Opinión

Teatro en primavera

Rafael Toledo Díaz | Miércoles, 5 de Abril del 2023
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No, no voy demasiado al teatro, y mira que me gusta, pero obligaciones particulares que no vienen al caso explicar consiguen que cada vez más me demore en asistir a los eventos escénicos. Sin embargo, siempre estoy atento a la cartelera, y si por casualidad programan alguna obra que me llama la atención, intento hacer un esfuerzo por acudir.

Este ha sido al caso de "Coronada y el toro", uno de los títulos incluido en el teatro furioso de mi paisano Paco Nieva, al que admiraré siempre, y que ha sido programada en la Naves del Español en Matadero esta primavera, concretamente, en la sala Max Aub.

Cada vez que asisto a una representación tengo por costumbre hacer una reflexión de lo que he visto sobre el escenario y, aunque no siempre traslado al papel las sensaciones que me ha provocado, sí me gusta hacer una valoración íntima y personal.

Pero en esta ocasión deseo compartir con los posible lectores mis impresiones sobre el montaje que ha realizado la manchega Rakel Camacho para esta primavera en Madrid. La primera sorpresa ha sido que, de las cuarenta y cinco páginas del guión de la trama, la directora haya ofrecido un espectáculo de dos horas aproximadamente. Pero, aunque puede parecer excesivo, su duración resulta conveniente y precisa; sobre todo si tenemos en cuenta el ambiente festivo de la obra con la puesta en escena de bailes, coros y coplas en riguroso directo, interpretadas de forma admirable por Álvaro Romero.

No obstante debo reconocer que al finalizar tuve sensaciones contradictorias, porque ya les anuncio que algunos espectadores abandonaron la sala anticipadamente. Es cierto que apenas hubo revuelo ni incomodidad, porque la distribución de la nave permitían discretamente ignorar a los ausentados, que sus razones tendrían. Yo, sin embargo, como interesado y admirador de la obra de Nieva, traté de comprender el entramado de la representación.

Y reconozco que "Coronada y el toro", como todo el teatro de Nieva, es muy intenso, pues en un tono burlesco, y con un lenguaje tan rico como estrambótico y surrealista, desarrolla tantos temas y hace tantas críticas, explícitas y veladas, que es comprensible que muchos espectadores se pierdan o, simplemente, no les guste.

Me gustaría destacar algunos detalles que son a mi parecer los más que evidentes en toda la representación. Tanto el alcalde Zebedeo, como el párroco Don Cerezo son personajes que representan el poder, aunque son cargos intermedios o de medio pelo. Pero su vulgaridad los convierte en más peligrosos si cabe porque se creen más honestos y decentes que el resto, llevando al límite las decisiones políticas y la moral religiosa.

Casi al iniciar la obra hacen referencia a sus superiores diciendo: Con la venia de los <>. Ellos son el gobernador, el obispo y el capitán de la Guardia Civil, la indiscutible trinidad del poder, pero cuando vuelven a mencionarlos ya han desaparecido, ¡vamos! que se han ido. Digamos que el trabajo represivo o de adoctrinamiento lo ejecutan siempre otros, porque las altas jerarquías evaden los acontecimientos que pueden generar conflicto, así, normalmente, el enfrentamiento y el barro son ajenos a su mayor rango.

Siempre, o en casi todas las obras de Nieva, aparecen seres travestidos, órdenes religiosas con nombres imposibles y que rozan el esperpento, siendo este el caso del hombre monja de la Orden Entreverada. Y uno se puede reír mucho con los mamarrachos, pero en el trasfondo están reflejados los estereotipos de una España en conserva, como bien dice el autor.

Si el poder local y la moralidad lo representan, como hemos dicho antes, Zebedeo y Don Cerezo, el torero Maraúña es el fiel reflejo de un pueblo pobre, dócil y amordazado que solo durante la fiesta intenta ignorar sus miserias. Coronada es, sin embargo, una clara alegoría de las ansias de libertad, símbolo de la democracia y una evidente imagen del hedonismo, puesto que en su ámbito privado e íntimo busca y disfruta voluptuosamente de la sensualidad a través de su cuerpo. Por eso, es manifiesto que ante el poder de los sentidos, nada pueden hacer la autoridad social y divina que representan su hermano el alcalde y el cura, ni siquiera a pesar de su sentencia condenatoria.

Aunque la intensidad decae en algunos momentos, como en la representación de una orgía, y a pesar de que existen desnudos integrales que la directora habrá considerado necesarios o convenientes. El público no se escandaliza ni lo encuentra morboso, al menos personalmente tuve esa sensación, dado que una parte importante de la obra, si no toda, tiene un sentido onírico, pues no deja de ser un sueño del autor.

Es muy difícil comparar aquel estreno allá por mil novecientos ochenta y dos con la actual versión. Aun cuando su reparto gozaba de grandes figuras de la escena como José Bódalo, José María Pou y Esperanza Roy, supongo que el montaje que lleva a las Naves del Matadero Rakel Camacho es mucho más versátil gracias a las nuevas técnicas teatrales y su excelente currículum.

Partiendo de la base de que Francisco Nieva ha sido posiblemente el último Barroco y que siempre será vanguardia porque se anticipaba a su tiempo, su obsesión por los personajes transgresores e indefinibles tiene mucho que ver el debate actual sobre la visibilidad de las personas transgénero y toda la diversidad sexual que siempre ha existido, pero que ahora se hace más evidente.




En otro orden de cosas existe una realidad indiscutible y es que toda su obra te invita a pensar buscando respuestas a través de situaciones exageradas pero engarzadas en la realidad de siempre, es decir, en el ambiente popular. Me olvidaba comentar que el toro, parte simbólica e indiscutible de la representación, es el animal totémico que mejor representa la fuerza y el poder, pero también la dicotomía de las fiestas y su trasfondo folclórico, siempre entre la alegría y la tragedia.

Por supuesto entiendo y respeto que a algunos, muy pocos, espectadores no les gustase la obra y que abandonaran la sala, pero en cuanto a esto me gustaría hacer una reflexión personal.

Sospecho que los tiempos actuales no invitan a pensar demasiado, bastantes problemas tenemos ya, dirán algunos para justificarse. Y es que nos hemos vuelto muy cómodos, también con el arte. Por eso nos hemos acostumbrado, o nos han acostumbrado, a consumir cultura como cualquier producto y no resulta fácil ir a contracorriente. Ahora, en los tiempos que corren, nos lo deben dar todo mascado y resuelto, es lo que toca y por eso Nieva no es fácil ni seguramente comercial o rentable.

Pero ahí está la osadía y el empeño en rescatarlo para esta primavera en la cartelera madrileña. Además, si te animas a buscar en la red, toda la crítica especializada reconoce el mérito de esta función; porque aunque le resulte pesado o difícil de digerir al público, si el espectador es honesto, debe reconocer el gran trabajo de un elenco que se deja la piel en cada función, su buen hacer y su sudor merecen todo el respeto y, por supuesto, un enorme aplauso.


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