Opinión

La cabeza y el corazón, un dualismo personal y universal

Fermín Gassol Peco | Sábado, 5 de Agosto del 2023
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Uno de los universales en la vida de todas las personas es la dualidad. La dualidad como caldo de cultivo en nuestros pensamientos y decisiones. Por muy complejos que parezcamos ser, al final, en los momentos más importantes y decisivos, las opciones suelen ser binarias; sí o no, a favor o en contra, 

Estos dualismos existenciales se han venido adecuando a los problemas y soluciones que el ser humano ha logrado a lo largo de la historia, descubriendo sus capacidades, ascendiendo por paredes más o menos verticales de esa historia, siempre apoyado en sus dos grandes bastones, la cabeza y el corazón. Es así como ha llegado a donde está.

Fue Augusto Comte quien definió esta escalada vital estableciendo tres niveles de conocimiento, la religión, la filosofía y la ciencia positiva como cima del saber; el hombre positivo, cerebral, exacto, matemático, es quien según este filósofo francés, llegaría un día a dar con la plenitud del conocimiento universal. Comte desarrolló esta teoría a mediados del siglo IXX. Ahora bien ¿Hemos logrado los seres humanos de hoy ser más cerebrales que los de hace más de siglo y medio?  

A nivel personal somos más positivos a nivel general; planteamos la vida de manera más práctica y efectiva. El desarrollo y los descubrimientos científicos hacen que sepamos el porqué de muchas cosas que tiempo atrás, bien se desconocían o se atribuían a generalidades. Hoy el saber es mucho más específico que es como deber ser todo verdadero conocimiento, aquel que distingue lo exclusivo, de lo parecido o general. Por eso hoy existen muchas más especialidades, tanto a nivel universitario, científico o técnico, como en la formación profesional; en las materias intelectuales como manuales. Hoy toda persona que quiera sobrevivir en esta compleja maquinaria social ha de estar especializado en alguna de esas materias.

A nivel social, sin embargo, los hombres y mujeres seguimos un comportamiento más mezclado con el pasado. Gustamos de rememorar viejas costumbres, mantener tradiciones que se dan de plano con la forma de concebir la vida a diario. Quizá sea como una contraprestación a una vida que sabe y huele a poco o que no nos ofrece los olores y sabores de nuestras raíces; y es que no todo en la vida es “aluminio”, aunque este metal tenga muchas e indudables virtudes.

A nivel político, la cosa se complica y mucho. Mantenemos con demasiada frecuencia posturas que tienen que ver con el pasado…y con nuestro corazón. Las personas hoy, positivas, racionales lo somos menos cuando “pensamos” en decisiones donde el pasado y la historia, donde la genética y la tradición juegan un papel todavía destacado a la hora de decidirnos por una u otra opción.

Si para Comte la fase filosófica del conocimiento tendría que ser superada por la científica, no parece que muchas personas actualmente a la hora de decantarnos por una u otra opción, actuemos con la frialdad de una decisión de la mente, sino más bien con la decisión un tanto atávica del calor del corazón.

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