Marisa Ortiz Martínez.nos abre las puertas de su tienda en la calle La Paloma para mostrarnos otra joya del subsuelo de Tomelloso. Una cueva honda donde elaboró vino su abuelo, Alejandro Martínez, y aunque parte de ella desapareció para convertirse en un almacén del negocio familiar, conserva el encanto y esencia de las cuevas de principios del siglo XX, el momento del gran despegue del cutivo de la vid en Tomelloso.
Se accede por una escalera muy bien remozada con cemento, tanto los peldaños como las paredes. A ambos lados tiene dos pequeñas fresqueras. Ya abajo, vemos que alberga tinajas de barro de 300 arrobas de capacidad, muy panzudas y de base estrecha. La propietaria explica que una parte de la cueva se dedicaría a almacén y, de hecho, todavía se pueden ver algunas cajas de televisores que vendían en su recordado establecimiento de electrodomésticos que regentó el padre de Marisa. La cueva, del suelo al techo, presenta una altura de 4, 30 metros, añadiéndose otros tres metros más hasta la acera. La cueva es honda. De larga mide 10,70 pero en su origen fue mucho mayor.
Las paredes tienen su tono terroso, no se ha añadido ningún tipo de cal o pintura lo que le proporciona más autenticidad. Varias grietas en las tinajas nos hacen descubrir la habilidad de los antiguos lañadores para repararlas. Como otras veces hemos apuntado, la gente encontraba siempre una solución a cualquier problema que surgía.
Con la buena compañía de la arquitecta, Ana Palacios y el último tinajero de la ciudad, José María Díaz, empezábamos a descubrir curiosos aspectos de la construcción. Uno de ellos es el desgarre circular de la lumbrera, de grandes dimensiones, uno de los mayores que hemos podido ver en las visitas a las cuevas de la ciudad que suman ya ciento cuarenta. Probablemente, que ese desgarre fuera así obedece a que la cueva dio cobijo a tinajas todavía mayores.
Otro elemento que llama nuestra atención es la canaleta que discurre por encima de las bocas de las tinajas y que permitía distribuir el mosto. El techo aparece en la pura tosca, con un espesor de unos dos metros y medio. Por allí andan todavía las tinajas del gasto y otros vestigios de esa cultura vitícola que la familia ha querido conservar. Se agradece la buena temperatura porque en estos primeros días de septiembre el calor todavía hace de las suyas, pero sobre todo se agradece la hospitalidad de nuestra anfitriona que nos ha atendido a las mil maravillas.
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Jueves, 13 de Febrero del 2025