En el número 8 de la calle Rosal desembarca el equipo de La Voz de Tomelloso para nuestra visita semanal a una cueva. Una maravillosa construcción que recuperó Víctor Toledo, el propietario que explica el curioso proceso. “Estaba buscando una casa y Antonio Valentín, el corredor, me proporcionó una vivienda que, en principio no me gustó. Era una casa vieja, con muchos metros, pero no me convenció. Sin embargo, cuando me enseñó la cueva, mi opinión cambió por completo y me enamoré de la casa”.
La cueva se encontraba en un mal estado, como demuestran las fotos que nos enseña Víctor. “Las tinajas estaban tiradas, con escombros, casi todo destrozado. Pero poco a poco, en un periodo de veinte años la fui organizando hasta quedar como la veis ahora”.
Y el resultado de ese trabajo ha sido espectacular en una cueva, construida en torno al 1870, que alberga tinajas de barro y de cemento, excavada perpendicularmente a la línea de la fachada. A las tinajas el propietario le dio un aceite de linaza, además de un barniz que le proporciona más brillo. En realidad en la cueva hay tres tipos de tinajas, las de barro, otras de cemento que supuraron a causa de unas grietas y otras tres de cemento perfectamente pulidas que hicieron después”. Hay seis de barro, de unas 240 arrobas de capacidad y seis de cemento, de 400 arrobas. Algunas de las de barro están firmadas por el tinajero que las hizo. Las de cemento fueron construidas por José María Díaz Benito, el padre de nuestro experto.
Se observa también que rebajaron el suelo para que pudieran entrar las tinajas de cemento, de mayor altura que las de barro. Nos cuenta Víctor que decidió utilizar una segunda entrada que había en la cueva y donde ha colocado una escalera metálica. “La estructura de la casa estuvo totalmente condicionada por el hecho de conservar la cueva. Fue un capricho caro, pero creo que ha merecido la pena”.
Por una contramina, nos vamos de la cueva a un jaraíz en el que vemos una prensa y una destrozadora perfectamente restauradas. Al lado, hay un jaulón de forma cuadrada que también tiene previsto restaurar. “Los chavales que lo han hecho han restaurado estos aperos con mucha paciencia y profesionalidad”.
El techo está en la tosca, con dos lumbreras que dan a la calle y otra más que tuvo que condenar. El desgarre de la lumbreras, uno circular y otro trapezoidal, enseña un grosor de tosca de unos dos metros y medio.
Al final nos cuenta Víctor que comparte la cueva con sus amigos. En su botellero guarda algunos afamados vinos que abre cuando la ocasión lo merece. Nuestra visita ha coincidido con la llegada de un colegio, los compañeros del hijo de Víctor en el Carmelo Cortés, que estaban deseando ver esta joya subterránea. Los pequeños se los han pasado en grande, correteando entre las tinajas y mirando alucinados este mundo subterráneo que construyeron sus antepasados.
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