo que ser modificada, de hecho los primeros peldaños de la escalera  lo delatan claramente. Empezamos a bajar y en pleno ecuador del mes julio, con los termómetros disparados se agradece esa agradable temperatura que reina en la cueva, en torno a los 14 grados. 

Tocamos fondo y admiramos una cueva muy bien conservada que alberga nueve tinajas de cemento, de 450-500 arrobas cada una, y dos de barro que tienen unas 250 arrobas de capacidad que aparecen incrustadas en un muro. Haciendo la cuenta sale una producción de 5.000 arrobas de vino que podían envasarse, “un pichulero mediano que en aquellos tiempos se defendía bastante bien”, señala José María Diaz, el experto tinajero que tiene muy clara la pujanza de cada viticultor según el tamaño y capacidad de envase de cada cueva. 

Llama la atención el balaustre, pintado en tono burdeos y en impecable estado, así como una lograda moldura y los rabos con estrías que separan unas tinajas de otras.  El techo se encuentra en la pura tosca, horadada por una lumbrera que fue reforzada con una viga. Junto a la pared de la escalera nos topamos con un pilar de refuerzo. En el suelo han colocado unas baldosas, señal de que la familia quiere celebrar acontecimientos en la construcción. Félix aprovechó los meses del confinamiento para  colocar estratégicamente varios puntos de luz en la cueva que realzan todavía más su belleza. 

Nos cuenta María Dolores, que trabaja en el departamento de Administración del Instituto Francisco García Pavón, que varios grupos de alumnos extranjeros del programa Erasmus han visitado la cueva. La construcción apenas presenta reformas, se conserva en su pura esencia, con esos colores terrosos naturales que aumentan su encanto. De momento, el jaraíz está cerrado y con escombros, pero los propietarios esperan poder limpiarlo y recuperar otro espacio importante. Eso sí, esperan contar con ayuda porque el trabajo de sacar tierra y escombros es laborioso.

Nos vamos encantados por la belleza de la cueva y la hospitalidad de los propietarios. En cierto modo, con la conservación de la cueva rinden homenaje a la abuela materna y tías paternas de María Dolores que coincidieron en la misma cuadrilla de terreras. De hecho, se las conocía por el apodo de “las picaoras” y representan a aquellas esforzadas mujeres que tan decisiva labor realizaron en la construcción de estas joyas subterráneas. Como la que acabamos de ver hoy.




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