Opinión

Gregorio Prieto, pintor de la Generación del 27

Fermín Gassol | Domingo, 12 de Febrero del 2023
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Visitaba hace unas fechas el Museo Gregorio Prieto, museo recién reformado, en la muy heroica ciudad de Valdepeñas, lugar en donde este manchego universal nació y murió, después de haber viajado, pintado y exponer su prolífica obra en medio mundo. Su padre dueño de unos grandes almacenes, probó fortuna marchando a Madrid y allí Gregorio comenzó a demostrar su precocidad con los pinceles, su genio como pintor. Su vida tuvo el sello de la búsqueda continua, exploración de espacios y culturas, de inquietud creativa en otras artes, plasmándolas de manera fecunda con sus rápidos y firmes trazos tan variados como rompedores. Formó parte de la Generación del 27. Al final de la visita, realizada con Pilar, mi mujer como única acompañante y a modo de casual pase privado, admirado por su compleja y vanguardista figura, comenté a la única empleada que guardaba la entrada, que escribiría unas líneas a modo de modesto homenaje. 

 Metidos cada día que amanece en los grandes almacenes del quehacer diario, circulando siempre por los raíles que predestinados nos llevan a los mismos escenarios, aspirando el mismo aire que ayer dejamos, viviendo como calcomanías de otras situaciones y pasados; esta es hoy la manera de vivir de mucha gente, sobrellevando la existencia sin ninguna bocanada de aire fresco; y es que, creo, hacen falta espacios íntimos, libres de ese humo nocivo que pulula en la atmósfera con demasiada densidad. Necesitamos más lugares donde poder ser lo que queremos, para poder realizar lo que soñamos. 

Hace falta que los aires del “campo abierto” invadan nuestras ideas y nuestros actos aunque lleven polvo y nos moleste. Es lo que tienen los caminos, que sin ellos ¿dónde vamos?  Quizá sea necesario también subir más a las colinas y divisar el inmenso horizonte que se abre a nuestros pies. Un horizonte inmenso de futuro, ganado a base de los descubrimientos y conquistas  de la ciencia y el arte, en medio de muchas nieblas mañaneras, un futuro nuevo al que tenemos que dotar de sentido y contenido. Un futuro de esperanzas terrenales, que la esperanza es la que nos mantiene vivos e ilusionados con el mañana. Un futuro que no sea prolongación del presente como una permanente clonación existencial. 

Nos faltan cielos y estrellas que observar. Nos hacen falta, mucha falta, pensadores que nos digan dónde ir.  Filósofos que nos expliquen el porqué de todo esto, poetas que nos ensanchen los caminos y senderos, pintores que plasmen la belleza de nuestra generación. Que sin darnos cuenta nos estamos convirtiendo en seres envasados al vacío, en miembros de una sociedad embutida entre edificios, empaquetada entre paredes, embotellada en lo inmediato, enclaustrada entre las rejas de un ordenador en un mundo virtual con imágenes sin rostro y letras sin caligrafía. ¿Para cuándo otros “Ayalas”, “Diegos”, “Alexandres”, “Cernudas”,  “Albertis”,  “Mihuras”, “Lorcas” o “Prietos”?  ¿Para cuándo otra generación del 27?  ¿Para cuándo en este siglo?     


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