Cuevas

En la cueva de Juliana Lara, una joya de 1900 muy bien conservada

| Sábado, 20 de Mayo del 2023
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En la visita semanal a las cuevas de Tomelloso nos encontramos hoy con una auténtica joya. Juliana Lara Gómez y su esposo, Francisco Olmedo Lara compraron su casa de la calle Villamil a Emiliano, un empleado del Ayuntamiento. Los nuevos propietarios no elaboraron vino en la cueva construida en torno al año 1900, “en la cueva solo se trasegó dos años y después  no se trabajó más en ella”, explica Juliana que nos abre la puerta de su casa con exquisita amabilidad. Nos  cuenta que su marido, que falleció hace tres años, estuvo toda su vida trabajando en el campo con Agustín Belda.

Desde el patio de la casa accedemos a la cueva por una larga escalera en forma de ele que tiene los peldaños pintados en verde. Las paredes están encaladas y, aproximadamente, por la mitad encontramos el hueco de una antigua entrada. Rápidamente constatamos que la cueva se encuentra en buen estado de conservación con el balaustre entero, un empotre impecable y un techo sin apenas desprendimientos. Alberga ocho tinajas de cemento de distintas capacidades: la mayor es de seiscientas arrobas, hay también de 450 y otras de 350, además de la tinajilla del vinagre y un depósito para el gasto. Descubre José María Díaz la mano del constructor de las tinajas que fue José Ferris, aunque tres de ellas las hizo José María Díaz Benito, su padre.  Las tinajas tienen agujeros a distintos niveles, por donde se extraía el vino con la calidad que interesaba.

La  cueva cuenta con una única lumbrera de desgarre circular, pista de que antes tuvo tinajas de barro de pequeñas dimensiones. Entre las tinajas los rabos son lisos y encontramos una moldura y otros elementos decorativos que combinan el color sanguina con el añil. El desgarre nos muestra también una tosca de buen grosor. El techo es plano, ligeramente abovedado en los extremos

En uno de los laterales se conserva la pozata que recogía el mosto que pudiera derramarse. Ana Palacios, la arquitecta va disparando con su cámara a todos los rincones de una cueva de pequeñas dimensiones, pero con el espacio muy bien aprovechado. De hecho, cuando José María suma las arrobas de vino que podían envasarse, unas 3.600, la conclusión es que el propietario era “un picholero de yunta”, es decir de dos mulas. La expresión nos vuelve a hacer reir y José María alude a otros vocablos del rico léxico tomellosero.

En la parte de arriba encontramos una manguera para el trasiego del vino, además de  las tapas de madera de las tinajas, primer material que se usó para este cometido porque la anea, la goma y el plástico vendrían después. 

Subimos para despedirnos de Juliana que nos dice que podemos volver a visitar su cueva cuando queramos. Esa hospitalidad y generosidad también forma parte del ADN de Tomelloso. 

 


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